Domingo, 24 de noviembre de 2024

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El seiscientos

por Soy católico, ¿pasa algo?

Recuerdo más el seiscientos de mi abuelo que el primer beso porque cuando uno es niño corre menos aventuras con el primer beso que con en el primer viaje. De hecho, no sé con qué chica ingresé en la edad del pavo, pero aún retengo la imagen de aquel coche verde oscuro matriculado en Barcelona que oficiaba de UVI móvil cada vez que uno de los nuestros enfermaba de levedad.  El trayecto hacia el hospital nunca dejó de ser divertido. Una familia de las de antes daba mucho juego apretujada en su minúsculo habitáculo. El exceso de aforo garantizaba un viaje coral, como de película de Berlanga, que desembocaba siempre en película de Pajares. Valga un ejemplo: cuando un frío día de invierno los del asiento trasero felicitamos al conductor por haber puesto la calefacción a tope mi abuelo frenó en seco y nos ordenó bajar de inmediato. El coche había empezado a arder.  
No seré yo quien ahora que el seat seiscientos cumple 60 años le rinda homenaje. Ni se me ocurriría elogiar las prestaciones mecánicas, la capacidad del maletero y la velocidad máxima del vehículo que principió el boom del automóvil en España. Más que nada porque he visto cipreses acelerar más rápido, salas de tortura más cómodas y chanclas mejor equipadas. Lo que es digno de elogio no es el coche, sino el ecosistema en el que surgió, la época prodigiosa en la que mi madre, que es de buen palique, salía a comprar el pan y regresaba dos horas más tarde para, sin prisas, preparar la comida. Si recuerdo el seiscientos es porque recuerdo a mi madre de charla apacible con las vecinas en una calle repleta de verano y de vencejos.
La progresía ha dictado, y la derecha le ha comprado el dictamen, que aquella época era una época gris. Nada más incierto. En comparación con la actual, tiraba a rosa fucsia. Ya sé que por recordar con gratitud la época dorada del franquismo me van a llamar facha, pero es que facha es mi tercer apellido. Lo llevo tan a gala como el López. Y lo bueno es que no lo soy. Por edad, mi recuerdo más nítido de Franco tiene que ver con los pucheros de Arias Navarro. Pero lo que sí recuerdo es que, al margen del sistema político, en aquella época la decencia era la reina de las fiestas. Algo tendría que ver con eso el sustrato católico, hoy casi aniquilado, que la hacía posible. Aunque entonces yo era más de Tony Ronald que de Bob Dylan el cantor yanqui tenía razón: la respuesta, entonces, estaba en el viento. En aquel viento, que era el viento de Dios. 
 
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