El musulmán y la cruz

Un clérigo musulmán ha pedido a la FIFA que prohíba a los jugadores de fútbol que se santigüen después del gol, que es modo que tienen los que aprovechan un balón suelto de agradecer a Dios su contribución a la teoría de la relatividad al situarles en el mejor lugar posible en el mejor momento posible. El espacio/tiempo, ya saben. Pues nada, del enemigo el consejo. A partir de ahora, cada vez que un nueve puro abra la lata, en vez de la señal de la Cruz, lo que debe hacer es ahorcar al aficionado homosexual del palco, costumbre con la que previsiblemente sintonice más este censor que con la de dar gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia, tras marcar un gol. 
Puesto que el clérigo respira por la herida, da muchas pistas a los equipos occidentales para abordar sus enfrentamientos con conjuntos del medio y lejano Oriente en el mundial de Rusia. A poco que el entrenador del once de gala italiano que se enfrente a Irán sea avispado pedirá a su línea medular que se santigüe en el saque de esquina, en el golpe franco y en el fuera de juego para sacar de quicio al rival sin que el trencilla le señale falta táctica. Salvo que el trencilla, claro, sea de España, país que considera que el catolicismo sólo busca la provocación. La Última Cena, por ejemplo, es vista aquí como una ostentación alimentaria.   
Lo bueno de esta táctica es que no es de ida y vuelta. Ningún zaguero católico se sentirá herido en su sensibilidad religiosa si el central árabe hace lo propio con la misma intención. A diferencia del clérigo musulmán, el católico no se escandaliza porque un jugador turco bese el césped tras marcar un gol en el descuento. Más que nada porque el catolicismo se cimenta en la tolerancia, que explica que el católico no pida que se desprovea al rival de sus señas de identidad. No creo que ningún cura exija a la FIFA que anule el gol del jugador musulmán que haya sido marcado cuando el autor del tanto estaba orientado hacia La Meca.