Ay de los colegios concertados religiosos...
por No tengáis miedo
Si digo que, actualmente, el nombre de Dios ha sido erradicado de nuestra escuela pública (salvo en la arrinconada clase de religión – y a veces ni aún ahí-), pocos se sorprenderán. Más triste todavía es asistir a esta realidad en los centros concertados pertenecientes a órdenes religiosas. Habrá honrosas excepciones, quiero suponer. Pero lo cierto es que, en los coles “cristianos”, el nombre de Dios ya no tiene relevancia.
Hace un tiempo pasaba por la puerta de uno de estos coles, y en su fachada habían colgado un cartel enorme, que decía “educamos en valores”. Lástima. Si hubiesen añadido “cristianos”, les habría quedado perfecto. Pero no. Estamos contagiados de esta imperante corriente laicista, que hace que terminemos por avergonzarnos y ocultar lo que somos. Y es que puedo asegurarles que en valores educa todo cole, de verdad que sí. No hay ninguna escuela que enseñe a pegarle a los demás, a maltratar a la naturaleza, a desear la guerra, a odiar a la familia… de aquí ya partimos. Los coles cristianos, ateniéndonos a los carismas con que nacieron las órdenes religiosas a las que pertenecen, a aquello que ardía en los corazones de sus fundadores, para lo que dieron sus vidas, deberían ser algo muy distinto. Tendrían que estar empapados de Dios en cada rincón, teniendo la urgente misión de que nuestros niños arraiguen sus vidas en Jesucristo. Recordemos que no es una imposición para los padres llevar a sus niños a uno de estos coles; está más que garantizada la alternativa de la escuela pública (curiosamente, no así al revés).
Sin embargo, como antes decía, todo gira alrededor del laicismo de moda. Las direcciones de los coles tienen miedo de perder “público”, y se vuelcan en ofrecer lo que aparentemente más se demanda. Y se pone el acento en el bilingüismo, en la mayor oferta de actividades extraescolares, en el seguimiento exhaustivo de los alumnos, etc. Y se corre un tupido velo sobre todo lo que huela a religión, ese infausto vestigio del pasado cuyo rancio olor cuesta erradicar de las esquinas. Se contratan profesores con brillantes currículos, pero con fe inexistente. Y las monjas y los curas que dirigen los centros pasan a ser empresarios, tan capitalistas como el que más. Y el resultado llega a ser tan tremendo, tan absurdo, que en algunos de estos coles se trata con más desprecio al catolicismo que en la propia escuela pública.
En mi humildísima opinión, lo que siempre hizo distintos a estos coles, haciendo que estuvieran tan demandados, que siempre faltaran plazas, etc., no era la excelencia académica de sus docentes o sus medios, sino la otrora presencia de Dios. Si nos remitimos a la mera excelencia, los profesores de la escuela pública han superado unas oposiciones; los de la concertada, no. Pero un profesor que ha rendido su vida a Cristo, tiene un tipo de excelencia distinta, prioritaria en quien tantas horas pasará con los pequeños… Y es que Dios nos capacita como nadie: al maestro le hace mejor maestro, al estudiante mejor estudiante, al padre mejor padre, y al hijo mejor hijo.
Tal y como está el panorama, es ardua tarea la de encontrar un centro donde, no digo ya que se refuerce, sino que no se eche por tierra, la fe que intentamos transmitir a nuestros pequeños desde casa. A mí al menos, esta deriva de los colegios cristianos me parece muy cortoplacista. Ya sabemos cuál es el fin de quien olvida sus raíces, sus orígenes, y la propia razón de su existencia… llegarán a ser otra cosa, pero muy distinta de aquella por la que se fundaron.
Centros concertados, ¡eduquen en valores cristianos!
Hace un tiempo pasaba por la puerta de uno de estos coles, y en su fachada habían colgado un cartel enorme, que decía “educamos en valores”. Lástima. Si hubiesen añadido “cristianos”, les habría quedado perfecto. Pero no. Estamos contagiados de esta imperante corriente laicista, que hace que terminemos por avergonzarnos y ocultar lo que somos. Y es que puedo asegurarles que en valores educa todo cole, de verdad que sí. No hay ninguna escuela que enseñe a pegarle a los demás, a maltratar a la naturaleza, a desear la guerra, a odiar a la familia… de aquí ya partimos. Los coles cristianos, ateniéndonos a los carismas con que nacieron las órdenes religiosas a las que pertenecen, a aquello que ardía en los corazones de sus fundadores, para lo que dieron sus vidas, deberían ser algo muy distinto. Tendrían que estar empapados de Dios en cada rincón, teniendo la urgente misión de que nuestros niños arraiguen sus vidas en Jesucristo. Recordemos que no es una imposición para los padres llevar a sus niños a uno de estos coles; está más que garantizada la alternativa de la escuela pública (curiosamente, no así al revés).
Sin embargo, como antes decía, todo gira alrededor del laicismo de moda. Las direcciones de los coles tienen miedo de perder “público”, y se vuelcan en ofrecer lo que aparentemente más se demanda. Y se pone el acento en el bilingüismo, en la mayor oferta de actividades extraescolares, en el seguimiento exhaustivo de los alumnos, etc. Y se corre un tupido velo sobre todo lo que huela a religión, ese infausto vestigio del pasado cuyo rancio olor cuesta erradicar de las esquinas. Se contratan profesores con brillantes currículos, pero con fe inexistente. Y las monjas y los curas que dirigen los centros pasan a ser empresarios, tan capitalistas como el que más. Y el resultado llega a ser tan tremendo, tan absurdo, que en algunos de estos coles se trata con más desprecio al catolicismo que en la propia escuela pública.
En mi humildísima opinión, lo que siempre hizo distintos a estos coles, haciendo que estuvieran tan demandados, que siempre faltaran plazas, etc., no era la excelencia académica de sus docentes o sus medios, sino la otrora presencia de Dios. Si nos remitimos a la mera excelencia, los profesores de la escuela pública han superado unas oposiciones; los de la concertada, no. Pero un profesor que ha rendido su vida a Cristo, tiene un tipo de excelencia distinta, prioritaria en quien tantas horas pasará con los pequeños… Y es que Dios nos capacita como nadie: al maestro le hace mejor maestro, al estudiante mejor estudiante, al padre mejor padre, y al hijo mejor hijo.
Tal y como está el panorama, es ardua tarea la de encontrar un centro donde, no digo ya que se refuerce, sino que no se eche por tierra, la fe que intentamos transmitir a nuestros pequeños desde casa. A mí al menos, esta deriva de los colegios cristianos me parece muy cortoplacista. Ya sabemos cuál es el fin de quien olvida sus raíces, sus orígenes, y la propia razón de su existencia… llegarán a ser otra cosa, pero muy distinta de aquella por la que se fundaron.
Centros concertados, ¡eduquen en valores cristianos!
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