Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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De cómo familias catalanas salvaron a la Comunidad de la Cartuja de Santa María de Montalegre

Martirio en la Cartuja de Montalegre (2)

por Victor in vínculis

Seguimos con el magnífico relato-resumen preparado por Hispania Martyr

Primeras horas vividas por la Comunidad de Montalegre el 19 y 20 de julio de 1936

El P. Santiago Cantera, O.S.B “en su artículo “La fecundidad de la vida monástica: monjes y ermitaños mártires en España (1936- 1937)”, relata así las primeras horas vividas por la Comunidad tras el fracaso del alzamiento en Barcelona:

«El 19 de julio, conocida la noticia del frustrado alzamiento militar y de sus repercusiones en Barcelona, se celebró en Montalegre la misa Pro tempore belli, y se informó a la Comunidad de la situación, disponiendo únicamente el silencio de la campana y la supresión del paseo semanal.

El 20 por la mañana llegaron los anuncios del muy previsible asalto por parte de milicianos presididos por el alcalde de Tiana, que estaban incendiando ya la iglesia del pueblo. Se dio orden de vestirse de paisano y de afeitarse la tonsura, así como las barbas de los hermanos, pero todo se llevó a cabo con precipitación y confusión, quedando en su mayoría mal disfrazados. El procurador, con los más jóvenes y el sacristán, trató de salvar los objetos de culto que pudo, y se puso en contacto con el jefe de los revolucionarios de Tiana en un intento por evitar el incendio de la cartuja, mientras algunos monjes procuraban huir. Sin embargo, hacia las 18 h. comenzó el asalto, realizado a un mismo tiempo con cautela y furia, porque había corrido el bulo de que los cartujos disponían de armas, y que había entre ellos un antiguo oficial ruso zarista, el general Nicolai.

Los atacantes pertenecían a C.N.T.-F.A.I. y a Esquerra Republicana de Catalunya, y actuaron bajo el mando de un mallorquín de E.R.C. apellidado Franquesa y apodado el badaloní. Subieron desde Badalona y pudieron entrar, lógicamente, sin resistencia alguna.

Sorprendieron a los monjes, pero el “badaloní”, hombre de buen corazón, quiso llevarlos a Badalona y salvarles la vida, defendiéndoles frente a los deseos asesinos de los milicianos anarquistas que pretendían matarlos allí mismo. No obstante, no pudo impedir que, a excepción de los cuatro monjes más débiles y enfermos que quedaron en la Conrería de la cartuja, más otro que pudo huir después de ser hecho prisionero y otros cuatro que se escondieron en el bosque y no fueron localizados, los otros 28 tuvieran que ir andando hasta Badalona, en vez de hacerlo en camión o en autobús como él había proyectado».

Los tres fusilamientos de cartujos el 20 de julio en la carretera de la Conrería

El 20 de julio de 1936 en la carretera de la Conrería a Badalona se perpetraron tres fusilamientos de religiosos de la cartuja de Montalegre.

PRIMER FUSILAMIENTO

El Prior sobreviviente Dom Juan B. Ciérco en su libro Breves Apuntes sobre la Tragedia de Montalegre depositado en el archivo de la Cartuja, da versión muy completa de los hechos sucedidos en la tarde del 20 de julio tras la llegada de miembros de Comité de Badalona y milicianos de la FAI, de la que transcribimos:

«El 20 de julio a eso de las 19 horas después de preguntar por los que mandaban más en la cartuja y de presentarnos el Prior y el Procurador, nos hicieron subir al automóvil negro que estaba en la entrada. Entré yo primero en el coche, luego Dom Célestin Fumet y después entró una mujer baja, desgreñada y sucia, junto al chofer, único catalán que había, se sentó un hombre con fusil y pistola, a cada lado del coche, por fuera, un hombre igualmente armado, y así arrancó el coche en dirección a Badalona. Comprendimos que nuestra suerte estaba decidida, y que iban pronto a cumplirse nuestros deseos de martirio.

Dom Célestin me dijo: “nos matan” (...).

Corría el coche y nosotros nos preparábamos a la muerte que esperábamos inminente, cuando al llegar al cruce de las carreteras de Tiana y Badalona se detuvo el coche y se nos dijo “bajen señores”.

Pedí un minuto para darnos la absolución, que di al P. Procurador que se hallaba ya de rodillas, y antes de arrodillarme yo, me dispararon. Me desplomé sin sentido en la cuneta, y ya no oí el tiro que mató al P. Procurador que quedó tendido sobre la carretera. La bala me entró por la nuca y me salió cerca del ojo izquierdo, el cual después de dos años aún no está bien curado. Estuve privado de sentido como unos quince minutos. Al recobrarlo, dije entre mí: “Y no me he muerto”. Yo no sabía el tormento que sufriría a partir de entonces que fue un martirio incruento de ocho meses en el hospital, y siete en la cárcel confundido entre los criminales.

La amargura que experimenté no es para describirla. Había bebido el mismo cáliz que Dom Célestin, como él tuve en la mano la palma y a mí se me esfumó, mientras él, con ella en sus manos, se presentaba a unirse para siempre con Dios en aquella gloria que ya desde entonces le pertenecía, y de la cual nos habíamos ocupado ambos en aquella misma mañana, como queda dicho más arriba.

Mis pecados merecían mayor castigo y hasta entonces sólo había sido como el prólogo de otro martirio incruento de ocho meses en el hospital, y siete en la cárcel confundido entre criminales. Quiera nuestro Señor tomarme en cuenta lo mucho que con tanta resignación y gusto he sufrido por su amor en este tiempo (página 6) […]

No habían transcurrido muchos instantes cuando oí cinco tiros de pistola. Nuevas víctimas, dije para mí. La noche se cerraba y se hizo silencio en la carretera. Recogí todas mis fuerzas y logré ponerme en pie, pero las piernas me flaquearon, la luz desapareció de mis ojos y caí sobre el sombrero que estaba lleno de sangre, permaneciendo así un buen rato […] Cerca de las doce de la noche sentí el ruido de un camión que subía de Badalona […]. Noté que se paraba, y fue para recoger a los PP. Vicario y Antiquor que fueron los heridos por los tiros que yo había oído.

Colocados en las dos literas únicas que había en aquel vehículo, llegaron a donde estábamos las dos primeras víctimas. Cogieron al P. Procurador y dijeron: “muerto”, y lo colocaron como un costal a lo largo del camión.

Yo les dije: “estoy herido”, y como no había otro lugar, me colocaron sobre el muerto y este fue mi cama hasta el cementerio. De regreso, por las cercanías de Senromà se detuvo el camión y cargaron otros dos muertos con las cabezas ensangrentadas a los que no pude reconocer. Luego supe que eran nuestro Dom Isidoro y mosén Pedro Riba, capellán de la Conrería, asesinados en aquel lugar.

Llegamos al cementerio Viejo de Badalona donde quedaron los cuerpos de nuestros padres difuntos» (página 7).

Mientras tanto la columna del resto de los monjes caminaba hacia Badalona entre amenazas, blasfemias, empellones y culatazos, con conciencia creciente de una próxima muerte, confortándose entre ellos, dándose la absolución, rezando jaculatorias y preparándose para el martirio.

SEGUNDO FUSILAMIENTO 

Cuenta el Padre Abella:

«Salió de la Conrería la comitiva de monjes (en total 20). Iban los primeros el P. Vicario y otro que vestía hábito religioso. Al llegar al empalme de la carretera de Tiana preguntaron por los superiores que seguían en el orden de mando.

El P. Vicario, Dom Miguel Dalmau, dijo el único superior que queda, ahora, soy yo. (Está claro que pensaban ir fusilando de dos en dos progresivamente a todos nosotros). Se presentó el P. Antiquor y les hicieron subir al coche con los mismos milicianos del primer asesinato, y el coche arrancó hasta llegar a la entrada del camino al restaurante Vista Alegre, en que les hicieron bajar y les dijeron que anduviesen camino arriba, y les dispararon varios tiros a cada uno.

Al Padre Vicario, Dom Miguel Dalmau, una de las balas le atravesó el pulmón derecho, y al recibir el balazo cayó a tierra; otra bala le produjo dos heridas en la parte inferior e interior de las piernas, mientras la otra no dio en el blanco.

El P. Antiquor Dom Benigno Martínez recibió dos balas, una en el vientre. Les dieron por muertos, y los milicianos subieron al coche para regresar a donde se hallaban los demás religiosos. Aunque la herida de Dom. Benigno no era muy grave, la bala le cortó el nervio frénico, que sirve para mover el diafragma, y por ello se quejaba de que se ahogaba; los dos estaban graves, sin poder levantarse; era plena noche, se sentía frío y pasaba el tiempo sin que nadie acudiera a socorrerles». 

El superviviente Padre Dom. Antonio Mª Abella describe su estado de ánimo: 

«La visión de la eternidad que se abría ante nuestros ojos nos hacía olvidar los que, a pesar de su malicia, son instrumentos de la amorosa Providencia que utiliza su odio diabólico para llevar a cabo sus altísimos designios; […] nos tenía indiferentes la actitud de nuestros verdugos mientras podíamos continuar con religioso recogimiento, como pudiéramos hacerlo en un insólito paseo nocturno».

TERCER FUSILAMIENTO

«Otro coche adelantó a la columna y se detuvo poco después a la entrada de la finca de Can Senromà. Los anarquistas bajaron a mosén Pedro Riba Palá, capellán de la Conrería, y a Dom Isidoro Pérez, y allí los fusilaron. De este doble asesinato no tenemos versión directa ya que ambos fallecieron de inmediato». 

Dom. Antonio María Abella dice en sus Memorias (página 46): 

«En dirección opuesta a la nuestra subía mosén Pedro Riba, capellán de la Conrería, con un joven postulante, con salvoconducto, según instrucciones del jefe de los revolucionarios de Tiana, sostenían en alto con las dos manos un pañuelo blanco. Al cruzarse con nosotros les detuvieron, suspendiendo nosotros la marcha. Con modales poco tranquilizadores les preguntaron quiénes eran y a dónde iban. 

Mosén Pedro Riba, que estaba acaloradísimo, con voz tímida y llena de mansedumbre respondió: 

Somos dos enfermos de la Conrería que venimos de hacer una comisión en Tiana y el jefe del Frente Popular nos ha dicho que podíamos volver a casa sin peligro, y que bastaba para que nos dejaran el paso libre el que tuviéramos levantado el pañuelo en la forma que Vds. han visto. 

Sigan Uds. con nosotros, fue la única respuesta que se le dio. Mosén Pedro Riba insistió: -Soy enfermo, tengo los documentos que lo acreditan. Los milicianos no admitieron réplica, y dirigiéndose al postulante le ordenaron que volviera a la Conrería como enfermo, y a Mosén Pedro Riba: -Ud. siga con los demás

Dieron orden de continuar la marcha, pero como mosén Riba, a causa de su estado, no podía continuar a pie, se le concedió subir a un auto. 

Dom Isidoro Pérez que se había mostrado muy compasivo con él, y a su vez estaba rendido, fue invitado a subir con él. Ambos subieron al auto y, cerca de la finca de can Senromà, desaparecieron para siempre de nuestra vista. 

Dom Isidoro Pérez, con hábito blanco de Cartujo, recibió tres balas mortales: una en la región malar izquierda por arma de fuego con orificio de salida en la región occipital derecha. Otra en la región anterior abdominal del abdomen, y una tercera en la zona hepática con salida en la región lumbar derecha por debajo de la undécima costilla. 

El capellán mosén Pedro Riba, con hábito negro de sacerdote, recibió un impacto de bala en la cara, concretamente en la región de maxilar superior derecha que le cruzó todo el cráneo en diagonal y salió por la región occipital izquierda, quedando muerto de inmediato. 

Intentaron coger a otros dos de la columna, pero el “badaloní” por fin logró imponerse, gritando: ¡Basta ya de asesinatos de inocentes! ¡Antes de continuar tendréis que matarme a mí! 

Los últimos 4 km hasta Badalona fueron un verdadero “vía crucis”. Al llegar al cementerio, los milicianos les colocaron en fila como para fusilarles y apuntándoles con las armas, pero ordenaron reanudar la marcha». 

De su llegada a Badalona, ingreso en el ayuntamiento y protección en casa de familias cristianas hasta su marcha al extranjero o liberación, daremos cuenta en próximo artículo.

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