Domingo de Ramos: Atraeré a todos hacia mí
“Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: ‘Elí, Elí, lamá sabactaní’ (Es decir: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’” (Mt 27, 45-46)
El domingo de Ramos abre la puerta a la Semana Santa. Por lo tanto, deberemos tener presente todos los acontecimientos que se celebran en esos siete días para fijarnos en lo que nos enseñan y en cómo hemos de comportarnos a su luz. De hecho, la lectura de la pasión que se hace en este día nos da la oportunidad de ver de una sola vez el drama íntegro de la Pasión.
La muerte del Señor, especialmente, se convierte en un reclamo para nuestra atención. Cristo está en la Cruz, muriendo en medio de la tortura, siendo inocente. Ha aceptado voluntariamente ocupar ese lugar y lo ha hecho no por que le guste el dolor, sino porque tiene que cumplir una misión y sabe que, para ello, debe cruzar esa puerta, la puerta del sufrimiento, la puerta de la cruz. Su misión es la salvación, pero la lleva a cabo no sólo derramando su sangre redentora para perdonarnos los pecados, sino también haciéndose uno con nosotros, compartiendo con nosotros nuestra suerte, incluido el sufrimiento físico, el abandono, la injusticia.
El objetivo de Cristo se logra plenamente cuando nosotros nos sentimos interpelados por él, por su amor, por su cruz. Si su amor nos conmueve, nos convierte, entonces su sacrificio ha servido para algo. Si permanecemos impasibles ante él, le habremos hecho inútil o al menos no plenamente útil. Dejémonos seducir por Cristo, dejémonos atraer por él, dejémonos salvar. Déjale a Dios que haga de Dios y que te salve.