El libro del Cardenal Segura que ha de servir para la historia (1)
El Castellano, del 5 de marzo de 1932, nos ofrece en primera página un nuevo comentario del libro sobre el Cardenal Segura del siervo de Dios Jesús Requejo San Román. Lo hace el sacerdote Genaro Xavier Vallejos[1], colaborador del periódico toledano. Como periodista su trabajo Mi paraguas le vale la sexta edición del premio Mariano de Cavia, instituido por el diario ABC en el año 1920.
EL CARDENAL SEGURA: UN LIBRO QUE HA DE SERVIR PARA LA HISTORIA
La lectura del libro de Jesús Requejo El Cardenal Segura, como el ejemplo de este santo prelado, es algo confortador. Con esto quiero decir que se trata de un libro sencillamente necesario. Claro está que no hace falta que lo diga voz tan modesta como la mía. Lo demuestra mejor que nada el hecho de que a las pocas semanas se hayan agotado 10.000 ejemplares y se esté preparando una tercera edición que tendrá que ser copiosísima si se han de satisfacer cumplidamente las demandas de toda España y de América.
Era necesario, en esta hora de desquiciamiento y de dispersión, ese hombre firme como un hito, avanzando a través de los vendavales, por esta cuesta de calvario que es hoy España, con su cayado de pastor en alto… y solo, trágica y grandiosamente solo, camino del destierro. Y no menos necesario el libro que lo mostrara así a cuantos no supieron o no quisieron verlo en el instante preciso.
Era momento de una perturbación increíble en las conciencias. La realidad de cada día, sañuda y trágica, acumulando atropello sobre atropello. Y el horizonte, negro de presagios que un apremio sectario iba traduciendo (¡va traduciendo aún!) en nuevos atropellos consumados. El estupor, primero de quien ve desbaratarse en pocos momentos un gigantesco edificio de siglos; luego, la zozobra, la angustia, el pánico de lo que se presiente próximo y se teme precipitar con cualquier gesto menos cauteloso, paralizó en la conciencia católica del pueblo el natural ímpetu de reacción, selló sus labios o, cuando menos, retardó su protesta y le restó eficacia. Y una vez más en la Historia asistimos al espectáculo de la prudencia humana aplicando en instantes decisivos su mezquino criterio y poniendo cortapisas al heroísmo.
Días y meses preciosos, horas que ya no volverán, se nos fueron esperando el momento oportuno para esto o lo de más allá. Y esperando el momento oportuno, hemos contemplado cómo se nos arrancaban uno tras otro los más preciados tesoros que constituían el patrimonio espiritual de nuestra raza.
El día 16 de junio salía el cardenal Segura por segunda vez para la frontera. Magnífico espectáculo, digno de los tiempos de san Juan Crisóstomo y de san Anastasio. El Primado de España entre guardias civiles. ¿Por qué viene tan insistentemente a mi memoria el nombre de estos dos campeones de la fe? Muchos siglos han pasado desde entonces. Ellos viven perennes en la tradición gloriosa de la Iglesia, mientras la efímera polvareda que sus enemigos levantaron en torno suyo se extinguió para siempre; espesa polvareda de odios y maledicencias, y críticas, que llegaron a enturbiar los ojos de muchas almas honradas. La persecución de Juliano el Apóstata se desenvolvía incruenta, cautelosa de no avanzar con demasiada rapidez; pero certera y tenaz. Para muchos prudentes, la actividad del Patriarca de Alejandría constituía una provocación a la saña de los perseguidores. ¿No era acaso preferible callar, esperar? ¿Esperar a qué?, respondería el campeón de Cristo. ¿No es milicia la vida del hombre sobre la tierra? ¿No pasa la vida más veloz que la lanzadera por el telar? ¿A qué esperar, pues? ¿Para cuándo es el ejercicio de las armas, sino para cuando los enemigos se levantan a combate? O en símiles menos guerreros: ¿Para cuándo es la cayada y la voz del pastor de Israel, sino para la hora en que sobre el rebaño soplan vientos de dispersión?
EL CARDENAL SEGURA: UN LIBRO QUE HA DE SERVIR PARA LA HISTORIA
La lectura del libro de Jesús Requejo El Cardenal Segura, como el ejemplo de este santo prelado, es algo confortador. Con esto quiero decir que se trata de un libro sencillamente necesario. Claro está que no hace falta que lo diga voz tan modesta como la mía. Lo demuestra mejor que nada el hecho de que a las pocas semanas se hayan agotado 10.000 ejemplares y se esté preparando una tercera edición que tendrá que ser copiosísima si se han de satisfacer cumplidamente las demandas de toda España y de América.
Era necesario, en esta hora de desquiciamiento y de dispersión, ese hombre firme como un hito, avanzando a través de los vendavales, por esta cuesta de calvario que es hoy España, con su cayado de pastor en alto… y solo, trágica y grandiosamente solo, camino del destierro. Y no menos necesario el libro que lo mostrara así a cuantos no supieron o no quisieron verlo en el instante preciso.
Era momento de una perturbación increíble en las conciencias. La realidad de cada día, sañuda y trágica, acumulando atropello sobre atropello. Y el horizonte, negro de presagios que un apremio sectario iba traduciendo (¡va traduciendo aún!) en nuevos atropellos consumados. El estupor, primero de quien ve desbaratarse en pocos momentos un gigantesco edificio de siglos; luego, la zozobra, la angustia, el pánico de lo que se presiente próximo y se teme precipitar con cualquier gesto menos cauteloso, paralizó en la conciencia católica del pueblo el natural ímpetu de reacción, selló sus labios o, cuando menos, retardó su protesta y le restó eficacia. Y una vez más en la Historia asistimos al espectáculo de la prudencia humana aplicando en instantes decisivos su mezquino criterio y poniendo cortapisas al heroísmo.
Días y meses preciosos, horas que ya no volverán, se nos fueron esperando el momento oportuno para esto o lo de más allá. Y esperando el momento oportuno, hemos contemplado cómo se nos arrancaban uno tras otro los más preciados tesoros que constituían el patrimonio espiritual de nuestra raza.
El día 16 de junio salía el cardenal Segura por segunda vez para la frontera. Magnífico espectáculo, digno de los tiempos de san Juan Crisóstomo y de san Anastasio. El Primado de España entre guardias civiles. ¿Por qué viene tan insistentemente a mi memoria el nombre de estos dos campeones de la fe? Muchos siglos han pasado desde entonces. Ellos viven perennes en la tradición gloriosa de la Iglesia, mientras la efímera polvareda que sus enemigos levantaron en torno suyo se extinguió para siempre; espesa polvareda de odios y maledicencias, y críticas, que llegaron a enturbiar los ojos de muchas almas honradas. La persecución de Juliano el Apóstata se desenvolvía incruenta, cautelosa de no avanzar con demasiada rapidez; pero certera y tenaz. Para muchos prudentes, la actividad del Patriarca de Alejandría constituía una provocación a la saña de los perseguidores. ¿No era acaso preferible callar, esperar? ¿Esperar a qué?, respondería el campeón de Cristo. ¿No es milicia la vida del hombre sobre la tierra? ¿No pasa la vida más veloz que la lanzadera por el telar? ¿A qué esperar, pues? ¿Para cuándo es el ejercicio de las armas, sino para cuando los enemigos se levantan a combate? O en símiles menos guerreros: ¿Para cuándo es la cayada y la voz del pastor de Israel, sino para la hora en que sobre el rebaño soplan vientos de dispersión?
[1] Escritor y poeta navarro nacido en Sangüesa en 1897, fallece en la misma localidad en 1991. Estudia en la Universidad de Comillas y se ordena sacerdote, debutando en el campo de la literatura y el periodismo en El Debate. Su primera obra es el libro de poemas Volcán de Amor (Madrid, 1923), en la que se puede apreciar un tono místico y, a pesar de que su poesía es sentida, sencilla y sin opulencias, cierta influencia de la literatura del Siglo de Oro. Su consagración definitiva llega con Pastoral de Navidad. Destacan asimismo los títulos Colaboración en el Convento, Volveré, De vuelta del baile... Cofundador de la revista Catolicismo en 1933, que dirigirá hasta 1968. Autor también de Viñetas Antiguas (1927), y de dos obras de tema navarro: Romance del Rey de Navarra y El Camino, el Peregrino y el diablo (1978). El primero, relata la peregrinación a Tierra Santa de uno de los Teobaldos, El Camino... es la historia novelada de la peregrinación jacobea que realizó Carlos III el Noble, cuando era aún infante en 1381, reconstruido a partir de las cuentas del viaje que se conservan en la Cámara de Comptos pamplonesa. Colaborador de La Gaceta del Norte, Heraldo Alavés y Euskalerriaren Alde.
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