Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Carta de un sacerdote: sentirme útil (2)

Carta de un sacerdote: sentirme útil (2)

por Un alma para el mundo

    

                Nuestro querido sacerdote,  escondido en ese dossier de cartas que recibí en “herencia”, va desgranando su alma al paso que Dios le va marcando. Hay que aclarar que él fue una vocación tardía. En un  principio pensaba que el sacerdocio era un privilegio, un honor, como un título que debía ser admirado por todos. No había descubierto todavía el significado del ministerio como servicio. Y esto dice en su primera carta dirigida a su amigo:
 

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                Pensé que era importante ser ese sacerdote que me propuso mi párroco: un  hombre que podría aportar grandes cosas a la humanidad, a todos los que podrían relacionarse conmigo. Para ello consideraba que eran importantes mis cualidades, y que debía ser muy esmerada mi preparación. Creía que no pensaba mal. El Señor necesita buenos “trabajadores” para su viña. A mí me parecía que me había elegido. Pero confieso que este planteamiento me estaba llenando de cierto orgullo insano. Lo fui descubriendo más tarde.

                Comencé por intentar prestar un servicio en la parroquia a personas necesitadas de amistad y ayuda material y afectiva. Yo tenía cierta preparación, y me sentía un tanto superior. Miraba a los demás desde arriba. Trabajé todo lo que pude, es cierto, pero en el fondo no me sentía querido ni contento con lo que hacía, y esto me exasperaba. ¿Qué podría yo hacer más?, me preguntaba contrariado. Y empecé a leer un librito que me dio mucha luz, porque el protagonista hizo el mismo recorrido vocacional que yo intentaba hacer, pero con un final más evangélico. Esto decía: “Me angustiaba el hecho de no poder utilizar las capacidades y técnicas que me habían sido tan útiles a lo largo de mi vida. De repente tuve que enfrentarme con mi realidad íntima, desnuda, abierta a las aceptaciones y rechazos, abrazos y golpes, sonrisas y lágrimas, dependiendo simplemente de cómo era yo percibido por ellos en cada momento. En cierta forma me pareció que mi vida empezaba de nuevo desde cero. Amistades, relaciones, fama, nada de eso tenía importancia alguna a partir de aquel momento (H. J.M. Houwen). Estaba relacionándose con personas deficientes psíquicos.

                Me hizo pensar este sacerdote autor del librito que cayó en mis manos. Me propuse adoptarlo como guía de la nueva vida que iba a emprender. La verdad es que daba respuesta a mis interrogantes, y resolvía positivamente los planteamientos tan egoístas y excéntricos que habían arraigado en mí.

                Con la debida orientación de mi sacerdote amigo comencé a virar en otra dirección más humana, más normal, en definitiva más cristiana. En lugar de mirar desde arriba a los demás me propuse mirarlos a la cara con amabilidad. En aquella comunidad parroquial, con barriadas muy populares, había de todo. Todas las lacras sociales se daban cita allí. Y observé que afectivamente eran pobres. Estaban necesitados de alguien que les quisiera de verdad, de igual a igual. Vi claro que debía evitar el paternalismo. Y todo empezó a cambiar.

                Desde esa nueva óptica comencé a comprender el sacerdocio que Dios me ofrecía, y me entusiasmé con el proyecto de una futura entrega sin condiciones. Aquellos meses fueron una preparación para iniciar, si Dios lo permitía, una vida de comunidad en el Seminario. Mi párroco me animaba a ello, y también las personas que empezaron a conocer el proyecto de mi vida.  

                Me gustaron estas palabras de Nouwen: He llegado a la conclusión de que no debo preocuparme por el día de mañana, la semana próxima, el próximo año, o el siglo que viene. Cuanto más me esfuerce en ser honrado en lo que pienso, digo y hago ahora, más fácilmente se hará patente el impulso del Espíritu de Dios en mí, un impulso que me orienta hacia ese futuro. Dios es un Dios del presente, y se revela a los que intentan escuchar atentamente el presente en el que viven, para deducir los pasos que tienen que dar hacia el futuro (En el nombre de Jesús).

                Lo medité atentamente, lo comenté con mi director espiritual, me fue muy bien, y ahora te lo he contado a ti, y te lo seguiré contando. Un saludo de tu amigo A.G.

                En el próximo capítulo ofreceré al lector la siguiente carta. Pueden servir de orientación para todos, y de invitación a rezar por los sacerdotes y los que sienten la llamada de serlo algún día.

Juan García Inza

Juan.garciainza@gmail.com

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