Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Cardenal Segura: "Solo virtud es nobleza"

por Victor in vínculis

El sábado 17 de octubre de 1931, en el semanario filipino Voz Española[1], puede leerse este artículo publicado por un padre paúl:

«He aquí el perfil noble y austero del Cardenal Segura. Por ser cabeza de la Iglesia en España y por erguirla con denuedo apostólico y con entereza castellana en defensa de sus sagrados derechos, atrajo sobre sí el rayo de la tempestad revolucionaria y se hizo blanco de todos los odios anticlericales con que llegó cargada a las alturas del poder la nave de la República.

Pasará, sin embargo, esta turbonada que hoy todo lo espesa ennegrece y una de las figuras que de ella emerjan, más serenas, más inmaculadas y más nimbadas de simpatía será la de este sabio y santo Cardenal que, en momentos aciagos, supo sacrificar con épica grandeza todos sus intereses personales al cumplimiento del deber. Y mientras haya comprensión y sensibilidad en el mundo se explicará y se justificará su actitud como Primado de las Españas.

Escribiendo en Toledo, cuna de nuestra católica monarquía, donde el cayado de San Leandro y el cetro de Recadero se unieron un día entre aclamaciones y lágrimas para formar el símbolo sagrado de la patria, era difícil ver arrebatado por la corriente el último eslabón de una cadena de reyes, tan larga y en general tan gloriosa, sin sentir un estremecimiento de pesar y sin dejarlo escapar por los puntos de la pluma. Y esto hizo el Cardenal Segura en su tan combatida y vilipendiada pastoral. Esto e insinuar discretamente ciertos temores, no por la nueva forma de gobierno, que la Iglesia defiende y respeta en la teoría y en la práctica, sino por los compromisos nada favorables al catolicismo con que podían venir ligados sus implantadores y dar el consiguiente toque de atención, como centinela de Israel, a las huestes católicas para que se percataran del peligro y lo sortearan llevando a las Constituyentes hombres de sanos principios y de ideas cristianas.

Nada más; y por esto montó en cólera el Júpiter republicano y se desató en truenos y en centellas sobre el integérrimo Cardenal y la calumnia y la infamia cayeron como buitres sobre su honra en una campaña de prensa y de motín, solo comparable por lo feroz y por lo virulenta a la que en tiempos de Isabel II se desencadenó sobre el venerable Claret, hoy a punto de subir a los altares.



El Cardenal, para defenderse, echó mano de todos los medios lícitos a que tiene derecho el último ciudadano de un pueblo libre: al de la publicidad, al de reunión, al de protesta, al de la correspondencia epistolar, y cuando esta no ofrecía garantía ninguna de seguridad y por otra parte nada contenía contra la salud de la patria, al de un propio que llevara instrucciones y consejos a los suyos, no al fraude ni al contrabando, como se ha dicho con notoria ligereza sino con perversa intención. Pero todo en vano; el fragor de las pasiones ahogó la voz de la gracia y los dictados de la justicia y al representante del catolicismo español se le cerraron las fronteras de la patria, mientras por ellas penetraban a mansalva los representantes de la anarquía y los detritus de todas las charcas de Europa.

Tremenda paradoja la de un régimen que dice venir a borrar toda nobleza que no sea la nobleza de la virtud y del trabajo y a franquear a los hijos del pueblo las avenidas del poder y comienza por ensañarse en este hombre, nacido en un humilde pueblecito de Castilla, de padres campesinos, como la mayoría de nosotros, y que solo por los acrisolados fulgores de su bondad y de su aplicación mereció, a lo largo de su carrera las más altas calificaciones, y se coronó en una de las Universidades más acreditadas de España con los laureles de tres honrosos doctorados y, ya sacerdote, se vio sorprendido con las más eximias dignidades de la Iglesia, sin haber llegado siquiera a la meseta de la vida y en un predio, como el nuestro, siempre tan fértil en óptimos prelados.

Solo virtud es nobleza; he ahí el mote que grabó en su escudo (bajo estas líneas, detalle de unas vinajeras con su escudo siendo obispo de Coria) este celoso y rectilíneo pastor de las almas, al que ha venido haciendo cumplido honor todos los días de su episcopado. Y es un rasgo que lo confirma lo ocurrido a las pocas horas de recibir en palacio el birrete cardenalicio y conviene que lo sepan los que creen habérselas con un cardenal del tipo de aquellos tan traídos y tan llevados del Renacimiento. Quiso el cuerpo diplomático, según costumbre, honrar con un banquete al nuevo purpurado pero este, que se entera, declina modestamente la invitación, exclamando: “No he sido creado Cardenal para lucir la púrpura en banquetes, sino para amparar con ella a las ovejas de mi grey”. Y aquella misma tarde empezaba a girar la visita pastoral por los pueblos de su diócesis, para ponerse al corriente de sus necesidades y remediarlas.



Y en esto de remediar necesidades llegó tan allá, que un día el general Primo de Rivera contaba con generosa emoción, aludiendo al Cardenal, que en alguna ocasión hubo necesidad de proveerle hasta de ropa interior, porque la suya había ido a parar a manos de algunos menesterosos. Y el día mismo en que el gobierno de la República, jactanciosamente y quia nominor leo, le retiraba los honorarios de Primado, comenzó a saberse los cientos de niños pobres y las docenas de familias necesitadas que a diario comían con los dineros de ese nuevo émulo de santo Tomás de Villanueva. 

Dos botones de muestra son estos; pero dejo inéditos mil más que podría recoger ahora mismo de sus trabajos parroquiales, de sus luminosas enseñanzas en el seminario de Burgos, de sus solicitudes pastorales en diferentes diócesis, de las horas extenuado de confesionario a que suele entregarse de continuo, de la fervorosa siembra de la  palabra de Dios que hace todos los días desde el púlpito o desde el altar, de las infinitas tandas de ejercicios que, aun siendo Cardenal, ha dirigido a toda clase de personas, de los cientos de escritos que han salido de su pluma marcando orientaciones a todas las clases sociales, hasta de los jarales de las Hurdes por donde pasó dejando rastros de su caritativa ternura y de los suburbios del mediodía de Francia, donde hace tres años realizó una campaña de evangelización y de saneamiento moral y material a favor de los emigrantes españoles, que constituye una de las páginas más conmovedoras de su historia. Bastan los apuntados para poner de relieve el temple acerado y la fibra apostólica de este esclarecido varón, de una parte y, de otra, el terrible infantilismo y el prurito sectario con que se ha procedido arrancándolo del suelo de su patria, de la compañía de su octogenaria madre y del lado de las ovejas con quienes compartía cotidianamente la blanca eucaristía de sus afectos y de sus amores.



De donde no podrán arrancarle nunca es de las almas: no solo de sus ovejas, sino de millones de católicos esparcidos por toda la tierra que vuelven sus ojos con admiración al augusto desterrado, para encuadrarle entre las grandes figuras de la Iglesia, para aquilatar sus heroísmo, para ofrecerle sus oraciones, para beneficiarse de sus ejemplos y para dejar caer en sus oídos, como supremo consuelo, estas dulces y solemnes palabras del Maestro: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia».
 
J. FERNÁNDEZ, pbro. C. M.
 

[1] Semanario publicado en Manila (Filipinas) aparece el siete de marzo de 1931; (sale los sábados) pero con formato de periódico (hasta cinco columnas), fue fundado y dirigido por Alberto Campos. El semanario, que inserta anuncios publicitarios y fotografías, tiene una veintena de páginas. Dedica gran espacio a las noticias y artículos relativos y procedentes de España en la mayor parte de sus secciones, así como a los referidos a la vida de la colonia española en Filipinas. También incorporará una “página literaria” y una crónica religiosa. Su tendencia política es de derechas y su ideario, católico; reivindicará la dictadura primoriverista, será muy crítico con el régimen republicano que, al mes de su aparición, se constituirá en España y se mostrará combativo contra el comunismo.
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