La mayor riqueza
La mayor riqueza
El amigo ha de ser como el dinero,
que antes de necesitarlo,
se sabe el valor que tiene.
-Sócrates-
La recompensa de la amistad es la amistad misma. Ya lo dijo el poeta: «Es la santa amistad virtud divina / Que no dilata el premio de tenerla, / Pues ella misma es de sí misma el fruto». En efecto, pocos gozos hay en esta vida tan puros, tan intensos y tan seductores como los que producen una íntima y profunda amistad.
Hay quien ve en la amistad un reflejo de Dios porque, para que sea verdadera, la mistad tiene que ser desinteresada, sin miras egoístas de posterior beneficio. Por eso la amistad es mérito y premio justamente.
No vive sabiamente el que no se rodea de algunos amigos verda- deros. Cultiva la amistad con un grupo selecto de personas de ideales semejantes hasta formar un pequeño círculo amistoso. Decía Luís Vives: «No hay mayor riqueza que la verdadera amistad».
La amistad enriquece la personalidad y, si es profunda y verdadera, lleva consigo un algo ideal, elevado, infinitamente dulce. Se ha dicho, y con razón, que las buenas amistades llenan muchas lagunas en una vida, destierran muchos sueños malsanos y ayudan a andar rectamente.
Algunos marcan matices a la amistad. Una amistad estupenda es la que busca el bien del amigo. Una amistad más espléndida, es aquella que busca para el amigo los bienes más altos y una amistad maravillosa es aquella que proporciona al amigo una progresión creciente por los caminos que llevan a Dios. Si, amigos, la verdadera amistad tiene sus raíces en el alma misma.
Por eso fue genial la idea de instaurar la Adoración Perpetua en las ciudades que vivimos. Cristo, el Amigo, recibiéndonos las 24 horas del día todos los días del año. La Fuente de la Amistad manando ininterrumpidamente para que yo, en el día a día, lleve el Amor ─con mayúscula─ a todos los hombres, a toda la sociedad, ese Amor ─con mayúscula─ que me enseña que tengo que hacer el bien a todos, incluso a mis enemigos.
Recuérdalo, amigo: No hay mayor riqueza que la verdadera amistad, esa que nace del Amor, con mayúscula.
que antes de necesitarlo,
se sabe el valor que tiene.
-Sócrates-
La recompensa de la amistad es la amistad misma. Ya lo dijo el poeta: «Es la santa amistad virtud divina / Que no dilata el premio de tenerla, / Pues ella misma es de sí misma el fruto». En efecto, pocos gozos hay en esta vida tan puros, tan intensos y tan seductores como los que producen una íntima y profunda amistad.
Hay quien ve en la amistad un reflejo de Dios porque, para que sea verdadera, la mistad tiene que ser desinteresada, sin miras egoístas de posterior beneficio. Por eso la amistad es mérito y premio justamente.
No vive sabiamente el que no se rodea de algunos amigos verda- deros. Cultiva la amistad con un grupo selecto de personas de ideales semejantes hasta formar un pequeño círculo amistoso. Decía Luís Vives: «No hay mayor riqueza que la verdadera amistad».
La amistad enriquece la personalidad y, si es profunda y verdadera, lleva consigo un algo ideal, elevado, infinitamente dulce. Se ha dicho, y con razón, que las buenas amistades llenan muchas lagunas en una vida, destierran muchos sueños malsanos y ayudan a andar rectamente.
Algunos marcan matices a la amistad. Una amistad estupenda es la que busca el bien del amigo. Una amistad más espléndida, es aquella que busca para el amigo los bienes más altos y una amistad maravillosa es aquella que proporciona al amigo una progresión creciente por los caminos que llevan a Dios. Si, amigos, la verdadera amistad tiene sus raíces en el alma misma.
Por eso fue genial la idea de instaurar la Adoración Perpetua en las ciudades que vivimos. Cristo, el Amigo, recibiéndonos las 24 horas del día todos los días del año. La Fuente de la Amistad manando ininterrumpidamente para que yo, en el día a día, lleve el Amor ─con mayúscula─ a todos los hombres, a toda la sociedad, ese Amor ─con mayúscula─ que me enseña que tengo que hacer el bien a todos, incluso a mis enemigos.
Recuérdalo, amigo: No hay mayor riqueza que la verdadera amistad, esa que nace del Amor, con mayúscula.
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