Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Pastoral del Cardenal Segura de 1931 (y 4)

por Victor in vínculis

 

Esta es la última parte de Sobre los deberes de los católicos en la hora actual, carta pastoral del 1 de mayo de 1931, que publicó el cardenal Pedro Segura. Continúa el apartado Deberes de los católicos en la actuación política.

Para impedir que esto suceda, se requiere por parte de los católicos una prudente y eficaz actuación política. «¿No es deber de todos los católicos -decía Su Santidad Pío X en su encíclica de 25 de agosto de 1910- usar de las armas políticas que tienen a la mano para defender a la Iglesia y también para obligar a los políticos a mantenerse en su terreno y no ocuparse de la Iglesia sino para darle lo que le es debido?»

Esta actuación debe encaminarse de manera especial a que «tanto a las Asambleas administrativas como a las políticas de la nación vayan aquellos que, consideradas las condiciones de cada elección, parezca que han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la Patria en el ejercicio de su cargo».

¿Será preciso insistir en la oportunidad de esta advertencia en los momentos actuales de la vida española, cuando van a elegirse unas Cortes Constituyentes que han de resolver no solo sobre la forma de Gobierno, que al fin es cosa de importancia secundaria y accidental, sino sobre otros muchos puntos de gravedad suma, de trascendencia incalculable para la Iglesia y los católicos y para toda la nación?

Nos hallamos en una de esas horas en que se va a decidir, quizá de manera irremediable, la orientación y el porvenir de nuestra Patria.

En estos momentos de angustiosa incertidumbre, cada católico debe medir la magnitud de sus responsabilidades y cumplir valerosamente con su deber. Si todos ponemos la vista en los intereses superiores, sacrificando lo secundario en obsequio de lo principal; si unimos nuestros esfuerzos para luchar con perfecta cohesión y disciplina, sin vanos alardes, pero con fe en nuestros ideales, con abnegación y espíritu de sacrificio, podremos mirar tranquilamente el porvenir, seguros de la victoria.

Si permanecemos «quietos y ociosos»; si nos dejamos llevar «de la apatía y de la timidez»; si dejamos expedito el camino a los que se esfuerzan en destruir la religión o fiamos el triunfo de nuestros ideales a la benevolencia de nuestros enemigos, ni aun tendremos derecho a lamentarnos cuando la triste realidad nos demuestre que, habiendo tenido la victoria en nuestra mano, ni supimos luchar con denuedo ni sucumbir con gloria.

En las circunstancias actuales todos los católicos, «sin distinción de partidos políticos», deben unirse en apretada falange. Lo que hace años el Papa Pío X juzgaba «necesario e indispensable», lo es hoy más todavía: «Necesario e indispensable -decía aquel llorado Pontífice- ha juzgado la Iglesia, respecto de los católicos de España, que, si no pudiera lograrse una unión permanente y habitual, se establezcan, cuando menos, acuerdos transitorios, per modum actus transeuntis, siempre que los intereses de la religión y de la Patria exijan una acción común, especialmente ante cualquier amenaza de atentado con daño de la Iglesia».

«Adherirse prontamente a tal unión o acción práctica común –continuaba el citado Sumo Pontífice- "es deber imprescindible de todo católico", sea cual fuere el partido político a que pertenezca».

Quisiéramos no tener que escribir nombres, que pueden ser bandera de combate de diversos grupos; pero Nos hemos impuesto el deber de hablar con entera claridad, y lo cumpliremos lealmente. Y así decimos a todos los católicos, republicanos o monárquicos: «Podéis noblemente discutir cuando se trate de la forma de gobierno de nuestra nación o de intereses puramente humanos: pero cuando el orden social está, en peligro, cuando los derechos de la religión están amenazados, "es deber imprescindible de todos unirnos para defenderla y salvarla"».

Es urgente que en las actuales circunstancias los católicos, prescindiendo de sus tendencias políticas, en las cuales pueden permanecer libremente, se unan de manera seria y eficaz para conseguir que sean elegidos para las Cortes Constituyente candidatos que ofrezcan plenas garantías de que defenderán los derechos de la Iglesia y del orden social.

En la elección de estos candidatos no habrá de darse importancia a sus tendencias monárquicas o republicanas, sino que se mirará, sobre toda otra consideración, a las antedichas garantías.

Podrá servirnos de ejemplo lo que hicieron los católicos de Baviera después de la revolución de noviembre de 1918: todos unidos y concordes, trabajaron ardorosamente para preparar las primeras elecciones, en las cuales alcanzaron una notable mayoría, aunque solo relativa; de manera que, constituyendo el grupo parlamentario más fuerte, pudieron, como atestiguan los hechos, salvar al país del bolchevismo que amenazaba y que aún llegó a dominar algún tiempo, y defender los intereses de la religión hasta la conclusión de un Concordato, muy favorable a la libertad de la Iglesia y de las escuelas confesionales.

No se hablaba de Monarquía o de República, sino que toda la campaña electoral se basó en estos dos puntos: defensa de la religión y defensa del orden social.

Esta coincidencia sería más fácil si todos los católicos que pertenecen a un partido cualquiera recuerdan que «están obligados, como enseñó Su Santidad Pío X, a conservar siempre íntegra su libertad de acción y de voto para negarse a cooperar, de cualquier manera que sea, a leyes o disposiciones contrarias a los derechos de Dios y de la Iglesia, sino también a hacer en toda ocasión oportuna cuanto de ellos dependa para sostener positivamente los derechos antedichos».

Juzgamos innecesario descender a más pormenores. No es tiempo de largos discursos, sino de orar, de obrar, de trabajar, de sacrificarse, si es preciso, por la causa de Dios, y por el bien de nuestra amada Patria.

Si lo hacéis todos, venerables hermanos y muy amados hijos, Dios bendecirá vuestros esfuerzos. Prenda de la bendición divina sea la que Nos os damos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Toledo, 1 de mayo de 1931. Pedro, cardenal Segura y Sáenz, arzobispo de Toledo. Por mandato de su eminencia reverendísima el cardenal-arzobispo, mi señor, doctor Benito M. de Morales, secretario canciller. (Esta carta pastoral será leída al pueblo fiel en la forma acostumbrada)».



El Cardenal, en su despacho, en sus años de Obispo de Coria (1920-1926).

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