Lunes, 23 de diciembre de 2024

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De la controvertida virginidad de San José

por En cuerpo y alma

 
 
            Esa monja escandalosa y escandalizadora que es la llamada Sor Caram no ha perdido la ocasión que le daba Risto Meijide de volver a escandalizar a sus correligionarios –uno se pregunta para qué se metió a monja- sosteniendo que San José y la Virgen María habrían mantenido relaciones sexuales “como cualquier otra pareja normal”.
 
            A la llamada Sor Caram habría que recordarle que la virginidad de María “antes, en y después del parto” de Jesús es dogma de fe en la religión que ella profesa y a la que supuestamente ha dedicado su entera existencia, por lo que si no cree en ella, -cosa por otro lado muy loable, no espere Vd. que yo le diga lo contrario-, lo que debería hacer es colgar el hábito, o mejor aún, no haberlo vestido nunca. Cuestión de coherencia. No hablo ni de fe, ni de pecado, ni de herejía, ni de ná de ná de ná, sólo de coherencia personal.
 
            Esto dicho me pregunto: ¿y San José? ¿fue también virgen San José?
 
            Lo primero que se ha de decir es que, por el contrario de lo que ocurre con María, sobre la virginidad de José no existe dogma, u, otramente expresado, la virginidad de José no es verdad de fe. Los evangelios, de hecho, no se pronuncian explícitamente sobre el tema. Bien es verdad que existe en ellos la mención de unos hermanos de Jesús de los que incluso se da el nombre:
 
            “¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?” (Mc. 6, 3; similar en Mt. 12, 55).
 
            Lo que obliga (o casi obliga, como veremos) a aceptar, si se respeta que María permaneció virgen toda su vida, que dichos hermanos lo son por parte de José, que los tendría de nupcias anteriores –a descartar que los tuviera de nupcias simultáneas, algo no prohibido, sin embargo, por el derecho judío de la época-, lo que, aunque no es óbice para una completa observancia de la castidad durante su matrimonio con María, no habla precisamente a favor de la virginidad del padre putativo de Jesús.
 
            En el apócrifo “Historia de José el Carpintero”, que aunque no canónico es importantísimo en todo cuanto se refiere a la tradición sobre San José, y particularmente en lo relativo a su condición de anciano que se limita a hacerse cargo de la Virgen pero que ya no está para muchas aventuras amatorias, leemos este relato que el libro presenta salido de la boca del mismo Jesús:
 
            “Había un hombre llamado José, oriundo de Belén, esa villa judía que es la ciudad del Rey David. Estaba muy impuesto en la sabiduría y en su oficio de carpintero. Este hombre José se unió en santo matrimonio a una mujer que le dio hijos e hijas: cuatro varones y dos hembras, cuyos nombres eran Judas y Josetos, Santiago y Simón; sus hijas se llamaban Lisia y Lidia. Y murió la esposa de José […] Este varón justo de quien estoy hablando es José, mi padre según la carne, con quien se desposó en calidad de consorte mi madre, María” (op. cit. 2, 1-6).
 
            Todo lo cual no obsta para que exista también una segunda vía de justificación de esos llamados “hermanos”, según la cual, la inexistencia del término “primo” en las lenguas hebrea y aramea otorgaría la condición de hermanos también a los primos, de donde se concluye que los que el Evangelio llama “los hermanos de Jesús”  no serían, en realidad, sino sus primos.
 
            Trascendiendo la famosa polémica exegética que es una de las que más ha dado que hablar a los comentaristas bíblicos, no menos cierto es que en el seno del cristianismo se asienta en seguida una tradición diferente que nos presenta no a un José anciano que arrastra un bagaje matrimonial y procreador consolidado, sino por el contrario, joven, de una edad similar a la de María, que asume con ella el compromiso de la castidad. Más aún, de la virginidad, entendiendo la castidad como algo que puede empezar a practicarse en cualquier momento de la vida (y también abandonarse), y la virginidad como condición con la que se nace y que sólo se pierde una vez, siendo a partir de ese momento irrecuperable.
 
            Parece que es San Jerónimo de Estridón (340-420) en su “Refutación a Helvidio”, escrita hacia el año 383, el que primero que se adentra en la aventura y realiza una defensa explícita de la virginidad de José:
 
            “Yo digo aún más, que el mismo José era virgen por María, que de un matrimonio virginal nació un hijo virgen. Porque si como hombre santo no cae bajo las acusaciones de fornicación, y en ningún lugar está escrito que él tenía otra esposa, pero era el guardián de María con quien debía casarse en lugar de su esposo, la conclusión es que aquel quien se consideró digno de ser llamado el padre del Señor, permaneció virgen”.
 
            Muy poco después, San Agustín de Hipona (354-430) en su tratado “De bono coniugali” (“De la bondad del matrimonio”) escrito hacia el 403, toma el relevo y escribe:
 
            “Si José no hubiese sido virgen, Dios no le hubiese dado en manera alguna por esposa a la Virgen, su madre. Y esto por una razón muy sencilla; porque si no hubiera sido virgen, hubiera podido atentar contra la virtud de María”.
 
            Realizando un salto histórico de varios siglos, Jacobo De la Vorágine en su “Legendi di Sancti Vulgari Storiado”, más conocida como “Leyenda dorada”, probablemente el tratado hagiográfico más importante del medievo, escrito hacia 1264, afirma:
 
            “San José fue elegido por Dios para que conservara perpetuamente su pureza virginal inmancillada, y correspondió a tal elección haciendo voto de acuerdo con la Virgen benditísima y juntamente con ella de perfecta castidad”.
 
            En su “Suma Teológica” escrita muy poco después, entre 1265 y 1274, corrobora Santo Tomás de Aquino:
 
            “Se debe creer que José permaneció virgen, porque no está escrito que haya tenido otra mujer y la infidelidad no la podemos atribuir a tan santo personaje” (Summa Theologica III, q. 28, a. 3).
 
            En tiempos ya contemporáneos, San Juan Pablo II, en su catequesis “La Virginidad de María, verdad de fe” -algo que deberíamos recordarle a Sor Caram- de 10 de julio de 1996, afirma:
 
            “José y María, precisamente en vista de su contribución al misterio de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio”.
 
            Dicho todo lo cual, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Como siempre. Nos seguimos viendo por aquí. Si le parece a Vd., naturalmente.
 
  
 
            ©L.A.
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