Antífona de comunión TO-XXVII.1/Lam 3,25
por Alfonso G. Nuño
Bueno es el Señor para el que espera en Él, para el alma que lo busca (Lam 3,25).
Este domingo tenemos como antífona de comunión este jugoso versículo del libro de las Lamentaciones. En él, nos aparece la bondad divina, la esperanza y el puente tendido entre ambas, la búsqueda; pero hay algo que esta supuesto, la fe.
Voy a intentar poner un ejemplo con el que nos podamos servir, por analogía, para comprender algo de la dinámica de este breve pasaje bíblico respecto a la Eucaristía y, por extensión, a la vida toda de fe. En el desayuno, me he comido un melocotón, pero, antes de hacerlo, ha habito todo un camino. En sus colores, figura, olor,... se me ha hecho presente a la inteligencia. Y, en esa presencia, se me daba su belleza que me atraía hacia su bondad nutritiva. Luego me lo comí.
Verdadera, real y sustancialmente su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, desde ahí, por su revelación, el Señor se me hace presente a la fe y de este modo me da su belleza que me atrae hacia sí, hacia su bondad infinita. Poseo ya, en esperanza, el bien eucarístico. Y no me conformo con ser atraído hacia Él, sino que secundo esta llamada espiritual y me acerco a comulgar. Y es entonces cuando me alimento de la bondad divina en el sacramento.
Voy a intentar poner un ejemplo con el que nos podamos servir, por analogía, para comprender algo de la dinámica de este breve pasaje bíblico respecto a la Eucaristía y, por extensión, a la vida toda de fe. En el desayuno, me he comido un melocotón, pero, antes de hacerlo, ha habito todo un camino. En sus colores, figura, olor,... se me ha hecho presente a la inteligencia. Y, en esa presencia, se me daba su belleza que me atraía hacia su bondad nutritiva. Luego me lo comí.
Verdadera, real y sustancialmente su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, desde ahí, por su revelación, el Señor se me hace presente a la fe y de este modo me da su belleza que me atrae hacia sí, hacia su bondad infinita. Poseo ya, en esperanza, el bien eucarístico. Y no me conformo con ser atraído hacia Él, sino que secundo esta llamada espiritual y me acerco a comulgar. Y es entonces cuando me alimento de la bondad divina en el sacramento.
En ese momento, somos lanzados más allá. He pregustado los bienes celestes y la esperanza me atrae hacia ellos. Seducidos así, tras la Eucaristía, seguiremos caminando por el desierto hacia la Tierra Prometida, para poseer esa bondad divina en plenitud y eternamente.
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