El beato José Polo Benito defendió al cardenal Segura
El 10 de mayo de 1931 era domingo. Por ser confesionalmente católico El Castellano no se publicaba ese día, con lo cual la tercera y última parte del artículo Labor apostólica del Cardenal Segura expuesta por su Clero aparece en la edición del tristemente famoso 11 de mayo de 1931. Incluye la defensa del Deán de la Catedral. En la foto, el día de la coronación de la Virgen de Guadalupe, el deán Polo Benito, es el primero a la derecha de la foto.
Más extraordinaria aún para quien conozca pormenores que en gracia a la brevedad hemos omitido, y para quien sepa que toda esta actividad, que alguien ha calificado de sobrehumana, es fruto de una voluntad indomable, que sabe sobreponerse a las flaquezas de una salud quebrantada, y a las exigencias de un plan medicinal que ha de guardarse con absoluto rigor.
Pero la caridad, que es más fuerte que la muerte, es también más fuerte que las enfermedades y superior a todos los obstáculos.
Ante almas de este temple, forzoso es descubrirse. El respeto es un tributo obligado. Podrán combatirlas quienes no las conocen o son incapaces de admirarlas, pero lo menos que se les puede pedir es que usen del arma del razonamiento, no la de la calumnia; que guarden siquiera aquellas tradicionales formas de cortesía que nunca olvidó la hidalguía española.
ECOS DE UNA CAMPAÑA
Después de las páginas que anteceden no escribimos aquí sin repugnancia la palabra “política”. Las circunstancias nos obligan.
No queremos teorizar. No es ocasión esta de discutir lo que en orden a la política pueden hacer los prelados y los sacerdotes. Solo queremos dejar asentado que no han de aprenderlo de los enemigos de la Iglesia. La Santa Sede, en repetidas ocasiones, ha dado normas sobre este particular, y con atenernos a ellas sabemos el camino que hemos de seguir.
A estas normas se atuvo siempre el Cardenal Primado sin desviarse de ellas un punto. Nosotros desafiamos a quien quiera que sea a que nos demuestre lo contrario. ¿Por qué, pues, se le combate?
Bueno será que los católicos españoles estén advertidos. No se combate a la persona del señor Cardenal, sino a lo que representa. Contra él se enderezan en apariencia los tiros, pero con el secreto designio de herir a la Iglesia misma. Harto lo prueba la clase de armas que contra el señor Cardenal se esgrimen.
Varios periódicos -ya se adivina cuáles- han traído y llevado unas palabras que el señor Cardenal Primado escribió hace tiempo. ¡Aun el recomendar a los católicos que votasen a los candidatos “más dignos”, a los que mejor hubieran de servir a la Iglesia y a la patria, les pareció doctrina peligrosa! ¿Querían que aconsejase a los católicos que diesen su voto a los más indignos?
¡Pero es que el señor Cardenal Primado hostiliza a la República!
Parece que es esta ahora la consigna. Y para dar cuerpo a tan torpe imputación, se inventó con tan mala fe como escaso ingenio, una frase estúpida, que llevaba impreso el sello de la más burda superchería. No obstante, corrió por ciertos periódicos -los de siempre- y fue repetida con regodeo en altas esferas oficiales.
Poca perspicacia era menester para descubrir la impostura y rechazarla con desprecio. Con todo, se abrió una información oficial y entre tanto… seguía la calumnia su camino.
Fue preciso, al fin, rendir tributo a la verdad: “Los testimonios coinciden -dijo el señor ministro de Justicia- en afirmar que las palabras atribuidas al Cardenal Primado no fueron dichas por él”.
Demandaba la cortesía -no hablemos de la justicia- cuando menos unas palabras de excusa al calumniado. Pero, ¿quién pide cortesía a periódicos que se mueven a impulso de la pasión sectaria? El propio ministro de Justicia, como arrepentido de haber dicho demasiado, terminó sus declaraciones a los periodistas con un “no parece exacto que el señor Cardenal hubiera pronunciado las palabras que se le atribuyeron”. ¿Nada más que no parece cuando “los testimonios coinciden” en que no las pronunció?
“Pero existen algunos testimonios que afirman que el Cardenal Primado tuvo expresiones que pudieron dar motivo a que se creyera había un propósito político que subrayaba su discrepancia con el régimen actual”.
No se habla de realidades, sino de un “propósito”; no de ataques al régimen actual, sino de “discrepancia”, y este propósito y esta discrepancia no se afirman como ciertos. ¡Pudieron existir, pudo creerse que existían…! A la plática del Sr. Cardenal, en que algunos testimonios afirman que se dijeron esas expresiones tan fecundas en posibilidades, asistieron centenares de personas de todas clases sociales: sacerdotes, magistrados, catedráticos, militares… Nada más fácil que averiguar, depurar, aquilatar lo que el Sr. Cardenal dijo. “Pero el Gobierno no tiene por qué entrar en mayores esclarecimientos”.
Sabía ya bastante para enviar al Sr. Nuncio una nota, que será digna de perpetua memoria en los anales diplomáticos y comenzaba así:
“Al Gobierno han llegado noticias contradictorias sobre palabras pronunciadas por el Cardenal Primado en la última conferencia sabatina. En vista de ello el Gobierno Provisional de la República ha hecho saber al Sr. Nuncio, etc”.
¿No hubiera sido preferido aclarar antes esas noticias contradictorias?
Lo que sí se aclaró es que el Sr. Cardenal, en su ya célebre plática, leyó una carta y, por añadidura, no leyó la firma. “En la información -en la que mandó hacer el Gobierno- se insiste hubo lectura de una carta, cuya firma no se leyó”.
¿Sería la carta alguna diatriba contra el nuevo régimen? ¿La habría escrito algún conspirador para hacer prosélitos a la sombra de la Catedral Primada?
Nosotros vamos a revelar el tremendo secreto: la carta era de una persona piadosa que, alarmada -y no es ella sola- por los proyectos de libertad de cultos, secularización de cementerios y separación de la Iglesia y el Estado, ya anunciados por el Sr. Ministro de Justicia, ofrecía a Dios su vida por la paz espiritual de España.
¿Esto es un delito? ¿Será cosa de buscar al delincuente, ya que el señor Cardenal no cometió la indiscreción de revelar su nombre?
Se nos dirá, tal vez, que todas estas cosas son minucias indignas de una refutación. Justo: indignas de una refutación… y de ocupar la atención del Gobierno. Pero no se nos negará que son muy significativas y pueden dar mucha luz para juzgar cosas grandes a través de cosas pequeñas, demasiado pequeñas.
Para terminar, citaremos las tan valientes como discretas frases con que el señor Deán [beato José Polo Benito], en la sabatina del día 25 de abril [1931], refutaba, en medio del asentimiento unánime del auditorio, las viles imposturas inventadas contra el señor cardenal.
“La malicia o la ignorancia, separadas o conjuntamente (que no es este el momento de analizar, no es este el instante de juzgar las proporciones en que pudiera intervenir la incomprensión o la perfidia en el infame propósito); la malicia y la incomprensión, juntas o separadas, vinieron en la noche del sábado a esta catedral para representar dentro de sus sagrados muros aquella memorable escena ocurrida primeramente en Jerusalén, cuando los fariseos iban a escuchar a Cristo, “ut caperent eum in sermone”, para cogerle por sus palabras.
También aquí se ha repetido la escena de calumnia. Lenguas impuras paladearon la acidez del sabor de esa calumnia, y de la lengua pasó a la pluma, a la pluma, señores y hermanos míos, que puede ser espada de acero toledano o navaja envenenada en el filo.
Vosotros sabéis como yo que es enteramente falso, vosotros sabéis como yo que es enteramente calumniosa la especie que se ha atribuido a nuestro Eminentísimo Señor Cardenal.
No vengo yo a deciros que protestéis. ¿Para qué? Yo sé bien, como vosotros, que la calumnia se esparce para que algo quede y que, cuando el agua, voluntaria e involuntariamente, se esparce, es muy difícil recogerla.
No vengo yo a protestar; sé muy bien que cuando la rectificación viene, la mancha no se borra, ni el honor se devuelve; no vengo, pues, a hacer protestas, por otra parte innecesarias entre vosotros; vengo, hermanos míos, como Deán-Presidente del Cabildo Primado de España, a que vosotros y yo, juntos en abrazo de hermandad, pidamos perdón para la malicia o para la ignorancia que fabricaron esa calumnia y nos dieron este nuevo dolor.
Vengo, hermanos míos, para que vosotros y yo pidamos a la Virgen Santísima del Sagrario abra su manto de misericordia y cobije también a los hijos desleales e ingratos; a la Virgen Santísima, cuya lealtad es tan grande y que supo tanto de dolores y de afrentas.
Que Ella, hermanos míos, esté siempre bendiciéndonos, esté siembre protegiéndonos y que no se olvide de proteger a los hijos que algunas veces se olvidan de serlo, ni en esta vida ni en la otra”.
La princesa María José de Bélgica en la toledana Venta de Aires (en 1929), en primer término el Deán de la Catedral, beato José Polo Benito.
Más extraordinaria aún para quien conozca pormenores que en gracia a la brevedad hemos omitido, y para quien sepa que toda esta actividad, que alguien ha calificado de sobrehumana, es fruto de una voluntad indomable, que sabe sobreponerse a las flaquezas de una salud quebrantada, y a las exigencias de un plan medicinal que ha de guardarse con absoluto rigor.
Pero la caridad, que es más fuerte que la muerte, es también más fuerte que las enfermedades y superior a todos los obstáculos.
Ante almas de este temple, forzoso es descubrirse. El respeto es un tributo obligado. Podrán combatirlas quienes no las conocen o son incapaces de admirarlas, pero lo menos que se les puede pedir es que usen del arma del razonamiento, no la de la calumnia; que guarden siquiera aquellas tradicionales formas de cortesía que nunca olvidó la hidalguía española.
ECOS DE UNA CAMPAÑA
Después de las páginas que anteceden no escribimos aquí sin repugnancia la palabra “política”. Las circunstancias nos obligan.
No queremos teorizar. No es ocasión esta de discutir lo que en orden a la política pueden hacer los prelados y los sacerdotes. Solo queremos dejar asentado que no han de aprenderlo de los enemigos de la Iglesia. La Santa Sede, en repetidas ocasiones, ha dado normas sobre este particular, y con atenernos a ellas sabemos el camino que hemos de seguir.
A estas normas se atuvo siempre el Cardenal Primado sin desviarse de ellas un punto. Nosotros desafiamos a quien quiera que sea a que nos demuestre lo contrario. ¿Por qué, pues, se le combate?
Bueno será que los católicos españoles estén advertidos. No se combate a la persona del señor Cardenal, sino a lo que representa. Contra él se enderezan en apariencia los tiros, pero con el secreto designio de herir a la Iglesia misma. Harto lo prueba la clase de armas que contra el señor Cardenal se esgrimen.
Varios periódicos -ya se adivina cuáles- han traído y llevado unas palabras que el señor Cardenal Primado escribió hace tiempo. ¡Aun el recomendar a los católicos que votasen a los candidatos “más dignos”, a los que mejor hubieran de servir a la Iglesia y a la patria, les pareció doctrina peligrosa! ¿Querían que aconsejase a los católicos que diesen su voto a los más indignos?
¡Pero es que el señor Cardenal Primado hostiliza a la República!
Parece que es esta ahora la consigna. Y para dar cuerpo a tan torpe imputación, se inventó con tan mala fe como escaso ingenio, una frase estúpida, que llevaba impreso el sello de la más burda superchería. No obstante, corrió por ciertos periódicos -los de siempre- y fue repetida con regodeo en altas esferas oficiales.
Poca perspicacia era menester para descubrir la impostura y rechazarla con desprecio. Con todo, se abrió una información oficial y entre tanto… seguía la calumnia su camino.
Fue preciso, al fin, rendir tributo a la verdad: “Los testimonios coinciden -dijo el señor ministro de Justicia- en afirmar que las palabras atribuidas al Cardenal Primado no fueron dichas por él”.
Demandaba la cortesía -no hablemos de la justicia- cuando menos unas palabras de excusa al calumniado. Pero, ¿quién pide cortesía a periódicos que se mueven a impulso de la pasión sectaria? El propio ministro de Justicia, como arrepentido de haber dicho demasiado, terminó sus declaraciones a los periodistas con un “no parece exacto que el señor Cardenal hubiera pronunciado las palabras que se le atribuyeron”. ¿Nada más que no parece cuando “los testimonios coinciden” en que no las pronunció?
“Pero existen algunos testimonios que afirman que el Cardenal Primado tuvo expresiones que pudieron dar motivo a que se creyera había un propósito político que subrayaba su discrepancia con el régimen actual”.
No se habla de realidades, sino de un “propósito”; no de ataques al régimen actual, sino de “discrepancia”, y este propósito y esta discrepancia no se afirman como ciertos. ¡Pudieron existir, pudo creerse que existían…! A la plática del Sr. Cardenal, en que algunos testimonios afirman que se dijeron esas expresiones tan fecundas en posibilidades, asistieron centenares de personas de todas clases sociales: sacerdotes, magistrados, catedráticos, militares… Nada más fácil que averiguar, depurar, aquilatar lo que el Sr. Cardenal dijo. “Pero el Gobierno no tiene por qué entrar en mayores esclarecimientos”.
Sabía ya bastante para enviar al Sr. Nuncio una nota, que será digna de perpetua memoria en los anales diplomáticos y comenzaba así:
“Al Gobierno han llegado noticias contradictorias sobre palabras pronunciadas por el Cardenal Primado en la última conferencia sabatina. En vista de ello el Gobierno Provisional de la República ha hecho saber al Sr. Nuncio, etc”.
¿No hubiera sido preferido aclarar antes esas noticias contradictorias?
Lo que sí se aclaró es que el Sr. Cardenal, en su ya célebre plática, leyó una carta y, por añadidura, no leyó la firma. “En la información -en la que mandó hacer el Gobierno- se insiste hubo lectura de una carta, cuya firma no se leyó”.
¿Sería la carta alguna diatriba contra el nuevo régimen? ¿La habría escrito algún conspirador para hacer prosélitos a la sombra de la Catedral Primada?
Nosotros vamos a revelar el tremendo secreto: la carta era de una persona piadosa que, alarmada -y no es ella sola- por los proyectos de libertad de cultos, secularización de cementerios y separación de la Iglesia y el Estado, ya anunciados por el Sr. Ministro de Justicia, ofrecía a Dios su vida por la paz espiritual de España.
¿Esto es un delito? ¿Será cosa de buscar al delincuente, ya que el señor Cardenal no cometió la indiscreción de revelar su nombre?
Se nos dirá, tal vez, que todas estas cosas son minucias indignas de una refutación. Justo: indignas de una refutación… y de ocupar la atención del Gobierno. Pero no se nos negará que son muy significativas y pueden dar mucha luz para juzgar cosas grandes a través de cosas pequeñas, demasiado pequeñas.
Para terminar, citaremos las tan valientes como discretas frases con que el señor Deán [beato José Polo Benito], en la sabatina del día 25 de abril [1931], refutaba, en medio del asentimiento unánime del auditorio, las viles imposturas inventadas contra el señor cardenal.
“La malicia o la ignorancia, separadas o conjuntamente (que no es este el momento de analizar, no es este el instante de juzgar las proporciones en que pudiera intervenir la incomprensión o la perfidia en el infame propósito); la malicia y la incomprensión, juntas o separadas, vinieron en la noche del sábado a esta catedral para representar dentro de sus sagrados muros aquella memorable escena ocurrida primeramente en Jerusalén, cuando los fariseos iban a escuchar a Cristo, “ut caperent eum in sermone”, para cogerle por sus palabras.
También aquí se ha repetido la escena de calumnia. Lenguas impuras paladearon la acidez del sabor de esa calumnia, y de la lengua pasó a la pluma, a la pluma, señores y hermanos míos, que puede ser espada de acero toledano o navaja envenenada en el filo.
Vosotros sabéis como yo que es enteramente falso, vosotros sabéis como yo que es enteramente calumniosa la especie que se ha atribuido a nuestro Eminentísimo Señor Cardenal.
No vengo yo a deciros que protestéis. ¿Para qué? Yo sé bien, como vosotros, que la calumnia se esparce para que algo quede y que, cuando el agua, voluntaria e involuntariamente, se esparce, es muy difícil recogerla.
No vengo yo a protestar; sé muy bien que cuando la rectificación viene, la mancha no se borra, ni el honor se devuelve; no vengo, pues, a hacer protestas, por otra parte innecesarias entre vosotros; vengo, hermanos míos, como Deán-Presidente del Cabildo Primado de España, a que vosotros y yo, juntos en abrazo de hermandad, pidamos perdón para la malicia o para la ignorancia que fabricaron esa calumnia y nos dieron este nuevo dolor.
Vengo, hermanos míos, para que vosotros y yo pidamos a la Virgen Santísima del Sagrario abra su manto de misericordia y cobije también a los hijos desleales e ingratos; a la Virgen Santísima, cuya lealtad es tan grande y que supo tanto de dolores y de afrentas.
Que Ella, hermanos míos, esté siempre bendiciéndonos, esté siembre protegiéndonos y que no se olvide de proteger a los hijos que algunas veces se olvidan de serlo, ni en esta vida ni en la otra”.
Toledo, a 30 de abril de 1931.
LA ASOCIACIÓN DIOCESANA DEL CLERO
“Con censura eclesiástica”
LA ASOCIACIÓN DIOCESANA DEL CLERO
“Con censura eclesiástica”
La princesa María José de Bélgica en la toledana Venta de Aires (en 1929), en primer término el Deán de la Catedral, beato José Polo Benito.
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