El Cardenal Segura, por Ramiro de Maeztu (1)
Después de cincuenta y siete artículos, volvemos al principio. De la mano de Ramiro de Maeztu, recordábamos las palabras del prólogo que escribe al siervo de Dios Jesús Requejo San Román para su libro El Cardenal Segura:
«Este es el primer libro que se escribe sobre el Cardenal Segura. Han de componerse muchos otros, a pesar de la pobreza de nuestra literatura en biografías y libros de historia, tanto por la singularidad de la figura del Primado, como por la del tiempo en que aparece. El mismo silencio, digno y fuerte, que el Cardenal ha guardado respecto de los ataques de la prensa enemiga y del Gobierno, como de hombre que perdona a sus perseguidores y rehúye las reivindicaciones, ha de servir de estímulo para mover las plumas. Si el Cardenal no se defiende, habrá que defenderle; si el Primado calla, habrá que hablar por él».
Bueno, pues seguramente preparando estas palabras, ya encontramos la defensa de Maeztu en El Castellano del 9 de enero de 1932. Con un encabezamiento titulado Contracorriente escribe este artículo en la segunda página del diario.
EL CARDENAL SEGURA (1)
¿Qué habrán dicho ahora los intelectuales radicales, al leer la Pastoral de los prelados[1], si es que se han decidido a malgastar, leyéndola, el precioso tiempo de sus tertulias de café? La “credulidad” y el “fanatismo” del Cardenal Segura son los mismos de todos los obispos. ¿Qué habrán pensado, sobre todo, al enterarse de que el Papa, al recibir al Sacro Colegio de Cardenales para la felicitación de Navidad, llamó al Cardenal Segura “nuestro hijo dilectísimo”, lo comparó con San Gregorio Nacianceno, y al darle la bienvenida, dijo que había depuesto su arzobispado, “no para cubrir los motivos reales de la persecución, sino para quitar a ésta incluso el más lejano pretexto”?
Los radicales españoles habían cultivado una leyenda que les ha sido sumamente fructuosa: la de que la Iglesia española era una Iglesia aparte, mucho más intransigente que el resto de la Iglesia universal. Los católicos españoles eran “cerriles”, palabra con la que quería decir “cerrados”, aunque venga a significar todo lo contrario: los del resto del mundo eran unos católicos abiertos, comprensivos y sin dogmas. Es verdad que este supuesto lo contradecían con el contrario de que los españoles somos “más papistas que el Papa”, porque lo que con ello se dice es que en España no ha habido nunca el menor conato serio de construir una Iglesia distinta a la universal. No ha habido nunca en España nada que se parezca al galicanismo, ni tenemos palabra para designarlo. Lo característico de la Iglesia española ha sido siempre su identificación con la Iglesia universal. Pero lo que sí han logrado los radicales nuestros, a fuerza de hablar de la cerrilidad de los católicos españoles, es disuadirles de todo intento de andar de cerro en cerro y llenarles de timidez y respeto al qué dirán, no sea que fueran a llamarles cerriles.
Este tiempo nuestro, en que ha surgido la figura del Cardenal Segura, ha de ser objeto de largos estudios por parte de los historiadores. Para el Cardenal habrán sido tiempos de pesadilla, al mismo tiempo que de iniciación en un mundo de realidades ásperas y crueles. Al verse elevado, en edad tan temprana, al primer puesto de la Iglesia española, es posible, es hasta probable, que el Cardenal pensara que un Estado en que podía subir a la Silla Primada un hombre enteramente consagrado a la piedad, limpio de ambiciones y extraño a las intrigas, debía ser el de una nación donde la fe era omnipotente. ¿Cuándo empezó a sentir el Cardenal los sacudimientos anunciadores del terremoto? ¡Cuánto convendría, para el mejor conocimiento de la situación, que nos lo dijera en algún libro! ¡Que nos contara con qué forma llegaba a un espíritu absorto en la piedad el lejano rumor de la constante propaganda de la antirreligión! Los sucesos se precipitaron. El resplandor de unos incendios iluminó la situación con claridad inequívoca. ¡Dios mío! ¿Por qué fue objeto el Cardenal de especial persecución? ¿Por qué no han podido mantener los católicos españoles el catolicismo del Estado español? ¿Por qué, en tantas provincias, no han podido defender sus templos y conventos? ¿Por qué no han podido retener al Primado?
[1] Se refiere Maeztu a una Pastoral colectiva para protestar por las ofensas inferidas a la Iglesia, publicada el 1 de enero de 1932 por los Obispos españoles.
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