Una Semana Santa de silencio y reflexión
El azote de la pandemia golpea las entrañas de la humanidad, sumida en la gran tribulación, sin encontrar explicación a tanto dolor, tantas muertes, tantos desvaríos, tantos engaños, tanta debilidad. Tiembla el alma, el recinto más sagrado del hombre, cuando intenta bucear en esta durísima prueba que desarma a pueblos y naciones, en una guerra invisible, sin armas exteriores. Cuando las conquistas del hombre avanzan en caravana de poder sobre el mismo hombre, a base de las técnicas más sofisticadas y de los adelantos más desarrollados, llega un vendaval de fragilidad, de debilidad, de abatimiento. En este paisaje tenebroso y tembloroso, llega hoy el Domingo de Ramos, se alza el telón de una Semana Santa inédita, que bien podríamos titularla como la del «silencio y la reflexión». Hoy no saldrá de la parroquia de san Lorenzo la procesión de la Borriquita, ni veremos a los niños vestidos con sus túnicas de hebreos, ni contemplaremos la silueta de Nuestro Padre Jesús de los Reyes y Nuestra Señora de la Palma, atrayendo miradas encendidas y multitudes entusiasmadas. La Semana Santa que nos espera, con sus puertas abiertas de par en par en las páginas del Evangelio, en las celebraciones litúrgicas de las iglesias, tomando todas las prevenciones sanitarias que se están tomando, será una Semana Santa de silencio y reflexión. Charles Möller escribió una conocida obra titulada Literatura del siglo XX y cristianismo, hablándonos en su primer volumen del Silencio de Dios. El autor parte de una afirmación contundente: «El silencio de Dios pesa terriblemente sobre nosotros». En su obra va repasando distintas actitudes de una serie de autores conocidos ante el silencio de Dios. Califica de honrados en esta cuestión a autores como Camus y Gide, que reaccionan contra Dios. Llama románticos a autores como A. Huxley y Simone Weil, que, ajenos a toda religión, sin embargo, afirman que solo lo trascendente puede salvar al mundo. Es paradójico que quienes más sufren la ausencia de Dios sean precisamente los creyentes, y quienes más lamentan su presencia sean algunos no creyentes. Los creyentes quisieran sentir y gozar siempre su presencia. Algunos no creyentes quisieran hacer desaparecer a Dios de la vida pública y privada, del discurso del vocabulario, del imaginario colectivo. Pero eliminar todo rastro de Dios no es tarea fácil, ni siquiera en los ambientes más secularizados. Viviremos una Semana Santa de silencio, que es un bien escaso en la sociedad moderna. Parece como si el hombre actual necesitara del continuo murmullo para apagar las voces de insatisfacciones de su corazón. Thomas Merton, conocido monje, místico y profeta, habló mucho de la necesidad del silencio, «para crear espacios, abrirnos al Misterio, soñar y vernos transformados». Estas palabras captan y plasman el quién y el qué, lo que está en el centro mismo de la prosa y la poesía de este monje. Uno de sus poemas comenzaba así: «No te muevas,/ escucha a las piedras del muro,/ Quédate en silencio,/ tratan de decir tu nombre». Jesús busca el silencio exterior e interior cuando se retira «a solas» para orar, porque el silencio tiene la capacidad de abrir, en la profundidad de nuestro ser, un espacio interior, para que Dios habite, para que permanezca su mensaje, y nuestro amor hacia Él penetre en nuestra mente y corazón. Junto al silencio que se nos impone, será también una Semana Santa de reflexión. No habrá procesiones por las calles, pero la «procesión del Dios crucificado irá por dentro», si nosotros, a rostro descubierto, sin bandas de música, sin aplausos, sin multitudes, contemplamos a Cristo, reviviendo el drama de su pasión y muerte, y resucitando con Él todas las «zonas muertas» de nuestra vida. Reflexionemos estos días, entre ardientes anhelos: El Señor no está «mudo» en ningún sufrimiento, porque hubo «Uno de la Trinidad» que tomó esta humanidad nuestra, y desde entonces, «Dios sufre en la humanidad del Hijo que pasó por todo calvario humano». Hoy, Domingo de Ramos, estrenemos el hermoso vestido de una certeza que proclama como argumento central de nuestra Semana Santa: «La Cruz nos ha salvado». Esa Cruz que revela al mismo tiempo el amor infinito de Dios y la insondable miseria del hombre. Ojalá esta Semana Santa sea el pórtico de una nueva sociedad que engrandezca al hombre y lo rescate de tantas cadenas como lo esclavizan, mientras convertimos «nuestro silencio, en oración, y nuestra reflexión, en vida nueva».