No hay que salirse de la realidad
No hay que salirse de la realidad
por Duc in altum!
La oración, los sacramentos y el estudio, son tres elementos importantes que fortalecen nuestra fe; sobre todo, ante los desafíos de cada día, de forma que la Misa, por decirlo de alguna manera, no queda condicionada a los 45 o 60 minutos de duración, sino que se prolonga a la semana, al trabajo, a la escuela, al banco, al supermercado, etcétera. De otra manera, se confunde su verdadero significado. Uno de los riesgos de la vida espiritual es perder los pies del suelo, saliéndose de la realidad, en la que, dicho sea de paso, Dios se hace presente y accesible a nuestro entendimiento y voluntad. La Misa prepara para el día a día. No es evadir u olvidar, sino tomar fuerza y seguir. Por esta razón, cuando ofrezcamos un espacio o diseñemos alguna actividad de evangelización, es muy importante partir de dos consideraciones básicas. Primero: recordar que Dios toma parte; es decir, renunciar a la autosuficiencia. Planear, esforzarse, trabajar, pero sabiendo que “si el Señor no construye la casa en vano se cansan los constructores” (Salmo 126: 1). Segundo: organizar tomando en cuenta la realidad. Por ejemplo, al momento de plantear el horario. Si es un evento para universitarios, no se nos puede ocurrir citarlos medio día en el periodo de exámenes. Es cierto que la fe siempre será exigente, pero también es verdad que debe aterrizarse a la vida y no desvincularse de las responsabilidades de tipo civil tales como estudiar y sacar adelante una carrera.
Al elaborar un proyecto de acción dentro de la Iglesia, aplica lo mismo que se ha dicho anteriormente. Hay que ser audaces, arriesgar, pero no perder de vista el sentido común. Nos puede pasar que idealicemos o, en su caso, demos por sentado algo sin previo estudio de la situación. Dios está en la realidad y no en los supuestos, en las apariencias que, como dice la tradición, “engañan”. Por ejemplo, “supuse que ya conocían el Catecismo…”, “pensaba que les iba a gustar…”, “creí que ya habían vivido algo parecido…”, etcétera. Hay que ser realistas y, desde ahí, actuar, incidir. Cuando Jesús hablaba, empleaba parábolas como un recurso pedagógico muy interesante, porque las adaptaba perfectamente al contexto de las personas que lo escuchaban. En cambio, si uno explica algo espiritual, pero hablando de cosas que no resultan familiares, puede salirse del tema y terminar siendo un poco desastroso desde el punto de vista de la oratoria. Los padres de la Iglesia, por citar un caso positivo, siempre se preocuparon de que sus palabras fortalecieran la relación entre la fe y las cosas del día a día.
Lo mismo al enfrentar el reto de ir superando la pobreza. Algunas personas le reprocharon una vez a la M. Teresa de Calcuta el hecho de que se “limitara” a cubrir las necesidades básicas de las personas que se iba encontrando. ¿Por qué hacía esto en vez de pensar en conseguirles una beca universitaria? Sencillo: era realista, pues ¿cómo enviar a una persona a la universidad sin antes ayudarla a superar sus problemas de desnutrición? Es obvio que la posibilidad de una carrera es algo que nos debe preocupar y, sobre todo, ocupar respecto a los más necesitados, porque el cambio comienza por la educación; sin embargo, en el caso concreto de las Misioneras de la Caridad, había que empezar por darles de comer. Un acto tan sencillo como profundo. Y es que, cuando alguien no es realista, termina por perderse en los buenos deseos sin implicación. Por ejemplo, los que piensan que vender propiedades de la Iglesia es la clave para erradicar la pobreza. Podrá servir para brindar alimento en un periodo determinado, pero después todo volverá a lo mismo. Entonces, en vez de rematar bienes, lo mejor es darles un uso rentable que consiga, entre otras cosas, ofrecer un comedor y, ¿por qué no?, una escuela técnica que los capacite para acercarlos a la posibilidad de un empleo.
Jesús siempre será actual porque su mensaje es realista, ya que toca las dimensiones más profundas del ser humano: la verdad, el amor, el dolor, la sana búsqueda de la felicidad y, por supuesto, la vida eterna. Su realismo llegó al punto de encarnarse y compartir una historia con nosotros. Por lo tanto, consideremos el contexto y, desde la fe, ofrezcamos espacios significativos.
Al elaborar un proyecto de acción dentro de la Iglesia, aplica lo mismo que se ha dicho anteriormente. Hay que ser audaces, arriesgar, pero no perder de vista el sentido común. Nos puede pasar que idealicemos o, en su caso, demos por sentado algo sin previo estudio de la situación. Dios está en la realidad y no en los supuestos, en las apariencias que, como dice la tradición, “engañan”. Por ejemplo, “supuse que ya conocían el Catecismo…”, “pensaba que les iba a gustar…”, “creí que ya habían vivido algo parecido…”, etcétera. Hay que ser realistas y, desde ahí, actuar, incidir. Cuando Jesús hablaba, empleaba parábolas como un recurso pedagógico muy interesante, porque las adaptaba perfectamente al contexto de las personas que lo escuchaban. En cambio, si uno explica algo espiritual, pero hablando de cosas que no resultan familiares, puede salirse del tema y terminar siendo un poco desastroso desde el punto de vista de la oratoria. Los padres de la Iglesia, por citar un caso positivo, siempre se preocuparon de que sus palabras fortalecieran la relación entre la fe y las cosas del día a día.
Lo mismo al enfrentar el reto de ir superando la pobreza. Algunas personas le reprocharon una vez a la M. Teresa de Calcuta el hecho de que se “limitara” a cubrir las necesidades básicas de las personas que se iba encontrando. ¿Por qué hacía esto en vez de pensar en conseguirles una beca universitaria? Sencillo: era realista, pues ¿cómo enviar a una persona a la universidad sin antes ayudarla a superar sus problemas de desnutrición? Es obvio que la posibilidad de una carrera es algo que nos debe preocupar y, sobre todo, ocupar respecto a los más necesitados, porque el cambio comienza por la educación; sin embargo, en el caso concreto de las Misioneras de la Caridad, había que empezar por darles de comer. Un acto tan sencillo como profundo. Y es que, cuando alguien no es realista, termina por perderse en los buenos deseos sin implicación. Por ejemplo, los que piensan que vender propiedades de la Iglesia es la clave para erradicar la pobreza. Podrá servir para brindar alimento en un periodo determinado, pero después todo volverá a lo mismo. Entonces, en vez de rematar bienes, lo mejor es darles un uso rentable que consiga, entre otras cosas, ofrecer un comedor y, ¿por qué no?, una escuela técnica que los capacite para acercarlos a la posibilidad de un empleo.
Jesús siempre será actual porque su mensaje es realista, ya que toca las dimensiones más profundas del ser humano: la verdad, el amor, el dolor, la sana búsqueda de la felicidad y, por supuesto, la vida eterna. Su realismo llegó al punto de encarnarse y compartir una historia con nosotros. Por lo tanto, consideremos el contexto y, desde la fe, ofrezcamos espacios significativos.
Comentarios