Ante los recientes ataques contra la fe
Atacar a los cristianos en general, y a la Iglesia Católica – y a todo lo que huela a católico – en particular, se ha convertido en una especie de deporte, que por demás terminan siendo los mismos que exigen tolerancia y respeto, quienes suelen agredir violenta y ferozmente lo que para nosotros es sagrado, desde las imágenes hasta las personas y lo que éstas representan.
Hace poco en Venezuela un grupo de seminaristas menores fueron golpeados, insultados y desnudados, en fin, tuvieron que vivir una humillación que debería ser causa de repudio a nivel mundial, y sin embargo resulta ser noticia a duras penas en los medios católicos, sin embargo, si se tratase de homosexuales ya tendríamos hashtags circulando por las redes, más aún si se tratara de animales, en cuyo caso desataría la indignación mundial. ¿Qué es lo que está sucediendo con nuestra sociedad, que de a poco se vuelve más hipócrita y más apegada a una doble moral, en donde prima una compasión equivocada por encima de la racionalidad, que es lo que nos distingue como seres humanos?
El Cristianismo como la burla del mundo
La revista española “Mongolia” decidió hace poco unirse a la moda de insultar al Cristianismo, haciendo una portada de un “Cristo gay”, burlándose no sólo de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, sino ofendiendo a todo aquél que crea en Cristo. Resulta que ningún cristiano puede levantar su voz ante esto, porque automáticamente sería un intolerante y mente cerrada. Y la pregunta recae más que nada a los cristianos: ¿Es que acaso nos hemos vuelto la burla de la sociedad, es que acaso hemos perdido el ardor de los profetas y de los mártires? ¡No! Lo que sucede es que hay dentro de la Iglesia una mayoría que gusta de hacerse amigo del mundo para constituirse en enemigo de Dios[1], a quienes les tiembla la voz cuando se trata de defender a Dios y a la Iglesia. En otras palabras, los primeros culpables ante esta situación hemos sido nosotros, que hemos permitido que el Nombre de Dios sea pisoteado una y otra vez. Resulta que ya el mundo se ha percatado que no puede meterse con el Islam, porque son violentos y reaccionarios, que no puede bromear con los homosexuales, porque sería políticamente incorrecto y además son una “minoría oprimida”, así que han sacado la conclusión nefasta de que los cristianos somos el único objeto de burla, de los que no habrán de recibir jamás una reacción violenta ni reaccionaria, y sépanlo, es verdad.
Jamás, en ninguna de las manifestaciones anuales que realizan las feministas radicales – en su mayoría pertenecientes al grupo “Femen” – en Argentina, para promover el asesinato del niño en el vientre, se ha visto que un católico haya reaccionado violentamente contra alguna de ellas, incluso siendo que todos los años los jóvenes católicos deben realizar una cadena humana alrededor de la Catedral de Buenos Aires para evitar que la “minoría oprimida” defeque en las paredes de la Catedral o profanen su interior.
Jamás un católico ha iniciado un tiroteo en medio de los desfiles del orgullo gay, a pesar de que es el momento propicio para que se armen escenas sexuales entre personas disfrazadas de clérigos, monjas o del Papa. Y aun así, después del ataque terrorista sucedido hace poco en el bar gay de Orlando, hubo quienes descaradamente no tuvieron problema en culpar a la Iglesia Católica del ataque.
En fin, la lista de contradicciones y absurdos es interminable, sin embargo – y continuando la pregunta lanzada a los cristianos – “¿En qué momento dejamos de ser la luz del mundo, para convertirnos en su burla?”.
El Kerygma como arma letal
“El acontecimiento de Cristo es, por lo tanto, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la historia y al que llamamos discípulo: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ella, una orientación decisiva»”[2]
El Kerygma no es otra cosa que la proclamación o el anuncio de Jesucristo muerto y resucitado, es la convicción de haberse encontrado con una Persona y no meramente con una idea o una doctrina. Justamente es éste el punto en el que recae nuestra culpa, pues hemos dejado de anunciar en primera persona a este Cristo con el que nos hemos encontrado, en el que hemos creído y al que decimos amar. No se trata de volvernos reaccionarios o de ser agresivos, pues entonces estaríamos traicionando a Nuestro Señor al no imitarle en su mansedumbre, sin embargo, también estaríamos traicionándole al no actuar con valentía y firmeza cuando el Nombre de Dios está siendo insultado, pues es a Él a quien por excelencia le consumió tanto el celo por la Casa de Dios, que corrió a latigazos a los cambistas y mercaderes del Templo[3], pues entonces ¿qué se nos pide? ¡Anunciar a Jesucristo! Cada día con más fuerza, allí donde hay confusión habremos de establecer claridad, allí donde hay mentira, la verdad, asumiendo además, las consecuencias de este proceder.
No olvidemos que se nos profetizó que habremos de ser perseguidos[4], sin embargo era justamente este matiz el que ocasionaba que los Apóstoles anunciaran a Jesucristo con mayor insistencia, pues allí donde se les decía “¡Cállense!”, era ahí donde con mayor fuerza e insistencia anunciaban el Reino de Dios. Hemos de comprender que hemos recibido un Bautismo con Espíritu Santo y fuego[5], no para vivir una fe individual y acobardada, sino para incendiarlo todo con el fuego del amor de Dios. Un amor que no es como aquella caricatura que nos predica el mundo, sentimentalista y vacía de sentido y contenido, sino un amor exigente, que pide todo o nada. Aquél cristiano que tiene miedo de anunciar la verdad aun después de haberse encontrado con ella, no ha terminado de comprenderse a sí mismo y mucho menos de comprender a Jesús de Nazaret, que sería análogo a aquél que empuña el arado y mira hacia atrás, y que por tanto, no sirve para el Reino de Dios[6].
Habremos de hacer un examen de consciencia al finalizar el día, y preguntarnos seriamente si estamos asumiendo el papel que nos corresponde como cristianos en medio del mundo, pues al final ya son bastantes los que calientan la banca en la misa del domingo pero desconocen el anuncio del Evangelio en el resto de la semana en medio de la universidad, de la fábrica, del colegio, del juzgado, del consultorio, en fin, en medio de todas las realidades en las que se desenvuelve el hombre al cual se le debe anunciar el Nombre de Jesucristo.
Conclusión
No tiene sentido profundizar en los múltiples ataques que recibe la Iglesia, pues éstos se seguirán dando como ha venido sucediendo desde los tiempos de Cristo. Lo que sí tiene sentido, es que hagamos un llamado a la acción, a aquellos hombres y mujeres que, habiendo sido confirmados en la fe, tienen la misión de corregir al que desinforma, de enseñar al que ignora e incluso de hacer callar con el peso de la verdad al que ataca. No podemos seguir permitiendo que la Iglesia sea objeto de burla y mucho menos, que la gente se acostumbre a ver en los cristianos un grupo de cobardes a quienes todo crimen u ofensa puede atribuírsele.
Hay quienes están convencidos de que la apologética (la defensa de la fe) es una ciencia que quedó sepultada en algún rincón de la Historia de la Iglesia, sin embargo, al igual que la Iglesia y su doctrina, no es la esencia la que cambia, sino la forma en que ésta es anunciada. Pues así mismo, la apologética hoy más que nunca es necesaria, adaptándose a los tiempos, en la manera en que ésta es aplicada. Que no quede duda alguna, tanto ayer como hoy, seguimos necesitando de un santo Tomás Moro o de una santa Catalina de Siena, de hombres y mujeres que estén dispuestos a defender la verdad de la Iglesia y de Jesucristo hasta las últimas consecuencias.
Pd. En cuanto al acontecimiento reciente del ataque a los seminaristas menores en Venezuela por parte de grupos oficialistas – es decir, afines al Gobierno de Nicolás Maduro –, solo quisiera acotar, que la historia nos ha enseñado de sobra, que todo movimiento o ideología perversa, así como todo gobierno tiránico y totalitario, ha necesitado deshacerse de la Iglesia como la última estructura de la sociedad que corresponde una verdadera amenaza, puesto que es en la doctrina cristiana, en donde el pueblo encuentra siempre su dignidad y fortaleza para no ceder ante la mentira y la injusticia. Por tanto, tengamos la sensatez de leer estos acontecimientos en su contexto completo, y no caigamos en el error de verlo como un suceso aislado.
¡Dios los bendiga!
[1] St. 4, 4
[2] Documento de Aparecida, 243
[3] Mt. 21, 12-13
[4] Jn. 15, 20
[5] Lc. 3, 16
[6] Lc. 9, 62