Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Del día en que Pablo Iglesias abandonó el seminario

por En cuerpo y alma

 

 

            La guerra “a primera sangre” que se desarrolla en el emergente grupo político de la imaginativa izquierda española entre eclesiásticos y rejoneadores aun nos ha de deparar importantes sorpresas, pero la primera, para empezar, no está nada mal.

            Con ese “¡nunca debiste salir del seminario!” colgado en su twitter personal, el jovencito Errejón le ha colocado a Pablo Iglesias un rejón de muerte en tó lo arto, un rejón que, además, ha servido al periodismo patrio para sacar a la luz los episodios más secretos y menos conocidos de la vida juvenil del flamante líder podemita. Quién lo iba a decir: haciendo por una vez honor a su apellido, ahora resulta que Pablo Iglesias pasó nada menos que ¡¡¡seis años!!! en el seminario, quedándose a ¡apenas tres meses! de ordenarse sacerdote.
 
            Y no un sacerdote cualquiera. “Pablito, como todos le llamábamos, era muy impulsivo”, declara su profesora de Fenomenología e Historia de las Religiones, la teóloga valenciana Carmen Amemola. “En el verano de 2001, entre el tercer y cuarto curso del seminario, se fue a Suiza, y removió Roma con Santiago, nunca mejor dicho, para entrevistarse personalmente con Bernard Fellay, que por aquel entonces ejercía como superior de la Hermandad Sacerdotal San Pío X”. Una asociación, esta Hermandad Sacerdotal San Pío X, fundada por el famoso obispo francés Monseñor Marcel Lefebvre y conocida por su rechazo frontal del Concilio Vaticano II y por su defensa de la liturgia tradicional en latín con el sacerdote oficiando de espaldas al público.
 
            Pues bien, el diario ABC da por sentado que la anónima referencia de Mons. Fellay en su obra “Un obispo ante el precipicio” (“Un évêque devant le précipice” Ed. La Blage des Belges. 2001), se refiere, sin lugar a dudas, a Pablito.
 
            “Vino a visitarme un joven español. Provenía del seminario español de Alhaurín de la Torre [curiosamente, el mismo en el que estudiaba Iglesias] Llevaba el pelo corto, me llamó la atención la raya perfecta en el centro de la cabeza, y un bigotito y una barbita de cuatro pelillos mal afeitados. Debía de estar en los últimos años del seminario. Tenía brillantes notas, pero las anotaciones de algunos de sus profesores avisaban sobre su carácter impulsivo y, según decían, “algo radical”. Eso lo sé porque él mismo me lo contó. Me animó a perseverar en la que él llamaba “la lucha”. Sostenía con una pasión que no ví ni en el mismísimo Marcel [sic, se refiere a Mons. Lefebvre] que había que sostenerse en el Concilio Vaticano… “¡pero en el Primero!” enfatizaba apasionadamente, “¡sólo en el Primero!”. El Segundo, que él nunca mencionaba por su nombre y al que se refería siempre como “El Nefando”, “no puede traer, -eran sus propias palabras-, sino pecado y perdición”. Sabía mucho de teología, pero a decir verdad, lo liaba todo un poco” (op. cit. pág. 68).
 
            Al mismo muchacho, -según ABC, Pablito redivivo-, continúa refiriéndose Fellay unos renglones más adelante:
 
            “Habló también de política. Y digo “habló”, y no “hablamos”. Hablaba y hablaba, no había manera de pararlo, tenía algo de incontinencia verbal, como esos predicadores televisivos que hablan y hablan y no dicen nada. Yo no podía intervenir. Se explayó con los comunistas, a los que llamaba “la encarnación del mismísimo diablo”. “La Iglesia debería ser más combativa con el comunismo” insistía, y lo hacía con tanta pasión que a veces me daba la impresión de que a quien llamaba comunista… ¡¡¡era a mí mismo!!!”.
 
            “Todo cambió de la noche a la mañana”, sostiene su profesor en el seminario de Estructura y Dinamismo de la Vida Espiritual, el Padre Maestre De La Poitrine. “Cuando se acercaba el momento de su ordenación, empezó a frecuentar un pequeño estudio de radio que había a la salida del seminario. No sabíamos lo que hacía en él, pero parece que le dieron un pequeño espacio en un programa. Empezó a dejarse el pelo largo, él que hasta el momento lo había llevado muy corto, con la raya perfecta al centro… y con un bigote y una barbita de cuatro pelillos mal afeitados”. Un compañero de seminario que no da su nombre, asiente: “Fue un cambio muy extraño. Pablo empezó a dejarse melena y a decir cosas absolutamente inesperables en su boca. Eso sí: seguía hablando sin parar, un poco como esos predicadores que salen en la tele, que hablan y hablan y no dicen nada”.
 
            Parece que los responsables de tan inesperado cambio eran un muchacho muy joven y barbilampiño, de sagaz mirada, al que Pablito sacaba cinco años, muy joven por lo tanto, y otro bastante mayor, -quince años mayor que Pablo, de hecho-, a los que había conocido un día en el parque y que le habían prometido un programa de televisión si les seguía.
 
            Inesperadamente, ocurrió lo que un semestre antes nadie habría esperado, pero que de unas semanas a esta parte parecía cantado: el devoto Iglesias, “Torquemada”, como le llamaban algunos compañeros de seminario, “Savonarola”, como era conocido por otros, el “nostálgico preconciliar”, según recoge la nota de su profesor de Análisis de Textos Filosóficos: Epistemología y Metafísica, abandonaba el seminario, haciéndolo… ¡¡¡puño en alto y a los acordes de la Internacional!!!
 
            Y así es como aquel niño “que nunca faltaba a misa y siempre quería ser el monaguillo”, según afirmaba la madre Beskan Salarrika, que de niño le daba religión en el colegio de las Ursulinas, pasaba de nostálgico seminarista a comunista postmoderno con un toquecito hortera a caballo entre lo preconciliar y lo sesentayochista.
 
            Pero no hay que perder la esperanza: lo asegura su octogenaria abuela, Encarnita Rojo, que todavía confía en que algún día “Pablito volverá a casa para acompañarme a misa, como hacía de pequeño. Y pasará el cepillo con ese estilo tan suyo… que hasta los más tacaños se sacudían el bolsillo ante el cepillo de Pablito”.
 
            Y bien amigos, una vez más, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Y ojito ojito, que hay por ahí mucho desaprensivo que intentará tal día como hoy hacerles alguna broma más o menos pesada o graciosa, más o menos oportuna o inoportuna, que para eso es el día de los inocentes (pinche aquí para conocerlo todo sobre la historicidad del evento, y aquí para conocerlo todo sobre las bromas que en tal día como hoy nos gastamos los unos a los otros).
 
 
            ©L.A.
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