8. Ayudadnos a difundir la verdad (Carta Colectiva)
9.- Conclusión
Cerramos, Venerables Hermanos, esta ya larga Carta rogándoos nos ayudéis a lamentar la gran catástrofe nacional de España, en que se han perdido, con la justicia y la paz, fundamento del bien común y de aquella vida virtuosa de la Ciudad de que nos habla el Angélico, tantos valores de civilización y de vida cristiana. El olvido de la verdad y de la virtud, en el orden político, económico y social, nos ha acarreado esta desgracia colectiva. Hemos sido mal gobernados, porque, como dice Santo Tomás, Dios hace reinar al hombre hipócrita por causa de los pecados del pueblo.
A vuestra piedad, añadid la caridad de vuestras oraciones y las de vuestros fieles; para que aprendamos la lección del castigo con que Dios nos ha probado; para que se reconstruya pronto nuestra patria y pueda llenar sus destinos futuros, de que son presagio los que ha cumplido en siglos anteriores; para que se contenga, con el esfuerzo y las oraciones de todos, esta inundación del comunismo que tiende a anular al Espíritu de Dios y al espíritu hombre, únicos polos que han sostenido las civilizaciones que fueron.
Y completad vuestra obra con la caridad de la verdad sobre las cosas de España, «Non est addenda afflictio afflictis»; a la pena por lo que sufrimos se ha añadido la de no haberse comprendido nuestros sufrimientos. Más, la de aumentarlos con la mentira, con la insidia, con la interpretación torcida de los hechos. No se nos ha hecho el honor de considerarnos víctimas. La razón y la justicia se han pesado en la misma balanza que la sinrazón u la injusticia, tal vez la mayor que han visto los siglos. Se ha dado el mismo crédito al periódico asalariado, al folleto procaz o al escrito del español prevaricador, que ha arrastrado por el mundo con vilipendio el nombre de su madre patria, que a la voz de los Prelados, al concienzudo estudio del moralista o a la relación auténtica del cúmulo de hechos que son afrenta de la humana historia. Ayudadnos a difundir la verdad. Sus derechos son imprescriptibles, sobre todo cuando se trata del honor de un pueblo, de los prestigios de la Iglesia, de la salvación del mundo. Ayudadnos con la divulgación del contenido de estas Letras, vigilando la prensa y la propaganda católica, rectificando los errores de la indiferente o adversa. El hombre enemigo ha sembrado copiosamente la cizaña; ayudadnos a sembrar profusamente la buena semilla.
Consentidnos una declaración última. Dios sabe que amamos en las entrañas de Cristo y perdonamos de todo corazón a cuantos, sin saber lo que hacían, han inferido daño gravísimo a la Iglesia y a la Patria. Son hijos nuestros. Invocamos ante Dios y en favor de ellos los méritos de nuestros mártires, de los diez Obispos y de los miles de sacerdotes y católicos que murieron perdonándoles, así como el dolor, como de mar profundo, que sufre nuestra España. Rogad para que en nuestro país se extingan los odios, se acerquen las almas y volvamos a ser todos unos en el vínculo de la caridad. Acordaos de nuestros Obispos asesinados, de tantos millares de sacerdotes, religiosos y seglares selectos que sucumbieron sólo porque fueron las milicias escogidas de Cristo: y pedid al Señor que dé fecundidad a su sangre generosa. De ninguno de ellos se sabe que claudicara en la hora del martirio; por millares dieron altísimos ejemplos de heroísmo. Es gloria inmarcesible de nuestra España. Ayudadnos a orar, y sobre nuestra tierra, regada hoy con sangre de hermanos, brillará otra vez el iris de la paz cristiana y se reconstruirá a la par nuestra Iglesia, tan gloriosa, y nuestra Patria, tan fecunda.
Y que la paz del Señor sea siempre con nosotros, ya que nos ha llamado a todos a la gran obra de la paz universal, que es el establecimiento del Reino de Dios en el mundo por la edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, de la que nos ha constituido Obispos y Pastores.
Os escribimos desde España, haciendo memoria de los Hermanos difuntos y ausentes de la Patria, en la fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, 1º de Julio de 1937.
ISIDRO, Card. GOMÁ Y TOMÁS, Arzobispo de Toledo;
EUSTAQUIO, Card. ILUNDAIN Y ESTEBAN, Arzobispo de Sevilla;
PRUDENCIO, Arzobispo de Valencia;
MANUEL, Arzobispo de Burgos;
RIGOBERTO, Arzobispo de Zaragoza;
TOMÁS, Arzobispo de Santiago;
AGUSTÍN, Arzobispo de Granada, Administrador Apostólico de Almería, Guadix y Jaén;
ADOLFO, Obispo de Córdoba, Administrador Apostólico del Obispado Priorato de Ciudad Real;
JOSÉ, Arzobispo-Obispo de Mallorca;
LEOPOLDO, Obispo de Madrid-Alcalá;
MANUEL, Obispo de Palencia;
ENRIQUE, Obispo de Salamanca;
VALENTÍN, Obispo de Solsona;
JUSTINO, Obispo de Urgel;
MIGUEL DE LOS SANTOS, Obispo de Cartagena;
FIDEL, Obispo de Calahorra;
FLORENCIO, Obispo de Orense;
RAFAEL, Obispo de Lugo;
FÉLIX, Obispo de Tortosa;
ALBINO, Obispo de Tenerife;
JUAN, Obispo de Jaca;
JUAN, Obispo de Vich;
NICANOR, Obispo de Tarazona, Administrador Apostólico de Tudela;
JOSÉ, Obispo de Santander;
FELICIANO, Obispo de Plasencia;
ANTONIO, Obispo de Quersoneso de Creta, Administrador Apostólico de Ibiza;
LUCIANO, Obispo de Segovia;
MANUEL, Obispo de Zamora;
MANUEL, Obispo de Curio, Administrador Apostólico de Ciudad Rodrigo;
LINO, Obispo de Huesca;
ANTONIO, Obispo de Tuy;
JOSÉ MARÍA, Obispo de Badajoz;
JOSÉ, Obispo de Gerona;
JUSTO, Obispo de Oviedo;
FRANCISCO, Obispo de Coria;
BENJAMÍN, Obispo de Mondoñedo;
TOMÁS, Obispo de Osma;
ANSELMO, Obispo de Teruel-Albarracín;
SANTOS, Obispo de Ávila;
BALBINO, Obispo de Málaga;
MARCELINO, Obispo de Pamplona;
ANTONIO, Obispo de Canarias;
HILARIO YABEN. Vicario Capitular de Sigüenza;
EUGENIO DOMAICA, Vicario Capitular de Cádiz;
EMILIO F. GARCÍA, Vicario Capitular de Ceuta;
FERNANDO ÁLVAREZ, Vicario Capitular de León;
JOSÉ ZURITA, Vicario Capitular de Valladolid.