Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Reflexionando sobre el Evangelio Mt 12,38-42.

La Esperanza es la clave

La Esperanza es la clave
Esperanza, docilidad y astucia

por La divina proporción

¿La Iglesia parece vaciarse sin remedio? ¿Las instituciones eclesiales no nos atienden ni nos ayudan a vivir la fe? ¿Las comunidades se han convertido en espacios de desconfianza, donde no existe comunicación y amistad? ¿Los sacramentos se celebran de forma humana y se olvida que son camino sagrado de la Gracia? ¿Hay grupos eclesiales que luchan por intercambiar la Tradición Apostólica por sus costumbres social-culturales? ¿Nos sentimos marginados o ignorados dentro de la Iglesia? Vivimos tiempos duros que los medios de comunicación saben utilizar para desesperarnos. Las redes sociales están llenas de mensajes de odio, rechazo, enfrentamiento y dolor. ¿Cómo sobrevivir cuando vemos que la tormenta amenaza con hundir la Barca de Cristo?

No dejemos que el enemigo nos lleve a desesperar. Desesperar es su mejor estrategia. ¿Por qué? Porque dejaremos de evangelizar en nuestra vida cotidiana y nos hundiremos sin llegar a ver la mano tendida de Cristo. Para sobrevivir es necesario comunicar el Evangelio, pero para comunicar la Buena Noticia es necesario que la esperanza anide en nuestro corazón. Corazón, que como he dicho muchas veces, es más que sentimiento y emotividad. Corazón que es centralidad y profundidad de nuestro ser. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). ¿Vemos la mano de Cristo o sólo las tragedias que nos hacen llegar? Cuando no somos capaces de ver la Luz de Dios, mejor callar, orar y esperar el momento en que seamos capaces de comunicar la Buena Noticia con esperanza, fe y caridad. Sobre todo, no generemos más dolor porque no sólo no arreglaremos nada, sino que nos sentiremos más y más destrozados internamente. 

Como el Señor había hecho ya muchas veces enmudecer la lengua impertinente de los fariseos por las respuestas que les había dado, acuden ahora a las obras, que es lo que el evangelista admirado dice: "Entonces le respondieron ciertos escribas", etc. Entonces, es decir, cuando les convenía doblegarse, admirarse y quedarse estupefactos. Pero aun entonces no desisten de su malicia; porque dicen: "Queremos ver de ti una señal", para prenderle. (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 43,1)

En el Evangelio de hoy se muestra que siempre hay quienes piden más y señalan lo que no funciona. Siempre hay quienes quieren que sus realidades asciendan a verdades universales. Esto genera dolor. ¿Sentimos rabia, desesperación, entumecimiento de nuestra capacidad de amar y entender la Voluntad de Dios? ¿Necesitamos otro signo? ¿Por qué Cristo no nos da más? No necesitamos más signo que la resurrección de Cristo. ¿No es suficiente la mano tendida de Cristo? Si sentimos dolor en nosotros, algo no funciona. Necesitamos limpiar el cristal de nuestro corazón, para que la Luz de Cristo ilumine el alma que nos da la vida. ¿Vemos que la sociedad o incluso la misma Iglesia, genera dolor y separación entre nosotros? No desesperemos. Busquemos la santidad. Pide a Dios que nos permita ver el sentido de todo lo que pasa. Pensemos en santos, como el P. Pio o San Juan de Ávila, que fueron asediados y menospreciados desde dentro de la misma Iglesia. No hay que confundir el mal que hacemos los seres humanos que conformamos la Iglesia, con la acción de Cristo por medio de la misma Iglesia.

En el momento en que sintamos que algo no va bien, oremos al Señor y esperemos en Él. Si sentimos que tenemos que actuar, no olvidemos lo que Cristo nos dijo: Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes y dóciles como las palomas. (Mt 10, 16). Busquemos la forma de hacer presente nuestra acción sin que ello genere dolor y enfrentamiento entre nosotros. Incluso si todo parece ir contra nosotros, seamos fieles al Señor y vivamos la Fe con esperanza y paciencia. Dios nos ofrece siempre herramientas para caminar tras el Señor, aunque este camino esté lleno de padecimientos.

Vivimos un tiempo en que la Gracia parece haber desaparecido. Su conducto, la sacralidad, se ignora, se rechaza o incluso se castiga de forma evidente o menos evidente. Pensemos que cada uno de nosotros somos templo del Espíritu Santo (1Co 6, 19). Pensemos que no nos hace falta vivir la Fe en base a las consignas del marketing y aspirar a ser influencers en la vida y en las redes sociales. Pensemos que sólo Cristo tiene Palabras de Vida Eterna. ¿Realmente creemos todo esto? Entonces, ¿Qué nos hace desesperar? Recordemos lo que Cristo nos dice a la hora de ejercer la caridad y la misericordia:

Por eso, cuando des limosna, no toques la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. (Mt 6, 2-4)

Nuestro Padre, Dios, ve en lo interno. No le importa lo aparente, lo socio-cultural, lo que se vende en los medios. Para Dios lo importante es lo que hacemos sin que nadie nos venga a adular. Llevar el dolor dentro y rogar por quienes lo producen, es la mejor oración a Dios. Vivamos la fe desde nuestro corazón, centralidad de nuestro ser. Esperemos en Cristo, porque todo tiene sentido en Él. Si sentimos que el suelo se abre debajo de nosotros, no desesperemos. Miremos a Cristo y tomemos su mano.

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