Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Un masón y una entrevista esperpéntica... abril de 1937

Ridículo del ridiculizador

por Victor in vínculis

Florentino Hernández Girbal (1902 - 2002) fue un periodista, escritor, crítico musical y de cine, historiador y biógrafo español. Antes de la Guerra Civil era de U.G.T. y miembro de la Logia Matritense número 12; durante la guerra fue miembro de la Asociación de Intelectuales Antifascistas y trabajó para la "Sección cinematográfica" de la revista Altavoz del Frente.

Hernández Girbal escribe esta entrevista para ESTAMPA, revista cultural española de tirada semanal, cuyo primer número fue publicado el 3 de enero de 1928. Estética, atractiva y popular, constituyó una auténtica innovación por su apoyo a la presencia de la mujer en la sociedad española, su inicial ausencia de ideología y el abundante material gráfico, en la línea de otras revistas europeas contemporáneas. Tras diez años de existencia, desapareció en 1938, en plena guerra civil española.

Apareció publicada esta doble página en el ejemplar del 17 de abril de 1937:

EL PUEBLO PELEA CON LA RAZÓN, DICEN LAS MONJAS QUE VIVEN EN MADRID

Mientras los hijos fuertes y jóvenes de Euskadi luchan con bravura sin igual en todos los frentes derrochando heroísmo y sacrificio por la República democrática, otros paisanos suyos, residentes en Madrid, cuidan con celo sin igual de los ancianos, los niños y los heridos. Cumpliendo un ineludible deber de humanidad en estos días trágicos han creado, con el apoyo y bajo los auspicios del Gobierno de Euskadi, un refugio que funcione de forma admirable. En él están previstas y resueltas todas las necesidades de los refugiados. Reciben un trato cordial, cariñoso, fraterno, y en las habitaciones amplias, llenas de luz, se respira limpieza e higiene. En el Refugio Vasco hay economato, clínica y escuela. Las risas y los juegos de los niños llenan de alegría toda la casa, y los ancianos trabajan sonrientes entre el tropel infantil y alternan con los pequeñuelos en sus juegos. El Refugio Vasco está dirigido por Juan Basterrechea, un antiguo marino que cumple su función de retaguardia con todo entusiasmo. A su lado tres auxiliares para él insustituibles: el médico Galo Escudero, Pedro Mendizal y el compañero Medinaveitia. Los cuatro dirigen la casa en todos sus aspectos. Allí están mañana, tarde y noche cuidando todos los detalles, haciendo grata la estancia a los refugiados.

-Tenemos aquí -nos dice Basterrechea- unos trescientos alojados entre ancianos, niños y heridos. También hay algunas religiosas que nosotros hemos acogido con todo cariño y no solamente por serlo, sino por humanidad. Se encontraban solas, sin apoyo de nadie y aquí han encontrado trabajo y casa. Están muy contentas. Luego hablará con ellas

En uno de los pisos altos del Refugio está instalada la escuela. Dos habitaciones espaciosas, llenas de pequeños pupitres. Tras los grandes ventanales que inundan las clases de sol, se contempla buena parte de Madrid. Dirige la escuela gratuitamente la maestra nacional Aurora Villaoz, y en sus tareas la ayudan dos de las religiosas acogidas. La enseñanza es confesional y la asistencia a clase obligatoria para todos los niños del Refugio. Muchos son hijos de soldados del Ejército popular. Mientras sus padres combaten, ellos estudian con gran afición. 

MONJAS DE CLAUSURA 

En varias habitaciones del piso quinto viven las religiosas acogidas por el Refugio. Excepto las más ancianas, todas trabajan. Hacen labores, limpian, cocinan y cosen para los soldados. Se han adaptado rápidamente a su nueva vida y están contentas. Cada una cumple escrupulosamente con la función que se le ha señalado. Casi todas fueron de clausura. Las hay jóvenes y viejas. Desde la novicia hasta la que lleva cincuenta y seis años de vida conventual. He aquí sus nombres y la Orden a que pertenecían: 

Agustinas, de Colmenar de Oreja: Dominica Larrañeta y Damiana Hernández; Concepcionistas de Torrijos y Escalona: Josefa Martínez, María Hípola, Matea Alonso, Engracia López Ullibarri y Gabriela Albalá; Carmelitas, de Don Benito: Luisa Azcoaga Lazcano, María Josefa Lizasuain y Rosa López Castelo; Capuchinas, de Toledo: Ramona Goñi y Pilar Jiménez; Adoratrices, de Madrid: Úrsula Gárate; Ángeles Custodios, de Chamartín: Juana Lipúzcua; Mercedarias de la Caridad: María Luisa Unzurrunzaga, Luciana Echevarría y Miren Arizaga; Hermanas de la Caridad: Josefa Toribio Fernández y Adoración Martínez. 

Las religiosas nos rodean y todas quieren hablar con nosotros, darnos sus impresiones, decirnos que están muy satisfechas y demostrarnos su gratitud para con los directivos del Refugio. Hay en sus palabras, en la convicción con que las pronuncian, una sinceridad plena. Ignorantes casi todas del mundo y de la vida, condenan con toda su alma esta guerra, algunos de cuyos dolores han gustado. En quienes por temor esperaban encontrar crueldades, hallaron cariño y comprensión, y las personas de quien seguramente se las había hablado como monstruos del Averno -jóvenes comunistas y socialistas- hoy son para ellas dignísimas. Hablan de estos camaradas colmándoles de elogios

“LA CULPA ES DE LAS ALTAS AUTORIDADES DE LA IGLESIA” 

-Son muy buenos, muy buenos, me dice conmovida Úrsula Gárate, una anciana de setenta y cuatro años, que lleva cuarenta dos de religiosa. 

El día que me sacaron del convento me llevaron a un centro comunista. Yo llevaba mucho miedo, pero duró poco tiempo. Unos jóvenes me trataron con todo respeto, me dieron de comer y prometieron que no me pasaría nada. Y aquí estoy sana y salva y muy contenta. El pueblo es muy noble. ¡Si los ricos no le hubieran maltratado tanto! 

-Mire madre -dice Juana Lipúzcua, una religiosa que posee el quinto año de Medicina y se expresa de una forma correcta-, la culpa fue de las altas autoridades de la Iglesia, por haber puesto la religión al servicio de los poderosos en vez de al servicio de los humildes. Esto hizo Jesús. Lo demás es ir contra sus doctrinas. Y quién sabe si en verdad era necesario un gran revulsivo para barrer muchas cosas y que vuelva todo a su primitivo estado de pureza

-¿Usted espera ese momento? 

Cómo no! El pueblo pelea con la razón y es lo suficientemente inteligente para distinguir lo bueno de lo malo. Conservará aquello y hará desaparecer esto. Yo me he horrorizado viendo cómo la aviación rebelde convertía en ruinas las iglesias y mataba a los niños. ¡En nombre de Dios no se puede matar! No es cristiano quien piense lo contrario. ¡Dios mío, qué horror de guerra! 

“MI PADRE, PERSEGUIDO POR LA DICTADURA, MURIÓ EN LA CÁRCEL” 

Ante mí está una muchachita menuda, simpática, vivaz. Tiene un bello nombre vasco: Miren. Miren Arizaga. Cuenta veintiún años y profesó a los diecisiete. Perteneció a las Mercedarias de la Caridad, de Mondragón. Viste modestamente y con soltura el traje para ella nuevo. 

-Yo ingresé en el convento por vocación -me dice. Mi padre era un liberal muy significado. Pertenecía al Partido Nacionalista Vasco, y durante la dictadura de Primo de Rivera fue muy perseguido. Al fin le apresaron y en la cárcel murió. A mi hermano le cogió este movimiento en Mondragón, que está en poder de los facciosos, pero huyó y se presentó a nuestro Gobierno en Bilbao. Ahora está en el frente del Norte

-Y usted, ¿se encuentra satisfecha? 

-Estoy muy agradecida a todos. No han tenido para mi más que atenciones. ¡Son muy buenos con nosotras! 

Compañeras de Miren son dos jóvenes de veinticuatro y treinta años: María Luisa Unzurrunzaga y Luciana Echevarría. Han perdido su aire de religiosas y se peinan y visten como dos muchachitas del pueblo. Muchas veces salen de paseo las tres por las calles de Madrid, y acostumbradas ya a esta nueva vida, no encuentran sorpresa alguna. Ríen y bromean entre ellas jugando con los niños. Nadie diría que son monjas. 

“TODO ERA FALSO. A MÍ ME HAN TRATADO CON RESPETO” 

Son la más vieja y la más joven de las refugiadas. Ramona Goñi, capuchina de Toledo, tiene setenta y cinco años, y Gabriela Albalá, concepcionista, cuenta diecinueve años. 

-Sinceramente, ¿esperaba usted que la acogieran de una forma tan cariñosa? 

-me dice sin vacilar-, porque en siendo vascos comprendía que eran buenos. 

-¿Cuántos años llevaba usted en clausura? 

-Cincuenta y seis. 

-¿No ha sido una sorpresa para usted comprobar que no somos tan malos como les decían? 

-Era falso todo, ¡todo! -repite con energía. Nadie me hizo mal desde que salí del convento. Yo he estado entre republicanos, entre socialistas, comunistas y anarquistas; pero a mí me han tratado con respeto. Pecaría si dijese que no había sido así. Dios sabe que es cierto cuanto digo. Él les pague todo lo que por mí han hecho

“QUEREMOS AYUDAR A LA CAUSA DEL PUEBLO” 

Al marchar muchas de las religiosas me acompañan hasta la puerta. Estrechan mi mano y se ofrecen sinceras.

-Diga usted -pide una- que nos manden todas las labores de costura que quieran. 

- -tercia otra-. Nosotras queremos trabajar cuanto podamos, ayudar en la medida de nuestras fuerzas a la causa del pueblo. ¡De alguna forma hemos de pagar las bondades que recibimos de él! 

Como ves, lector, en Madrid, en este Madrid “rojo”, al decir de los facciosos, las religiosas viven satisfechas y consideradas. 

  1. HERNÁNDEZ-GIRBAL

A MODO DE CODA. El título del artículo, por mi parte, lo dice todo. O sea que, un miembro de la masonería madrileña entrevistando a monjas de clausura detenidas... hablando mal de todo... permítanme que sospeche de invención... el primer documento al que accedo en mi archivo gracias a don Jose Manuel Ezpeleta, dice que una de esta religiosas (Matea Alonso) desde el 17 de marzo de 1937 es condenada a la pena de tres meses de sumisión a la custodia de la autoridad... demasiado bonito para ser verdad... todas las religiosas sabían que estaban asesinando monjas... y estas felices de la vida... ¡qué poco creíble!...

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