Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Las bondades de la política

por Un alma para el mundo

Las bondades de la política

 

La política no goza, en general, de buena prensa. Parece como si los políticos fueran los demonios públicos que nos acechan para exprimir nuestra mente y sacarnos lo que le interese. Entonces nosotros seríamos las pobres víctimas de la acción política. Es decir, seríamos el ganado gobernado por el pastor, el líder, y sus perros debidamente adiestrados. Seríamos como conejillos de india en manos de unos alquimistas que intentan aplicar inexorablemente su ideología infalible.

            Evidentemente esto no es así, por lo general. La política pura es un arte que pretende conducir al pueblo por la senda del bienestar. Como comenta Jacqueline Russ (Léxico de filosofía, 301), en la antigüedad griega, Platón y, sobre todo Aristóteles fijan los estatutos de la ciencia política, que se define como la ciencia de la ciudad, y que está destinada a hacerse cargo de ese “animal político” (Aristóteles), es decir, de ese ser social y colectivo que es el hombre. Como bien afirma esta autora, Marx se mantendrá fiel a esta tradición que arranca de Aristóteles. 

            Según esta definición clásica la política tiende a dirigir la ciudad con ciencia y arte, buscando el bien. Y cuidando del hombre como “animal político”. En este sentido todos tenemos algo de políticos, todos debemos cuidar la ciudad y al hombre que la habita. Pero no siempre esta actividad se ejerce con la pureza de intención que soñamos, pensando en la paz y el bienestar. Esa idílica tarea se corrompe cuando el político se convierte en simple gestor con intereses espurios. En política la ideología es imprescindible, pero siempre que coloque a los valores en su sitio, y busque con sentido común el bien de todos. A veces es más autentica la política que ejerce un sencillo alcalde de pueblo que el presidente de un gobierno, o el que se sienta en la poltrona del Parlamento.

            Platón afirmó “este es el fin del tejido de la actividad política: la combinación del carácter de los hombres valientes con el de los sensatos, cuando el arte real (de la política)  los haya reunidos por la concordia y el amor de una vida común y haya confeccionado el más magnífico y excelente de todos los tejidos, y, abrazando a todos los hombres de la ciudad, tanto esclavos como libres, los contenga en esa red y, en la medida en que le esté dado a una ciudad a llegar a ser feliz la gobierne y dirija, sin omitir nada que sirva a tal propósito” (387 a.C.) Considero insuperable esta exposición del fin de la política, que hoy convendría meditar por aquellos que pretenden ponerse a la cabeza del pueblo, muchas veces sin reflexionar sobre la trascendencia de su vocación hombre público.

            Aristóteles califica la política como la ciencia suprema y directiva en grado sumo. Considera la ciudad como si fuera una gran escuela en donde cada cual ha de aprender lo que sea necesario. Es decir, la política a ser la cultura puesta en acción en favor de todos. Decíamos más arriba que Aristóteles considera al hombre como “un animal político”, es decir, un animal social. El insocial no se puede considerar político, a no ser que sea un ser superior al hombre.

            Hoy observamos con estupor que algunos políticos en ejercicio no respetan los derechos humanos. Se miente, se maquina, incluso se odia al que no piensa como yo, como si ese yo fuera el centro del mundo, como si nadie sabe más que yo, y nadie me puede dar lecciones. En el terreno político, muy alejado frecuentemente de lo que dicen los clásicos, no se respeta al que está enfrente, y se libra con frecuencia una guerra a muerte intentando derrocar al que no me permite sentarme en el sillón que yo anhelo. En esta lucha fratricida se emplean todas las armas, sobre todo la palabra insultante, la descalificación grotesca, la mentira, incluso la calumnia. Y uno se pregunta: ¿están todos sirviendo a la misma sociedad, con los mismos fines, con la misma rectitud de intención, aunque sea con métodos distintos?

            Para Weber la política significa la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre todos. El político está para servir. Ha sido elegido para administrar el bien de todos, como es la cultura, la economía, la vida misma, la familia, etc. No se trata de agarrar la vara de mando para imponer a golpes mis criterios u ocurrencias, sino para hacer posible que vivamos como seres civilizados buscando entre todo el bien.

   Cuento de Emilia Pardo Bazán

Ardid de guerra

¡Aquellas elecciones iban a ser sonadas! Las de más sonadas desde hacía muchos años, y cuenta que el distrito de Eiguirey siempre da que hablar en casos tales. Pero acrecía la resonancia dramática del presente el que luchasen dos hermanos, últimos vástagos de la antigua estirpe de Landrey Lousada, el señorito Jacinto y el señorito Julián. Enemistados desde las partijas de la herencia paterna, enzarzados en interminable pleito, trababan ahora campal batalla en el terreno electoral. Jacinto representaba a los conservadores; Julián, al poder, a los fusionistas. El propio ministro de la Gobernación, llamando a su despacho al candidato, le había dirigido observaciones prudentes, y en vista de su decisión irrevocable, acabó por transigir. ¡Allá ellos, después de todo! ¡Que se matasen, si era capricho!

Y es que el odio aproxima como el amor; es que en el alma de los contrincantes hervía el impulso del encuentro cuerpo a cuerpo y cara a cara (el montielismo, decía Raide, médico rural muy leído y muy diserto). La vanidad también los inducía a disputarse a Eiguirey; ahora que no existen vínculos ni mayorazgos, con igual derecho podían ocupar la cabecera del banco de roble de su capilla en la iglesia parroquial, donde, sobre ennegrecidas piedras, se inscriben, en letras góticas, los foros de la familia. ¿Acaso el pazo, el destartalado caserón, con su torre aún erguida, su escudo rudimentario, sus balcones de hierro atacados por el orín, su aspecto de majestad caduca; ¿acaso aquella residencia secular, testigo del dominio de los Landrey, no estaba también en litigio? ¿Sabía alguien si se lo llevaría el mayor o el menor? Lo decidirían los jueces; pero el resultado de las elecciones, ¡calcule usted si pesaría en el desenlace de la cuestión! La telaraña de influencias entretejida alrededor del importante asunto tendía sus hilos por el campo de la política; ninguno de los dos Landrey podía retroceder una pulgada.

            Así es muchas veces, demasiadas veces, la política. Si de verdad fuera un arte, el de acompañar al ciudadano por los caminos de la vida, otra cosa sería nuestra sociedad. Hacen falta políticos honestos, con alma, que miren a los hombres por lo menos con respeto. Los ha habido, y los seguirá habiendo.

Juan García Inza

Juan.garciainza@gmail.com

 

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