Lunes, 23 de diciembre de 2024

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El Mesías de Händel LXXII

por Alfonso G. Nuño

A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje (Rm 10,15).
Un nuevo versículo de la Carta a los Romanos en el que se cita el AT, concretamente el Sal 19 (18), 5. Las miríadas de mensajeros que anuncian la paz recorren toda la tierra y todos los tiempos, en obediencia al mandato recibido (cf. Mc 16,15). Y, como los mensajeros, aunque no pierden su individualidad, actúan como uno, el versículo lo canta el coro.

El Salmo en que se encuentra originalmente este versículo nos habla de otros mensajeros, de las criaturas de la bóveda celeste que ha hecho Dios:
El cielo proclama la obra de Dios, / el firmamento pregona la obra de sus manos: / el día al día le pasa el mensaje, / la noche a la noche se lo susurra (Sal 19(18),2s).
El Sol, la Luna y las estrellas, lejos de ser dioses, son seres creados por Dios y están a su servicio. Como mensajeros, sin pronunciar palabra, hablan de su Creador.
Lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismo se lo ha puesto delante. Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles, su poder eterno y su divinidad, son visibles para la mente que penetra en sus obras (Rm 1,19s).
Pero ahora el versículo del Salmo lo refiere S. Pablo a otros mensajeros. No son criaturas sin palabra, sino hombres que han creído en Cristo y han sido enviados por Él. No se trata de que lleven un conocimiento de Dios que pueda alcanzar la razón humana, sino de lo que es cognoscible solamente por fe. No se trata de dar a conocer solamente las perfecciones invisibles de Dios, su poder y divinidad, sino de anunciar que es Padre; que ha enviado a su Hijo para nuestra salvación y que, para ello, se ha hecho hombre, ha muerto en Cruz y ha Resucitado; que tras subir a los cielos, por medio de Él, el Padre ha enviado al Espíritu Santo.

Y este es un mensaje que no solamente tiene la pretensión de llegar a todos, sino que llega hasta el último confín de la tierra. Y el último confín es lo más profundo del corazón del hombre. Esto es así porque no son solamente las voces humanas las que llevan a cabo el anuncio; si no fuera por la acción del Espíritu Santo, esta palabra sería una palabra entre tantas otras. Por muy profunda que fuera, por muy penetrante que llegara a ser, no llegaría a lo más íntimo de la entraña humana. Pero llega al hondón del hombre y ahí resuena el anuncio de la salvación, que es llamada a ser de Cristo.

Un anuncio que, a la par, es suscitación de fe: "La fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo" (Rm 10,17). Pero es anuncio, propuesta, llamada... nunca imposición. El hombre por el don de la fe puede responder afirmativamente, pero también puede retraerse y distanciarse de esa palabra.
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