Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Desterrado, y preocupado por las vocaciones sacerdotales (y 3)

por Victor in vínculis

El martes 8 de septiembre de 1931 El Castellano publica Carta de Su Eminencia Reverendísima sobre las vocaciones sacerdotales. Con esta tercera entrega completamos la Carta.


 
EL APOSTOLADO DE LAS VOCACIONES SACERDOTALES

Mas hay otra nota que interesa sobremanera hacer resaltar en vuestros escritos, porque es motivo de halagüeñas esperanzas para el porvenir religioso de la Archidiócesis.

No os contentáis con dar gracias a Dios nuestro Señor por el inestimable beneficio de vuestra vocación sacerdotal, ni os limitáis a conservar diligentemente ese riquísimo tesoro, aislándoos del contagio del mundo perverso que os rodea, sino que, celosos de la gloria de Dios y del bien de las almas, procuráis convertiros en apóstoles de las vocaciones sacerdotales.

No dudamos en afirmar, hijos amadísimos, que es este entre todos el apostolado más provechoso y necesario en nuestros días. Vivimos en una época de espíritu sectario tan anti-sacerdotal, que esta es la consigna de los impíos: el anticlericalismo.

Es muy común que aún los hombres perversos blasonen de su religiosidad ostentosamente; pero de una religiosidad de tal índole que no necesita intermediarios, como si el sacerdote, que en la actual providencia es el intermediario insustituible entre Dios y los hombres, fuera precisamente el obstáculo que impide que las almas se acerquen a Dios.

Astucia verdaderamente diabólica es esta para intentar destruir la obra de Dios: más serán completamente vanos los esfuerzos de la impiedad moderna, como lo han sido los de la impiedad de todos los siglos que, no pudiendo eliminar a Dios, tratan de aniquilar si pudieran a sus ministros en la tierra.

Parece que en estos instantes, verdaderamente difíciles porque en ellos se ha recrudecido la lucha contra la divina jerarquía de la Iglesia, es cuando se complace Jesús en demostrar que no tenemos por qué temer.

No obstante haberse extendido hasta las más pequeñas y apartadas aldeas la persecución religiosa, y haberse llegado a perpetrar atentados criminales contra sacerdotes, Dios sigue atrayendo hacia Sí suavemente con su llamamiento a sus futuros ministros, y se nos comunica la noticia de que, lejos de disminuir con relación a años anteriores, han aumentado las peticiones de admisión de nuevos alumnos en nuestro seminario para el próximo curso.
Doblemente nos consuela y alienta este hecho tan significativo, por el que os suplicamos nos ayudéis a dar las más rendidas gracias al Señor.

Es, por un lado, testimonio fehaciente de la piedad cristiana, que aún florece con tanta lozanía en la mayor parte de los hogares de esta Archidiócesis, en los que no ha logrado penetrar el ambiente de indiferentismo y aún de irreligiosidad, que nos envuelve por doquier.

Los padres, que viendo tan cubierto de densas nubes el horizonte de la Iglesia en España, envían a sus pequeñuelos al Seminario, demuestran conservar intacta la fe de sus mayores y son una fortalecedora esperanza para el porvenir.

Este hecho, de que este año precisamente hayan aumentado los aspirantes al sacerdocio entre nosotros, nos hace levantar los ojos al cielo a impulso del más sentido agradecimiento a Dios nuestro Señor, que es el que llama a los ministros de su santuario.

Como si en esa forma quisiera volver a decirnos: Confidite, nolite timere (Mc 6, 50). “Confiad, no temáis”; ecce Ego vobiscum sum omnibus diebus usque ad consummationem saeculi (Mt 26, 20): “Yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos”.

Mas es preciso reconocer que uno de los medios más eficaces de que el Señor se ha valido para el fomento de vocaciones eclesiásticas en esta coyuntura ha sido vuestro ferviente apostolado, cuidadosamente dirigido y acrecentado por el celo de nuestros ejemplarísimos y muy queridos párrocos.

Ellos no solo con sus oraciones y con su desprendimiento, sino con su consejo, con su ejemplo y hasta con su trabajo personal son los que van depositando en las almas inocentes de los niños la semilla de la vocación al sacerdocio, que se desarrolla y fructifica en el seno de las familias cristianas con la bendición de Dios.

En esta nobilísima empresa necesitan los párrocos la cooperación decidida y constante de los fieles, si el fruto ha de corresponder a los amorosos designios de la divina Providencia.

Nadie, cualquiera que sea su clase y condición, debe considerarse desligado de esta obligación sacratísima.

Todos, en primer lugar, pueden y deben secundar los vivos anhelos del Sacratísimo Corazón de Jesús. “El cual, dice su Santidad Pío XI en su carta Dolendum de 8 de junio de 1923, habiendo enseñado a los suyos las palabras de que se habían de valer para elevar sus oraciones al Padre celestial, parece que no recomendó otra cosa a los discípulos, y consiguientemente a todos los hombres, que el que pidiese abundancia de obreros evangélicos: “Rogad al Señor de la heredad que envíe obreros a su mies”. Es, pues, indispensable, instar con la oración, implorando la divina clemencia.

La oración fervorosa atrae del cielo los divinos llamamientos para el sacerdocio, los cuales reclaman múltiples cooperaciones por nuestra parte.

Es esta semilla de la vocación sacerdotal, extremadamente delicada, y tan solo con cuidado esmeradísimo puede, mediante la gracia del Señor, lograr llegue a sazón.

A la docilidad y fidelidad del aspirante al sacerdocio debe unirse la formación de la inteligencia y del corazón, que durante muchos años se ha de ir completando en los seminarios.

Ciertamente que merecerán bien de la Iglesia y atraerán sobre sí y los suyos copiosísimas gracias del cielo los que contribuyan a esta obra, hoy más que nunca necesaria.

A fuer de agradecidos sabréis vosotros, muy amados hijos, corresponder durante toda vuestra vida sacerdotal, con vuestras plegarias, a esos insignes bienhechores, haciendo de ellos memoria en el altar.

Y unidos todos por el mismo amor a nuestra santa Madre la Iglesia daremos gloria a Dios y proporcionaremos inmenso bien a las almas, procurando por cuantos medios estén a nuestro alcance dotar a esta tan amada Archidiócesis de numerosos apóstoles que preparen en ella el reinado del Sacratísimo Corazón de Jesús.

Confiamos este, como todos los asuntos graves de nuestro ministerio pastoral, a la mediación de la Virgen Santísima nuestra Madre (bajo estas líneas la Inmaculada del Seminario), llamada por tantos títulos Virgen sacerdotal, y cuya fiesta de su Asunción gloriosa a los cielos hoy celebramos.



Descienda copiosa sobre vosotros, muy amados hijos, y sobre vuestras familias la bendición de Dios Todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo, y permanezca para siempre. Así sea.
 
            En Nuestra Señora de Belloc (Francia), a 15 de agosto de 1931
                PEDRO, CARDENAL SEGURA Y SÁENZ
Arzobispo de Toledo
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