Lunes, 23 de diciembre de 2024

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El amor es paciente, es servicial

por Nobleza obliga

Mucho se sigue hablando de la exhortación apostólica postsinodal Amoris Laeitita y su discusión se ha centrado muchas veces solo en los puntos polémicos.

Quisiera ir más allá de los numerales más álgidos y comentar el capítulo cuarto denominado “El amor en el matrimonio”.

Yo se lo recomendaría a cualquier persona casada o que esté por casarse, independientemente de su opción religiosa. Incluso, algunos puntos de este capítulo pueden aplicarse a quienes hemos seguido el llamado a la vida consagrada en una comunidad. Pues presenta una serie de consejos llenos de sabiduría sobre cómo vivir el amor y la amistad aprovechando los momentos de mayor alegría y perseverando en aquellos en los que la cuesta se vuelve más empinada.

El Papa desglosa y hace ver la actualidad que tiene el himno bíblico de la caridad, escrito por el apóstol San Pablo en su carta a los corintios. “El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no hace alarde...” (Co. 13, 1- 13).

Uno de los consejos es no exigir relaciones celestiales en las que todo sea perfecto. Tampoco pensar que somos el centro del universo ni pretender que el otro se acomode a mí, que es el otro quien debe satisfacer mis necesidades (sin el viceversa).

El amor no es solo un sentimiento, recuerda el Papa. En hebreo amar significa “hacer el bien”. Nunca puede considerarse amor el hecho de sentir alegría por el malestar del otro. Por ello el dominio y la competitividad en la pareja o el mirar con pesimismo los defectos del otro hieren tanto la alianza matrimonial.

Es común que en la familia surjan discusiones que puedan irritarnos y alterar nuestras emociones. En este sentido bien lo dice el Papa: “Una cosa es sentir la fuerza de la agresividad que brota y otra es consentirla, dejar que se convierta en una actitud permanente”. La segunda actitud puede ir agrietando esa unión con uno que otro grito, una actitud egoísta hasta causar daños, a veces irreparables. Es allí cuando se confunde la justa reivindicación de los derechos propios con un deseo de venganza, cuando los miembros de la familia se dejan aprisionar por la ira. Se acude al recurso inmaduro de culpar a los demás lo que trae un “falso alivio” que solo servirá para inflar el propio ego, pero no para llegar a la verdad.

El Papa advierte también el peligro de las idealizaciones que impiden llevar las contrariedades con espíritu positivo y terminan casi siempre en decepción. La aceptación mutua es fundamental.

No perder la perspectiva del amor conyugal que significa máxima amistad, búsqueda del bien del otro, reciprocidad, intimidad y vida compartida. Un amor que abre los ojos del otro, que debe manifestarse a través de gestos que lo hagan más rico, que no dejen que esa llama se apague. Para ello hay tres palabras que el Papa recomienda en este documento y que ha mencionado en discursos anteriores: permiso, gracias, perdón. Un amor que crezca con el diálogo, con la escucha, con el abrirse al mundo interior del otro.

En esta exhortación el Papa, como padre espiritual, consejero de varias familias y recogiendo el parecer de tantos obispos alrededor del mundo, presenta una reflexión profunda y actualizada sobre la situación y también los desafíos de la familia en el mundo de hoy. Si muchas parejas siguieran estos consejos, quizás más matrimonios podrían llegar a la meta de “hasta que la muerte los separe”.

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