Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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El Cardenal Segura desde Belloc (1)

por Victor in vínculis

Escribe el siervo de Dios Jesús Requejo en su libro El Cardenal Segura (pág. 193): "Con exquisita prudencia el Sr. Cardenal, desde que fue expulsado de España, buscó un apacible lugar de retiro, que muy contadas personas conocían.
Una piadosa familia le ofreció generosa hospitalidad en Bayona, donde vivía por entero dedicado a la oración, a la lectura, al gobierno de su diócesis, en cuanto las circunstancias se lo consentían… y a meditar en los aciagos días que preveía la Iglesia española. Únicamente los sábados recibía algunas visitas en el Santuario de Nuestra Señora del Belloc, de las cuales ni aun en el destierro podía eximirse, ya que no faltaban personas que iban de España a besar su anillo pastoral y a oír palabras de consuelo de quien tantas amarguras padecía”.


 
            Bien, pues es precisamente desde este Santuario desde donde el Cardenal Pedro Segura Sáenz firma, el 4 de julio de 1931, un extraordinario documento que será publicado en el Boletín Eclesiástico de Toledo y, que El Castellano lo lleva a sus páginas el viernes 31 de julio de ese año. Lo iremos publicando íntegramente desde hoy.
 
UN DOCUMENTO INTERESANTE

CARTA PASTORAL DE SU EMINENCIA SOBRE LOS DEBERES DEL CARGO PASTORAL
Nuestro silencio. —Nuestra gratitud. —Nuestro deber
 
El Cardenal Arzobispo de Toledo al clero y fieles del Arzobispado.

Venerables hermanos y amados hijos: A medida que los días transcurren nos urge más y más el cumplimiento de los graves deberes de nuestro cargo pastoral, sobre los que nos ha de pedir estrecha cuenta el Supremo Pastor de los pastores.
           
NUESTRO SILENCIO
 
Con reverencia filial, que mucho os honra, habéis sabido respetar nuestro silencio, que gustosamente hemos ofrecido al Señor, cuando tantas y tantas causas nos incitaban vehementemente a hablar.
 
Hoy, haciendo nuestras las palabras de san Hilario (Lib. adv. Constantium), podemos decir: Ulterius tacere diffidentiae signum est, non modestiae ratio, quia non minoris periculi est semper tacuisse quam nunquam. Callar por más tiempo fuera no prueba de moderación, sino muestra de cobardía, porque no hay menos peligro en callar siempre que en hablar de continuo”.
 
Si solo atendiésemos a conveniencias temporales, fuera ciertamente preferible el callar en circunstancias como las presentes; mas apremia la voz de la conciencia, que no nos es dado desoír, aunque por ello hubiéramos de afrontar nuevos sufrimientos.
 
Humilitatis meae immemor, decía el mismo santo doctor (De Synodo adv. Arianos) de santis rebus amore vestri coactus haec scripsi, et quae ipse credebam loquutus sum, conscius mihi hoc Ecclesiae militae meae stipendium debere, et per has litteras Episcopatus mei in Christo vocem secundum doctrinas evangelicas. “…Hemos olvidado lo poco que somos, para hablaros de estas cosas tan graves, nos ha forzado a ello el amor que os tenemos. Es nuestra fe la que nos obliga a hablar. La conciencia nos es testigo de que así pagamos a la Iglesia una parte del estipendio de nuestro cargo militante, ofreciéndole, por medio de esta carta basada en las doctrinas evangélicas, la voz de nuestro Episcopado”.
 
Únicamente, venerables hermanos y muy amados hijos, la voz de nuestro Episcopado, exenta de toda clase de resentimientos y de pasiones, es la que, al imperio de un deber de conciencia, brota hoy de nuestros labios, dispuestos por lo demás a haber guardado perpetuo y absoluto silencio.

No nos es posible callar cuando peligran los sagrados intereses de la gloria de Dios y del bien de las almas que nos están confiadas, como decía Su Santidad recientemente en su encíclica “Non abbiamo”, de 29 de junio próximo pasado: “No hemos recibido nuestro cargo pastoral de manos de un hombre mortal, llámese jefe del Estado o del Gobierno, sino del mismo Espíritu Santo, que nos puso a regir la parte de la Iglesia de Dios, que Pedro nos ha señalado”.


 
¡Qué ejemplo más admirable de esta santa intrepidez en el cumplimiento del deber del “ministerio de la palabra” nos acaba de dar el soberano pontífice en el sermón que pronunció el día 31 de mayo último en el aula consistorial, aludiendo a los luctuosos sucesos de la persecución de la Iglesia en Italia! (Acta A. Sedis, vol. XXIII, pág. 230). “Lo decíamos ayer tarde a los hijos de D. Bosco; lo repetimos a vosotros, amados hijos, y al mundo: se nos puede pedir la vida, no el silencio, cuando se hace mofa de aquello que constituye la predilección conocidísima de nuestro corazón y del corazón de Dios, cuyas veces hacemos”.
 
Somos depositarios de un tesoro riquísimo, del tesoro divino que Jesucristo confió a su Iglesia, y, cuando estos sagrados intereses lo reclaman, no nos es lícito callar como si se tratara de cosas dejadas por entero a nuestro arbitrio o al de los hombres.
 
¡Qué propiamente nos describe San Vicente de Lerins (en su Commonitorio) la naturaleza de este divino depósito!: Quod tibi creditum, non quod a te inventum ; quod accepisti, non quod excogitasti; rem non ingenii, sed doctrinae; non usurpationis privatae, sed publicae traditionis; rem ad te perductam, non a te prolatam; in qua auctor non debes esse, sed custos. Es tesoro “que se nos ha confiado, no que nosotros hemos inventado; que hemos recibido, no que hemos ideado; no de ingenio, sino de doctrina; no de usurpación privada, sino de pública tradición; que se nos ha transmitido, no que nosotros hemos descubierto, y del cual no somos los autores, sino los guardadores”.
 
¡Ah! ¡Si con tanta fidelidad y con tanta fortaleza defendiésemos este sagrado tesoro de nuestra fe, que estuviésemos prontos a dar por él hasta nuestra vida!
 
Difícilmente podremos hallar palabras que más propiamente expresen nuestro pensamiento en estos momentos, que aquellas con que significa el Padre Santo, en su última carta encíclica, los motivos que le impulsan a dirigirse al mundo católico: “Sentimos la necesidad y el deber de dirigirnos y como venir en espíritu a cada uno de vosotros, venerables hermanos, ante todo para cumplir un grave y urgente deber de gratitud fraternal; en segundo lugar, para satisfacer a otro no menos grave y urgente deber de defensa hacia la verdad y la justicia, en materia que, relacionándose con vitales intereses y derechos de la Iglesia, se relaciona también con todos y cada uno de vosotros…”.
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