Biología y psique
Antes de que por mor de Fernando Alonso chicane fuera una palabra corriente en español, los autos locos eran nuestra única referencia automovilística. En un país con escasez de pilotos de élite, la serie de Hanna-Barbera permitía a la infancia identificarse con los personajes que mejor cuadraban a su personalidad. Yo, de natural humilde, era un acérrimo seguidor de Lucas el granjero y el oso miedoso, por cuyo coche profesaba la misma pasión que por el Atleti. Cierto que su tartana, construida tal vez por el equipo de ingenieros de Mclaren de la época, casi nunca ganaba, pero como tampoco lo hacía el Pupas estaba vacunado contra los fracasos. Un primo mío prefería el Espantomóvil y mis hermanas a Pedro Bello. Nadie, que yo sepa, optaba por Pierre Nodoyuna, que siempre acababa en boxes.
Que es donde acaba también el autobús de Hazte Oír a cuenta del recibimiento que le propina la horda progresista en cada ciudad que visita en su periplo por España. La culpa es suya, claro, por pretender informar de lo obvio ahora que sobre lo obvio pesa la condena del pensamiento único, según el cual ser niño o niña no depende de la biología, sino de la psique. La misma psique, por cierto, que fabrica sociópatas que, al no saber comportarse con quienes tienen otra idea de la Arcadia, apedrean el autobús, curiosamente a la manera en que se apedrea a una adúltera en los países donde esta gente no se atreve a cuestionar la biología.
Puesto que he asistido a partidos de fútbol de cadetes no me intranquiliza en absoluto que unos centenares de radicales vituperen al autobús. Peores cosas se oyen cuando el linier, al subir el banderín, desbarata una ocasión clara del equipo de casa o cuando el árbitro, por un agarrón en la medular, muestra amarilla a un central en presencia de su padre biológico. Lo que me intranquiliza es la normalidad con la que la gran parte de la sociedad que cena a sus horas observa las agresiones continuas a un modo de entender la vida que es también el suyo. Si quienes cenan a sus horas entendieran que la cobardía no es la hermana sensata de la prudencia se atreverían a decir que no hay urinario de pared en el servicio de señoras.
Que es donde acaba también el autobús de Hazte Oír a cuenta del recibimiento que le propina la horda progresista en cada ciudad que visita en su periplo por España. La culpa es suya, claro, por pretender informar de lo obvio ahora que sobre lo obvio pesa la condena del pensamiento único, según el cual ser niño o niña no depende de la biología, sino de la psique. La misma psique, por cierto, que fabrica sociópatas que, al no saber comportarse con quienes tienen otra idea de la Arcadia, apedrean el autobús, curiosamente a la manera en que se apedrea a una adúltera en los países donde esta gente no se atreve a cuestionar la biología.
Puesto que he asistido a partidos de fútbol de cadetes no me intranquiliza en absoluto que unos centenares de radicales vituperen al autobús. Peores cosas se oyen cuando el linier, al subir el banderín, desbarata una ocasión clara del equipo de casa o cuando el árbitro, por un agarrón en la medular, muestra amarilla a un central en presencia de su padre biológico. Lo que me intranquiliza es la normalidad con la que la gran parte de la sociedad que cena a sus horas observa las agresiones continuas a un modo de entender la vida que es también el suyo. Si quienes cenan a sus horas entendieran que la cobardía no es la hermana sensata de la prudencia se atreverían a decir que no hay urinario de pared en el servicio de señoras.
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