Al año de la expulsión del Cardenal Segura
El 15 de junio de 1932, el siervo de Dios Jesús Requejo, que ya llevaba varias ediciones de su libro (sobre estas líneas la portada de una de ellas), escribió este artículo en la primera página de El Castellano.
EL ANIVERSARIO DEL DESTIERRO DEL CARDENAL SEGURA
Un año hace hoy que el Cardenal Segura partió de Guadalajara en cumplimiento de un ukasse del Gobierno provisional de la República[1]. La policía le acompañó a la frontera. La persecución tenaz, cruel, se inició por una campaña de prensa, que apuntaba a la figura preeminente de la Iglesia española. El Gobierno se solidarizó con esa campaña. ¿Los motivos de la persecución? Como no existían reales, se inventaron. Fue necesaria la urdimbre de hechos inverosímiles, de verdaderas calumnias. Primero, la sabatina aquella que se tomó como pretexto para una nota diplomática del Gobierno de la República, fundada en un “se dice”, porque no se citaba ni un hecho ni una frase concreta que pudiera atribuirse al Primado, en la plática aquella que escucharon tantas personas, que diera motivo a la reclamación.
Después, la célebre pastoral, la que tildaron de propaganda monárquica, cuando en toda ella no hay una frase dura o menos considerada para el nuevo régimen, de la que dijo The Times de Londres periódico protestante: “La pastoral de que el ministro de Justicia se quejó en términos vagos, hace unas semanas, era un documento cuidadosamente redactado y sólidamente basado en las encíclicas pontificias”.
Y, últimamente, unos documentos que le fueron aprehendidos al señor vicario de Vitoria, documentos rodeados de todo el misterio para producir la natural alarma en la opinión, y que como otro parto de los montes, después de haberse prometido su publicación, tuvieron buen cuidado de no someterlos al veredicto del país. Aquellos gravísimos documentos, que ya son del dominio público, no eran más que sapientísimas instrucciones que el Primado daba al episcopado en defensa de los bienes de la Iglesia.
Se exigió de él el mayor sacrificio que podía pedírsele: la renuncia a la Sede toledana, la que ocupaba continuando la tradición gloriosa de los mejores caudillos de la Iglesia española; y ese sacrificio se consumó, pero sin fruto, porque la persecución contra la Iglesia continuó con mayor virulencia. ¿A qué enumerar hechos que llenan de tristeza el corazón?
Un año ha bastado para que la nación reaccione, y en clamoroso plebiscito se condene la conducta de los que alejaron de su patria al Prelado modelo, figura preeminente de la Historia contemporánea.
Un año solamente, y las virtudes heroicas del santo Cardenal, humildad, caridad, celo apostólico y abnegación sublime, son la admiración de todo el orbe católico e irradian con luminosos destellos, desde el centro de la cristiandad, donde colabora con singular acierto en el gobierno de la Iglesia, a todos los pueblos que llevan en su frente el signo del cristiano.
El recuerdo del bondadoso pastor que se sacrificó por sus ovejas, permanecerá siempre vivo entre los buenos españoles, que desearían verse nuevamente guiados por su cayado amoroso, si este anhelo no contrariase los designios providenciales que tan paladinamente se dejan ver en su vida toda, llevándole desde su cuna humilde a las más altas dignidades de la Iglesia. Con razón podemos decir de él lo que decía el Eclesiástico: “El ojo de Dios le ha mirado favorablemente, le ha levantado de su humillación, ha ungido su frente, y muchos son los que le vieron con admiración y han dado por ello gloria a Dios”.
Ya las palabras del Pontífice presentándole a la admiración del Sacro Colegio Cardenalicio fueron la consagración definitiva de las virtudes sacerdotales del insigne Cardenal, y están inspiradas en la sabiduría del Eclesiástico.
Al conmemorar hoy la fecha de su obligada salida de la patria, aureoladas sus sienes con la corona inmarcesible de la persecución, queremos rendirle el tributo de nuestra adhesión inquebrantable, de nuestra filial veneración, rebosantes nuestros corazones de la más sana alegría, porque se están ya cumpliendo aquellas palabras del Divino Maestro, que no pueden faltar: “La piedra que reprobaron los que edificaban, aquí se ha convertido en piedra angular”.
La España católica evoca hoy con amoroso y fidelísimo recuerdo la figura gloriosa del inolvidable Cardenal.
Toledo, con su alma generosa y noble, no olvidará jamás a su buen Pastor, que se dio todo a sus hijos. Las horas felices que vivió Toledo durante su corto pontificado han sido solamente interrumpidas; la Divina Providencia volverá a soldar el eslabón que la pasión humana rompió en la cadena del tiempo; el fruto de su labor fecundísima no se perderá, pues aunque parezca que el cierzo de la revolución ha contenido su crecimiento, la acción vivificadora del sol de la verdad y de la justicia no ha dejado de actuar, y brillará sin celajes para que destaque en el horizonte de la ciudad inmortal de los Concilios la figura excelsa del Cardenal que dio albergue a los desvalidos en su palacio, que enjugó tantas lágrimas de la miseria y del dolor, que consoló a tantas almas, que curó tantas llagas del infortunio y del sufrimiento, del Cardenal mariano, del Cardenal de la caridad, del obispo de las Hurdes, del Cardenal misionero.
Los católicos toledanos depositan en el altar del mejor recuerdo las flores delicadas de su amor al inolvidable pastor.
JESÚS REQUEJO
Sobre estas líneas el siervo de Dios con su esposa. Para conocer más al mártir:
http://www.persecucionreligiosa.es/toledo/requejo2.pdf
[1] Un ucase (o ukase) en la Rusia imperial era una proclamación del zar, del gobierno o de un líder religioso (patriarca) que tenía fuerza de ley. En derecho romano se puede traducir ucase por "edicto" o "decreto".
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