Las puertas del infierno y la Iglesia
En uno de sus últimos mensajes antes de acabar este año, el Papa Francisco ha recordado un texto de la carta de San Pablo a los Romanos: “La esperanza no defrauda”. Se trata de una virtud tan poco practicada que casi se la podría identificar con ese “Dios desconocido” que es el Espíritu Santo. Sin embargo, es la virtud que hay que poner en práctica en tiempos difíciles, pues es la que nos sostiene en la lucha y nos impide rendirnos. Las guerras sólo se pierden cuando se deja de creer que la victoria es posible. Pero esta virtud no consiste en creer en cualquier promesa, como si fuera un placebo que mantiene ilusionado a un enfermo incurable. Se trata de creer en las promesas hechas por el Hijo de Dios, que es un buen cumplidor de todo lo que promete.
El Señor prometió a los hombres tres cosas maravillosas. La primera, que hay vida eterna y que si morimos unidos a Él, en su gracia, Él nos abrirá las puertas del cielo. La segunda es que ningún pecador que se acerque a Él arrepentido quedará sin recibir su divina misericordia. La tercera es que todo aquel que esté cansado y agobiado por los problemas de la vida, saldrá reconfortado y aliviado cuando se una a Él mediante la oración o mediante la comunión. Esas son las tres promesas esenciales que afectan al individuo. Pero hay una cuarta promesa que es la que nos conviene tener en cuenta en tiempos recios como estos, la de que nunca prevalecerán contra la Iglesia las puertas del infierno. “Non praevalebunt”, le dijo el Señor a San Pedro, según cuenta San Mateo en su Evangelio, a la vez que le otorgaba las llaves del Reino de los cielos y el poder de atar y desatar.
La esperanza en que el Señor cumplirá estas promesas, incluida la cuarta, nos llena de paz y nos hace mirar con calma al futuro. Por mucho que alguno de nosotros piense que ama a la Iglesia, lo cual le lleva a estar inquieto ante tantas cosas que suceden en ella, hay que recordar que más la ama Cristo y que Él ha prometido que nunca la abandonará y que por muy fuerte que sea la tormenta, la barca no se hundirá. Aunque salgan personajes que digan que el futuro está atado y bien atado y que va a ser como ellos dicen, cada vez más alejado de lo que Cristo enseñó, nadie está por encima de los planes de Dios, nadie es más poderoso que la divina providencia. Esta es nuestra esperanza y sabemos que no vamos a quedar defraudados. Confianza absoluta en Dios, confianza ciega si es preciso, y vivir intensamente la virtud de la esperanza, mientras no nos rendimos en la lucha.