Domingo, 22 de diciembre de 2024

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De los Gorbachov, Walesa, Pozgay y Havel en la hora del muro de Berlín

por Luis Antequera

            Indiscutiblemente, si todos los eventos que constituyeron el importante proceso que se desarrolló en 1989 y que terminó conduciendo a la caída del Telón de Acero que llamaba Churchill, hubiera que condensarlos en una fecha que nos sirviera para escenificar la mucha alegría que produjeron, dicha fecha indiscutiblemente sería la de hoy, 9 de noviembre, ya que un 9 de noviembre del año 1989, un exultante pueblo alemán se lanzaba a la calle martillo en mano para derribar un muro de 125 kms. de largo y tres metros de alto que cercaba al ciudad de Berlín y simbolizaba la ignominia que significaba la que probablemente ha sido la dictadura más cruel de la historia, la que ejercía en el este de Europa el comunismo.
 
            Más allá de lo llamativo de la fecha, tal vez sea también el momento de hacer un breve repaso de aquel prolífico año 1989 en el que vivimos peligrosamente, el cual propongo hacer a través de los cuatro personajes que considero clave en esta historia.
 
            El primero, qué duda cabe, Mijail Gorbachov, autor intelectual de la perestroika (reforma) y la glasnost (transparencia), que terminaron conduciendo al colapso de la tiranía soviética. Con no ser poco, no fue a mi entender el mejor servicio que rindió a la causa, sino la denuncia que hiciera de la que se daba en llamar Doctrina Breznev, por la que la Unión Soviética se había arrogado hasta entonces el derecho a intervenir en cualquiera de los países de su área de influencia si el régimen comunista que los sojuzgaba se viera en peligro, denuncia con la que Gorbachov ponía en evidencia que sin el respaldo soviético, los distintos regímenes comunistas del este de Europa caían uno tras otro como chinches.

              Gorbachov había sido jefe del temible KGB soviético. Era pues un hombre del sistema, y lo que es más significativo, dentro de él, de sus cloacas. Con toda probabilidad, su "conversión" a las bondades de la democracia tuvo menos que ver con el desengaño sobre el comunismo que con la constatación de que la Guerra Fría estaba perdida para la Unión Soviética, la cual dedicaba cuando él llegó al poder porcentajes impagables de su PIB, -hablamos de dos dígitos altos-, al solo objeto de sostener el pulso a unos Estados Unidos que dedicando a la partida militar lo que probablemente no representaba ni un 5% de su PIB, llevaban ya una ventaja inalcanzable.
 
            El segundo sería el polaco Lech Walessa, que mediante la presión que ejerciera a través del sindicato Solidaridad por él fundado, forzó al entonces presidente de su país, el General Jaruzelsky a negociar unas elecciones libres, las cuales dieron como resultado en abril de 1989, el primer gobierno no comunista en la Europa del Este desde la Segunda Guerra Mundial, el que presidiera el miembro del sindicato Mazowiecky.
 
            El tercero sería el húngaro Imre Pozsgay, quizás el más olvidado de los cuatro, quien tras desembarazarse del gran preboste del régimen húngaro, Janos Kadar, inició la reforma del sistema comunista desde dentro. Pozsgay tomó la decisión nunca suficientemente ponderada de abrir la frontera húngara con Austria, agujero que si por un lado fue por el que escaparon tantos germano-orientales hacia la Alemania Occidental y la libertad, por otro lado fue por el que se vació el comunismo como si de una bañera a la que le hubieran quitado el tapón se tratara.
 
            Y el cuarto, el escritor checo Vaclav Havel, protagonista junto con el héroe de la Primavera de Praga de 1968, Alexander Dubcek, de la que pasa a la historia como Revolución de Terciopelo, que pondría fin de manera pacífica al régimen comunista checo.
 
            Cuatro personajes para una de las páginas más bellas del oprobioso siglo XX, cuatro personajes, pues, para la historia amable.
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