Podemos y la prensa
Pedirle a Podemos, como ha hecho la asociación de la prensa de Madrid, que deje de acosar a una serie de periodistas es como pedirle al Papa que no rece. Podemos no cree en la libertad de opinión, de modo que procurará imponer en los periódicos un ideario que sea elogiado hasta en la sección de cartas al director. Si esta arriesgada estrategia le merece la pena es porque el control de los medios de comunicación es más importante para Pablo Iglesias que el control del BOE. Más que nada porque las inversiones, sin incensario, no trascienden a la opinión pública. Si no fuera por el NODO nadie relacionaría hoy a Franco con los pantanos.
Me sorprende, con todo, el problema dermatológico de mi gremio, su piel fina, que es una patología periodística reciente. No sé de qué pasta están hechos los nuevos reporteros, pero a los de mi quinta no se nos pasaría por la cabeza recurrir a Victoria Prego por tan poca cosa. Sé lo que digo: por ejercer mi profesión me han llamado hijo de meretriz en veinte idiomas, del catalán al tagalo, y en vez lloriquear he tomado el insulto como acicate, aunque mi madre, la pobre, tal vez disienta de este criterio. En cuanto a los comisarios políticos, los he recibido a portagayola en corridas sin picadores.
Un periodista no es más que un soldado que redacta bien, de modo que el valor se le supone. Además, ni España es Méjico ni el patio Maravillas el cartel de Sinaloa. Quiero decir que el riesgo para los reporteros madrileños es mínimo en comparación con los colegas que publican reportajes sobre los derechos de la mujer en Ciudad Juárez, ese cementerio de matrices. Que un militante de Podemos te ponga fino en las redes no es lo mismo que recibir una carta de un sicario del Chapo Guzmán para quedar con él en un descampado. De modo que, en lugar de pedir amparo, lo que tienen que hacer es recurrir a la ironía para enfrentarse al populismo, que no habla ese idioma. Es lo que harían los grandes. En días así es cuando más echo de menos a Jaime Campmany.
Me sorprende, con todo, el problema dermatológico de mi gremio, su piel fina, que es una patología periodística reciente. No sé de qué pasta están hechos los nuevos reporteros, pero a los de mi quinta no se nos pasaría por la cabeza recurrir a Victoria Prego por tan poca cosa. Sé lo que digo: por ejercer mi profesión me han llamado hijo de meretriz en veinte idiomas, del catalán al tagalo, y en vez lloriquear he tomado el insulto como acicate, aunque mi madre, la pobre, tal vez disienta de este criterio. En cuanto a los comisarios políticos, los he recibido a portagayola en corridas sin picadores.
Un periodista no es más que un soldado que redacta bien, de modo que el valor se le supone. Además, ni España es Méjico ni el patio Maravillas el cartel de Sinaloa. Quiero decir que el riesgo para los reporteros madrileños es mínimo en comparación con los colegas que publican reportajes sobre los derechos de la mujer en Ciudad Juárez, ese cementerio de matrices. Que un militante de Podemos te ponga fino en las redes no es lo mismo que recibir una carta de un sicario del Chapo Guzmán para quedar con él en un descampado. De modo que, en lugar de pedir amparo, lo que tienen que hacer es recurrir a la ironía para enfrentarse al populismo, que no habla ese idioma. Es lo que harían los grandes. En días así es cuando más echo de menos a Jaime Campmany.
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