Lo veo difícil
Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 29
Toda la Biblia es la historia de un pacto firmado entre Dios y su pueblo elegido y amado. No siempre hubo un clima de paz y felicidad entre ambos. El pueblo caía, tentado por la debilidad y el pecado, rompiendo su alianza con Dios, quien siempre lo esperaba que entrara en razón para perdonar sus desvaríos y abandonos. El ejemplo más recordado es cuando Moisés sube al monte Sinaí a recibir las tablas de la Ley de Dios. Mientras, el pueblo se fabrica un becerro de oro. Cuando baja el libertador de Egipto, se enfada tira las tablas al suelo y toma las decisiones necesarias buscando la fidelidad del pueblo a Dios, quien los perdona.
La Iglesia Católica imbuida del espíritu pactista opta en su vida por la firma de los pactos y los acuerdos entre las naciones. Nace así en el inicio de la Edad Media la diplomacia vaticana, la mejor escuela donde los nuncios salen dispuestos a tejer una red de pactos entre el papado, los reyes, los príncipes, y los Estados. Incluso, cuando existe algún litigio de fronteras entre pueblos, la diplomacia vaticana es convocada como testigo mudo de las partes que no se ponen de acuerdo. En el pontificado de Juan Pablo II fue una las ocasiones más importantes cuando hubo que armonizar los intereses de chilenos y argentinos, que andaban a la greña por unos kilómetros de tierras fronterizas.
Según la Doctrina Social de la Iglesia en todo pacto deben darse las siguientes condiciones:
Primero, que las partes, dos o más, no pongan veto a las otras, porque no desear sentarse y dialogar, es propio de gentes cabezotas, segregacionistas, supremacistas o tontos perdidos.
Segundo, que los convocados en la búsqueda del pacto tengan voluntad explícita de llegar a un correcto punto de acuerdo, del que se deriven las condiciones optimas que redunde en el bien común de la sociedad a la que sirven, sobre todo si han sido elegidos en las urnas de un pueblo democrático y libremente expresado en unos comicios legalmente convocados.
Tercero, el tiempo que duren las conversaciones buscadoras de pactos se debe mantener el secreto necesario de las discusiones internas nacidas en el grupo, con el fin de guardar la libertad de expresión y respeto entre las partes, y no verse señalados en los medios de comunicación como frenos o aceleradores de odios entre los integrantes.
Cuarto, todo pacto se basa en la frase clásica latina: Do ut des. Es decir, doy para recibir. En todo pacto o alianza se da y se recibe. Se cede y se compensa en la justa medida. Nunca se trata de imponer la voluntad de un lado sobre el resto de personas presentes en el debate.
Quinto, el diálogo, los términos de la conversación, deben estar dentro de la lógica de la razón humana y educada. Nunca en la demagogia, ni en el miedo a nada ni a nadie, que esté amenazando con argumentos soterrados y nunca expuestos sobre la mesa de la reunión.
Buena parte de España entra en una etapa necesaria de pactos. La pregunta que el amable lector se hará es: ¿Están los políticos españoles locales, regionales o nacionales dentro de los parámetros del diálogo pactista que la Iglesia apunta en su Doctrina Social?. Difícil lo veo.
Tomás de la Torre Lendínez