El minuto de oro
Tras pedir que se supriman las misas televisadas Pablo Iglesias canta la palinodia en modo cobra, esto es, se echa hacia atrás, recula, para escupir mejor un mea culpa entreverado de veneno en una rectificación a medias. El secretario general de Podemos matiza ahora que lo que importa no es tanto que la Eucaristía se difunda por el ente público como que la oficie Francisco. Es decir, está dispuesto a aceptar que la bendición permanezca en la parrilla dominical siempre que la imparta alguien de su cuerda. Porque para Iglesias el Papa es uno de los suyos, un activista con sotana que, a escondidas de la curia vaticana, lee El Capital, llama camaradas a los monaguillos y alza el puño cuando no está cerca Cañizares.
De lo que se deduce que Iglesias suspende en hermenéutica. Si el dirigente de Podemos es un mal intérprete del pontífice es porque, entre otras cosas, no habla el idioma de Francisco, quien no critica al liberalismo a costa de elogiar el terror del soviet. El Papa denigra la explotación del hombre por el hombre, pero no tiene en mejor estima la eliminación del hombre por el hombre. No se sitúa, pues, en la equidistancia, sino que proyecta hacia ambas ideologías un mensaje de misericordia con la intención de que el capitalismo deje de esclavizar al hombre y el comunismo deje de matarlo.
Al preferir las misas de Francisco a las de Rouco, Iglesias denota su desconocimiento de la liturgia. Ignora que, con independencia de quien la oficie, lo que importa es lo que ocurre en ella. En concreto, la transubstanciación, que es el minuto de oro de la misa televisada, muy por encima de la homilía. Como a este hombre le falta fe es lógico que prefiera la cáscara a la nuez y que, en lugar de maravillarse por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, se centre en el sermón, que está dispuesto a escuchar sólo si corre a cargo del Papa. Como si eso, que le escuchara, fuera un honor para Dios. La soberbia de este hombre es tal que debe de creerse la oveja número cien, cuando todo el mundo sabe que soy yo.
De lo que se deduce que Iglesias suspende en hermenéutica. Si el dirigente de Podemos es un mal intérprete del pontífice es porque, entre otras cosas, no habla el idioma de Francisco, quien no critica al liberalismo a costa de elogiar el terror del soviet. El Papa denigra la explotación del hombre por el hombre, pero no tiene en mejor estima la eliminación del hombre por el hombre. No se sitúa, pues, en la equidistancia, sino que proyecta hacia ambas ideologías un mensaje de misericordia con la intención de que el capitalismo deje de esclavizar al hombre y el comunismo deje de matarlo.
Al preferir las misas de Francisco a las de Rouco, Iglesias denota su desconocimiento de la liturgia. Ignora que, con independencia de quien la oficie, lo que importa es lo que ocurre en ella. En concreto, la transubstanciación, que es el minuto de oro de la misa televisada, muy por encima de la homilía. Como a este hombre le falta fe es lógico que prefiera la cáscara a la nuez y que, en lugar de maravillarse por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, se centre en el sermón, que está dispuesto a escuchar sólo si corre a cargo del Papa. Como si eso, que le escuchara, fuera un honor para Dios. La soberbia de este hombre es tal que debe de creerse la oveja número cien, cuando todo el mundo sabe que soy yo.
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