"Las inocentes" españolas (3)
La cuarta religiosa que subió a los altares lo hizo antes de que su fundador fuese canonizado. La beata María Mercedes del Sagrado Corazón Prat y Prat (4) fue beatificada el 29 de abril de 1990. Su fundador Enrique de Ossó fue beatificado en 1979 y canonizado en 1993 por san Juan Pablo II.
Mercedes Prat nació en Barcelona el 6 de marzo de 1880, en el seno de una familia de comerciantes. Sus padres se llamaban Juan y Teresa y ambos murieron cuando ella contaba con solo 15 años. Ingresó a la Compañía de Santa Teresa de Jesús en 1904 e hizo sus primeros el 10 de marzo de 1907, con el nombre por el de María Mercedes del Sagrado Corazón. En 1909 fue trasladada al colegio de la Purísima Concepción de Madrid, donde ejerció como docente; trasladada de nuevo a Barcelona, profesó sus votos perpetuos en 1913. En la comunidad de Sant Celoni se dedicó a la enseñanza de los párvulos y al servicio de la sacristía. Finalmente fue traslada a la casa central de Barcelona en 1920, donde permaneció hasta sus últimos días.
El 19 de julio de 1936 los milicianos incendian la iglesia de Nuestra Señora de Bonanova, cercana a la Casa Madre de la Compañía de Santa Teresa de Jesús. Las Superioras dispersan a las Religiosas que vestidas de seglares se refugian en casas de familias amigas. Al día siguiente, la F.A.I. (Federación Anarquista Ibérica) comenzó a registrar los domicilios sospechosos de albergar sacerdotes y religiosas. Como las represalias hacia las familias podían ser terribles, la Madre Mercedes Prat (56 años) y la Hna. Joaquina Miguel (portuguesa) decidieron encaminarse hacia la casa de la hermana de la Madre en el barrio de Horta, al otro extremo de la ciudad de Barcelona donde se encontraban. Después de dos horas andando, fueron detenidas por un hombre a quien resultaban sospechosas por su indumentaria.
“Partimos con mucho miedo, y a eso de las diez de la mañana unos rojos nos detuvieron por ser monjas. La madre Mercedes confesó claramente que éramos religiosas de la enseñanza, y el jefe de la cuadrilla nos llevó a una casa donde había muchísimos hombres, todos armados. Antes de entrar hicieron con nosotras un simulacro de fusilamiento y luego nos condujeron a un patio abierto donde había un joven (el beato Pablo Noguera, hermano de los Sagrados Corazones, del Santuario de Nuestra Señora del Coll), dos franciscanas (las beatas Micaela del Sacramento Rullán y Catalina del Carmen Caldés) y una viuda (la beata Prudencia Cañellas) a quien habían prendido por hospedar a los religiosos en su casa (los cuatros fueron beatificados en 2007).
Nos registraron antes de meternos en un cuarto que nos sirvió de cárcel. Allí guardaban armas y municiones, que los rojos nos arrojaban a puñados a la cara y, como entraban y salían continuamente, nos hicieron pasar muy malos ratos; unas veces apuntándonos con fusiles, otras amenazándonos con golpes capaces de rompernos la cabeza, otras oprimiéndonos de tal forma que ni respirar podíamos… El jefecillo que nos había secuestrado, al recibir una orden del Gobierno, mandó que pusieran en libertad a todas las mujeres; pero sin preocuparse de nosotras, se marchó a otra parte dejándonos prisioneras. Los rojos aparentaron obedecer el mandato, pero tan lejos estuvieron de hacerlo, que a eso de las nueve de la noche nos obligaron a subir a una camioneta para conducirnos a toda velocidad a un campo situado en una carretera.
Allí nos hicieron bajar y nos colocaron de una lado a la Madre Mercedes, a una franciscana y a mí; frente a nosotros, el joven que creíamos jesuita (el beato Pablo Noguera), y un poco más abajo, a la otra franciscana con la viuda que la tenía en su casa.
Fueron muchos los tiros que llovieron sobre nosotros, porque eran cinco los asesinos y cada uno disparó dos veces con su ametralladora. A la M. Mercedes, sin duda, la perforaron los pulmones por varias partes. Cuando todos caímos en el suelo se marcharon y nos dejaron solas. Vi tan mal a la M. Mercedes que le cogí la cabeza para recostarla; pero al preguntarme ella qué tal me encontraba y responderle yo que me sentía muy mal, dijo que no quería incomodarme, levantó la cabeza y la puso en el suelo. Entonces le pregunté con angustia:
-Madre Mercedes, ¿y adónde iré yo?
-Haga lo que le parezca mejor –me contestó-. Vaya al piso donde están las madres del Consejo o a casa de doña Esther, o pida a alguien que la auxilie. Yo no me levantaré más de aquí.
Era natural que así fuera, porque siendo tan alta y habiendo recibido en pie la granizada de balas, estaba materialmente acribillada y se quejaba a gritos, rezando en voz alta el Padrenuestro y la jaculatoria Jesús, María y José; yo no hacía más que recomendarle que hablara bajito, porque vendrían los rojos otra vez.
Sucedió lo que yo estaba temiendo, porque pasó un auto con un hombre solo, y al ver que aún vivíamos sacó un fusil y disparó; el tiro tocó también a la M. Mercedes, porque yo me hice la muerta al oír que el coche se acercaba.
La otra franciscana que estaba en nuestro grupo no murió, al menos por entonces, y se fue; quería que yo la acompañara, pero me negué a separarme de la M. Mercedes mientras estuviera viva. Quedó tendida en tierra junto a mí hasta que le fueron faltando las fuerzas y cesó de quejarse; murió con mucha paz, y antes de retirarme le compuse el vestido para que estuviera con toda modestia. En su actitud parecía un ángel del dolor.
Nos fusilaron como a las diez de la noche del jueves 23 de julio, y la madre Mercedes moriría a eso de las dos de la mañana”
(Los horrores de la Guerra Civil: Testimonios y vivencias de los dos bandos por José María Zavala, 2011).
El fusilamiento tuvo lugar en las afueras de Barcelona, camino del Tibidabo, en la famosa curva, llamada Rabassada (ver mapa, sobre estas líneas). Cuando la Hermana Joaquina comprendió que ya había muerto, a campo traviesa, se metió por la primera senda que encontró para no caer en manos de aquellos bárbaros cuando vinieran a recoger los cadáveres. La bondad divina la condujo, después de muchas peripecias, al Cónsul de Portugal, que la protegió con verdadera caridad. La Hermana Joaquina Miguel murió en Braga (Portugal) el 12 de abril de 1994.
Altar con los restos de la beata Mercedes Prat y Prat en la capilla del Colegio de las Teresianas de la calle Ganduxer de Barcelona
Ya publiqué sobre esta jornada sangrienta en este post:
http://www.religionenlibertad.com/la-noche-del-23-de-julio-en-barcelona-16743.htm
Mercedes Prat nació en Barcelona el 6 de marzo de 1880, en el seno de una familia de comerciantes. Sus padres se llamaban Juan y Teresa y ambos murieron cuando ella contaba con solo 15 años. Ingresó a la Compañía de Santa Teresa de Jesús en 1904 e hizo sus primeros el 10 de marzo de 1907, con el nombre por el de María Mercedes del Sagrado Corazón. En 1909 fue trasladada al colegio de la Purísima Concepción de Madrid, donde ejerció como docente; trasladada de nuevo a Barcelona, profesó sus votos perpetuos en 1913. En la comunidad de Sant Celoni se dedicó a la enseñanza de los párvulos y al servicio de la sacristía. Finalmente fue traslada a la casa central de Barcelona en 1920, donde permaneció hasta sus últimos días.
El 19 de julio de 1936 los milicianos incendian la iglesia de Nuestra Señora de Bonanova, cercana a la Casa Madre de la Compañía de Santa Teresa de Jesús. Las Superioras dispersan a las Religiosas que vestidas de seglares se refugian en casas de familias amigas. Al día siguiente, la F.A.I. (Federación Anarquista Ibérica) comenzó a registrar los domicilios sospechosos de albergar sacerdotes y religiosas. Como las represalias hacia las familias podían ser terribles, la Madre Mercedes Prat (56 años) y la Hna. Joaquina Miguel (portuguesa) decidieron encaminarse hacia la casa de la hermana de la Madre en el barrio de Horta, al otro extremo de la ciudad de Barcelona donde se encontraban. Después de dos horas andando, fueron detenidas por un hombre a quien resultaban sospechosas por su indumentaria.
“Partimos con mucho miedo, y a eso de las diez de la mañana unos rojos nos detuvieron por ser monjas. La madre Mercedes confesó claramente que éramos religiosas de la enseñanza, y el jefe de la cuadrilla nos llevó a una casa donde había muchísimos hombres, todos armados. Antes de entrar hicieron con nosotras un simulacro de fusilamiento y luego nos condujeron a un patio abierto donde había un joven (el beato Pablo Noguera, hermano de los Sagrados Corazones, del Santuario de Nuestra Señora del Coll), dos franciscanas (las beatas Micaela del Sacramento Rullán y Catalina del Carmen Caldés) y una viuda (la beata Prudencia Cañellas) a quien habían prendido por hospedar a los religiosos en su casa (los cuatros fueron beatificados en 2007).
Nos registraron antes de meternos en un cuarto que nos sirvió de cárcel. Allí guardaban armas y municiones, que los rojos nos arrojaban a puñados a la cara y, como entraban y salían continuamente, nos hicieron pasar muy malos ratos; unas veces apuntándonos con fusiles, otras amenazándonos con golpes capaces de rompernos la cabeza, otras oprimiéndonos de tal forma que ni respirar podíamos… El jefecillo que nos había secuestrado, al recibir una orden del Gobierno, mandó que pusieran en libertad a todas las mujeres; pero sin preocuparse de nosotras, se marchó a otra parte dejándonos prisioneras. Los rojos aparentaron obedecer el mandato, pero tan lejos estuvieron de hacerlo, que a eso de las nueve de la noche nos obligaron a subir a una camioneta para conducirnos a toda velocidad a un campo situado en una carretera.
Allí nos hicieron bajar y nos colocaron de una lado a la Madre Mercedes, a una franciscana y a mí; frente a nosotros, el joven que creíamos jesuita (el beato Pablo Noguera), y un poco más abajo, a la otra franciscana con la viuda que la tenía en su casa.
Fueron muchos los tiros que llovieron sobre nosotros, porque eran cinco los asesinos y cada uno disparó dos veces con su ametralladora. A la M. Mercedes, sin duda, la perforaron los pulmones por varias partes. Cuando todos caímos en el suelo se marcharon y nos dejaron solas. Vi tan mal a la M. Mercedes que le cogí la cabeza para recostarla; pero al preguntarme ella qué tal me encontraba y responderle yo que me sentía muy mal, dijo que no quería incomodarme, levantó la cabeza y la puso en el suelo. Entonces le pregunté con angustia:
-Madre Mercedes, ¿y adónde iré yo?
-Haga lo que le parezca mejor –me contestó-. Vaya al piso donde están las madres del Consejo o a casa de doña Esther, o pida a alguien que la auxilie. Yo no me levantaré más de aquí.
Era natural que así fuera, porque siendo tan alta y habiendo recibido en pie la granizada de balas, estaba materialmente acribillada y se quejaba a gritos, rezando en voz alta el Padrenuestro y la jaculatoria Jesús, María y José; yo no hacía más que recomendarle que hablara bajito, porque vendrían los rojos otra vez.
Sucedió lo que yo estaba temiendo, porque pasó un auto con un hombre solo, y al ver que aún vivíamos sacó un fusil y disparó; el tiro tocó también a la M. Mercedes, porque yo me hice la muerta al oír que el coche se acercaba.
La otra franciscana que estaba en nuestro grupo no murió, al menos por entonces, y se fue; quería que yo la acompañara, pero me negué a separarme de la M. Mercedes mientras estuviera viva. Quedó tendida en tierra junto a mí hasta que le fueron faltando las fuerzas y cesó de quejarse; murió con mucha paz, y antes de retirarme le compuse el vestido para que estuviera con toda modestia. En su actitud parecía un ángel del dolor.
Nos fusilaron como a las diez de la noche del jueves 23 de julio, y la madre Mercedes moriría a eso de las dos de la mañana”
(Los horrores de la Guerra Civil: Testimonios y vivencias de los dos bandos por José María Zavala, 2011).
El fusilamiento tuvo lugar en las afueras de Barcelona, camino del Tibidabo, en la famosa curva, llamada Rabassada (ver mapa, sobre estas líneas). Cuando la Hermana Joaquina comprendió que ya había muerto, a campo traviesa, se metió por la primera senda que encontró para no caer en manos de aquellos bárbaros cuando vinieran a recoger los cadáveres. La bondad divina la condujo, después de muchas peripecias, al Cónsul de Portugal, que la protegió con verdadera caridad. La Hermana Joaquina Miguel murió en Braga (Portugal) el 12 de abril de 1994.
Altar con los restos de la beata Mercedes Prat y Prat en la capilla del Colegio de las Teresianas de la calle Ganduxer de Barcelona
Ya publiqué sobre esta jornada sangrienta en este post:
http://www.religionenlibertad.com/la-noche-del-23-de-julio-en-barcelona-16743.htm
Comentarios