Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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1936. Memorias de un salesiano (16)

por Victor in vínculis

9. LOS PELIGROS DE LA LIBERTAD  

DE NUEVO EN FAMILIA
 
De la cárcel volví a la Pensión Asturiana, donde me recibieron como a un “resucitado”, pues me creían muerto. La familia salmantina de doña Araceli Romero de Montero, y sus hijos Merche y Benigno, de los que ya hablé, me admitieron en su intimidad. Como las cosas iban de mal en peor, y aquella casa no nos ofrecía seguridad, decidimos dejarla.
 
La Casa de las Josefinas
 
Estas religiosas tenían un colegio en la calle San Mateo, incautado por los milicianos, convertido en CHECA, una más entre las muchas que había en Madrid. Las CHECAS eran, al estilo de Moscú, lugares de tormento. En ellas se sometía a los detenidos a una serie de pruebas hasta hacerlos “confesar” lo que sus verdugos pretendían. Muchos acababan por rendirse; pocos, los que resistían; algunos salían de ellas para ser fusilados.
 
Las Josefinas, con las que se había educado Merche, nos invitaron a compartir el piso, en frente del colegio. Las religiosas eran pocas, entre ellas la Superiora General, Sor Aurora. Pero allí se daban cita otras muchas, diseminadas por Madrid. Allí me convertí en capellán de un pequeño convento. Yo las asistía espiritualmente. Mi familia salmantina me cuidaba en lo material; comida, ropa, y otros menesteres. Pero nuestra situación era insegura. Dos hombres sin documentación, y tantas mujeres juntas, las continuas visitas, y sobre todo, qué se yo, nuestra facha, nuestra actitud, nos traicionaban. Los registros eran  un continuo peligro. Había que conjurarlo a todo trance.
 

El edificio del Banco de Bilbao en la calle Alcalá de Madrid en el año 1937
 
La CNT-FAI
 
Los partidos políticos eran muchos. Formaban el Frente Popular. Los más extremosos o extremistas eran tres: la Confederación Nacional de Trabajadores, la Federación Anarquista Ibérica, la Unión General de Trabajadores (socialista) y el partido comunista. De ellos el más avanzado parecía   la CNT-FAI. Los otros partidos llamados republicanos, parecían ser de gente más pacífica, culta y burguesa. Eran, como si dijéramos, los técnicos-dirigentes, de la República.
 
Unidos estos diversos partidos, al principio de la guerra, acabaron por odiarse, y combatirse mutuamente.  En gran parte, este fue uno de los motivos del fracaso total del Gobierno y del Ejército “rojo”. Dentro de la repugnancia que sentíamos hacia estos grupos, la CNT-FAI despertaba una cierta simpatía, porque sus miembros eran valientes, decididos, enérgicos, y convencidos. Luchaban con fervor, por la causa del pueblo. No así los otros, que explotaban la Revolución, en provecho propio, ocupando los mejores puestos de mando. Eran los auténticos enchufados, como se decía entonces.
Era voz común que todo “indocumentado”, por centenares, mejor por miles, procuró camuflarse con el “carnet” de los anarquistas.  La gracia madrileña llegó a traducir las siglas, CNT-FAI con esta frase, mitad broma y mitad verdad: Con Nosotros Todos Fascistas Aquí Ingresad, esto es CNT-FAI.
 
Un dato como ejemplo: El secretario de la CNT-FAI en el sindicato de enseñanza, era un sacerdote, lo conocí personalmente.
 
Anarquista y así me camuflé como otros muchos. Para obtener el “carnet” era necesario un aval de dos miembros, al menos del partido. Jesús Ruiz, ex salesiano y profesor mío en Salamanca, y un amigo suyo, me consiguieron la credencial de furibundo anarquista.  Así pude circular por Madrid, con más libertad y dedicarme, no solo al ministerio sacerdotal, sino también a dar clases en casa de confianza y de buena reputación.
 
Para mayor garantía y seguridad me cambié de nombre y apellidos, aumenté los años, con prudencia, con vistas a una posible llamada de nuevas quintas. Me llamé José García Fernández, nombre y apellidos de los del montón.
 
Entre tanto seguía siendo capellán, confesor, y mentor espiritual de mi familia, y de las monjas.  Hacíamos vida normal de piedad: misa diaria, lectura espiritual y otras prácticas. Visitaba periódicamente otras casas religiosas. Andando el tiempo llegué a decir misa, casi regularmente cada día de la semana, en casa distinta.
 
Un ejemplo entre muchos: en la calle Serrano, en el segundo piso,  de una Legación Cubana, se escondía una comunidad de religiosas dominicas. Como las Legaciones extranjeras estaban custodiadas por la Policía Armada, entonces llamada Guardia de Asalto, el edificio gozaba de cierta inmunidad. Las monjas vivieron toda la Guerra, sin ser molestadas. Las atendí algún tiempo. Les decía misa con ornamentos. Se acompañaban los cantos con el armónium. Teníamos exposición con el Santísimo Sacramento y se daba solemnemente la bendición. No faltó nunca el fuego, ni el incienso.  Se daba cita allí mucha gente buena y piadosa. Como esta capilla hubo otras muchas en Madrid.  Estaban cerrados todos los templos católicos. En cambio funcionaron toda clase de iglesias; hebreas, musulmanas, hindúes y protestantes.
 
Mi hermano
 
Apenas salí de la cárcel, localicé a mi hermano, Leandro. Su historia desde su detención en agosto de 1936, en nuestro noviciado de Mohernando (Guadalajara) es un tejido extraño de hechos y circunstancias providenciales. Llevado a la cárcel de Guadalajara, después de muchos incidentes, fue condenado a servir en el manicomio de Guadalajara. Sus verdugos tenían la “sana intención” de que acabara loco.
 
Dios torció sus planes, o mejor dicho Dios convirtió en Bien, lo que parecía que iba a ser un mal.  El Manicomio fue, para mi hermano, asilo y oasis de paz, donde vivió querido y respetado. Allí gustó las más delicadas emociones y gozó de una muy especial Providencia. Pero esto es un asunto aparte.
 
Puestos en contacto, vino a verme a Madrid. Para mí era más difícil desplazarme. Más adelante el contacto frecuente con mi hermano nos proporcionará cierto “bienestar”, en los días más difíciles de la Guerra. De ello hablaré más adelante.
 
He de hacer constar, ante todo aunque sea tarde, que tanto mi hermano como yo, estábamos convencidos  de la protección de nuestro  tío  Enrique Saiz,  mártir de la Cruzada (bajo estas líneas), que nos defendió de los peligros, nos sacó de los graves apuros en que nos vimos envueltos, y nos llevó hasta el fin de la Guerra. De él se sirvió Dios para darnos tan singulares muestras de predilección.
 

 
LOS ATENEOS LIBERTARIOS - OTRA VEZ MAESTRO
 
Ante la necesidad de justificar mi situación, como miembro del partido anarquista, y para ganar un sueldo, decidí hacerme maestro, toda vez que el carnet,  por cierto perdido en la cárcel, de Maestro Nacional, no me servía para nada,  antes bien era contraproducente.
 
EL ATENEO “LA VIÑA

 
Con los avatares de la guerra, como el cerco de Madrid, por los Nacionales y los desplazamientos obligados de pueblos enteros, y de los barrios extremos de la capital, hacia el Centro, la población aumentó considerablemente, complicando el problema de los abastecimientos.
 
La población infantil quedó desamparada y sin escuelas. Los Grupos Escolares fueron incautados, para ser dedicados a Hospitales y servicios civiles o militares de la retaguardia. La CNT acudió con muy loable esfuerzo, a atender a los niños, en edad escolar. Había que crear e improvisar maestros y locales. La enseñanza y la “cultura”, decían ellos, estarían bien, un medio de ganar la guerra. Se convocaron unas oposiciones de maestros, para los llamados pomposamente, Ateneos Libertarios, dentro del sindicato de Enseñanza cenetista.  No me fue difícil ganar la oposición, con el número dos, frente a un centenar de opositores.
 
Me correspondió explicar una lección de Historia. Escogí un tema de la Edad Media, sobre todo la relación entre moros y cristianos.
 
Las pruebas se hacían al aire libre, en un “chalet” de la Castellana. Un grupo de alumnos, niños y niñas, eran mis pupilos. El Tribunal, formado por maestros, un hombre y dos mujeres, todos anarquistas de pacotilla como yo, me felicitó públicamente. Un canto alusivo al tema, sencillo y popular, que los niños aprendieron fácilmente, fue incluso aplaudido. Gané la oposición.
 
Carmen Montalvo Espinosa, opositó conmigo. Obtuvo el primer puesto. Era una joven de admirables dotes humanas y gran maestra. Una vocación clarísima de religiosa. Hija única de sus padres, profundamente católicos. La madre había muerto en los preliminares de la guerra. Carmen cuidaba de su padre. El caso es que amistamos, íntimamente. Como éramos los dos primeros opositores, escogimos el Ateneo Libertario de la Viña, en el barrio de Tetuán, por parecernos más seguro, para pasar desapercibidos.
 
Nuestra escuela, tenía dos aulas y el material imprescindible. Andaban mezclados niños y niñas, entre los diez y dieciséis años, lo que nos obligaba a hacer varias secciones. Ella, Carmen, tenía los pequeños,  y yo los mayores. Al frente de la Escuela, como responsable estaba un tal José, hombre mayor, sin cultura. Nos pagaban bien, aunque el dinero valía poco. Las clases empezaban a las 10 de la mañana y acababan a la una. Por la tarde de tres a cinco. Debíamos dar clases nocturnas, a los analfabetos, de ocho a diez. Muchos eran los mismos hermanos mayores de los alumnos.  Todo funcionó normalmente, hasta que un día…
 
“YO A TI TE CONOZCO, ERES CURA”
 
Y… un día, uno de mis alumnos, me espetó, a bocajarro estas palabras.
 
-“Yo, a ti, te conozco. ¡Eres cura! Te he visto en los salesianos.
 
Tenía razón. Me pareció reconocerlo. Yo había visto aquella cara. Menos mal que el chico me lo dijo un poco aparte. Con todo, me quedé de una pieza. Debí cambiar de color. El chico lo notó. Pero sacando fuerzas de flaqueza, y mintiendo descaradamente.
 
-Fíjate bien, en lo que dices, insistí, con una falsa seguridad, que me traicionaba.
-Tú has estado en los salesianos de Cuatro Caminos, continuó él.
-Te confundirás con alguien parecido. Hay muchos burros con el mismo pelo, proseguí, con autoridad de maestro.
 
Zanjé la cuestión como pude, pero no quedó convencido. Luego conté a Carmen el incidente. Por fortuna, no tuvo más trascendencia que el susto, pero anduve con cuidado. Nuestra situación como maestros duró unos meses.
 
Los bombardeos hacían peligrar a aquella zona, y la cuestión económica que andaba floja, y que nuestro responsable José, que resultó ser un antiguo criado de una familia noble de Madrid, traducía a la manera suya, con la frase “siempre y cuando la cuestión estomacal”, obligaron a cerrar el Ateneo “La Viña”, trasladándolo a una zona más tranquila y céntrica. Carmen y yo decidimos darnos de baja. Ella buscó clases particulares y yo me militaricé.
 
Pero antes no quiero silenciar un episodio curioso y simpático.
 
LOS BOMBARDEOS DE PAZ
 
Bombas de pan y víveres
 
Los Nacionales, para sostener la Moral, de los que esperaban con ansia, su liberación, inventaron un original y llamativo procedimiento de “bombardeo” pacífico, que suscitó a la vez, odio y envidia.
Grandes aviones, bautizados por el humor castizo de los madrileños, con el nombre de “pavas” a gran altura y brillantes de plata, a los rayos del sol, durante algunos días, bombardearon la ciudad con proyectiles de paz.
 
Lanzaban sobre la población y sobre todas las zonas escolares, panecillos, latas de conservas, cajitas de galletas, y otros comestibles, provistos de pequeños paracaídas. Todo iba envuelto en los colores Nacionales, con letreros y etiquetas. Algunos rezaban así: “Este es el pan de la España de Franco”. “Estos son los alimentos de la España Nacional”. “Madrileños, pasaos a nuestras filas” “Aquí vivimos en paz”.  Y otros por el estilo. Corrieron voces de que aquellos estaban envenenados. Muchos se abstuvieron de levantarlos. Otros, sin parar mientes en las amenazas y en la prohibición de las autoridades, hambrientos como estaban, los recogían.
 
Preferimos, decían el veneno a morir de hambre. No hará falta decir que Carmen y yo, como muchos otros los recogíamos avaramente, y llenos de emoción, fingiendo retirarlos para que no perjudicasen. Los llevamos a casa, para que los nuestros participasen del regalo. Un detalle. Como venían de tanta altura, una lata de conserva, acertó a dar en la cabeza a un pobre viejo, que tomaba el sol, matándole en el acto.


 
MILICIANO DE LA CNT
 
Como los frentes exigían cada día más hombres, se llamaron nuevas quintas. Jóvenes de 16, 17, y 18 años, así como hombres maduros, hasta de más de cuarenta años, engrosaron en las filas del ejército “rojo”.
 
La bestia de la Guerra devoraba sin descanso, hombres y vidas. Las Brigadas Internacionales, cubiertas con la gente más despreciable de los países comunistas o simpatizantes de los rojos, fueron una  considerable ayuda, pero la verdadera carne de cañón eran  los españoles.
 
Los extranjeros, por cierto, bien pagados,  a base de oro robado al Tesoro Nacional,  en cuanto vieron la causa perdida, soltaron las armas y huyeron.
 
Sin escuela y sin trabajo, busqué recomendación y gracias a un amigo, me alisté a un grupo de la Escuela de Ingenieros Industriales, militarizada, al servicio del Ministerio de la Guerra, en una sección especial, llamada, “Recuperación de materiales deteriorados en los frentes”.
 
La Escuela de Ingenieros, estaba situada en la Castellana. Al frente de ella, un ingeniero industrial, un tal Villanueva, oficialmente gubernamental, en el fondo, como intelectual, simpatizante de los de Franco.
 
Mi amigo me presentó a él, como sacerdote. Me aceptó bien, y me desligó de todo servicio. Yo estaba únicamente para servicio espiritual de la escuela, y de los que allí se hallaban enchufados.
 
Nunca mejor dicho, del enchufe. Vestí el uniforme militar, de la mejor tela, botas del mismo estilo, gorro y demás prendas. Se me dio carnet militar, y se me destinó dentro de la escuela, a la Sección titulada, “Acopios y Suministros”. No he dicho que la citada Escuela, era una fábrica taller, donde se reparaban armas, se fabricaban bombas, alambradas, y toda clase de artículos de  Guerra. Incluso se fabricaban pólvora, explosivos, y preparados líquidos y gaseosos, ante la posibilidad, que no se dio, de una guerra química.
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