Dos tablas de un tríptico. Marcos 10,216
por Alfonso G. Nuño
S. Marcos nos presenta hoy un díptico muy interesante, que probablemente quede oscurecido, en algunos casos, por poderse omitir la segunda tabla y, en otros, quede ahogado en la problemática familiar de nuestra sociedad.
Recordemos que estamos en el tramo final del camino de Jesús a Jerusalén, que está estructurado por los tres anuncios de la pasión y cuyo contenido principal es la instrucción de los discípulos. En el pasaje hodierno, tenemos una excepción. En el v. 1, que incomprensiblemente omite la liturgia, nos dice el evangelista que, después de estar a solas con los discípulos, la gente vuelve a acercarse a Jesús y Éste les enseña como solía hacerlo, es decir, como lo hacía con quien no es discípulo. De entre la gente se acercan unos fariseos (v. 2) y luego le acercan unos niños (v. 13). A este díptico habría que añadirle una tercera tabla; alguien más se acerca a Jesús (v. 17), un joven rico. En el centro del tríptico, están los niños y la enseñanza sobre ellos; los otros dos episodios dan luz antitéticamente sobre el modo de acceso al ámbito de la soberanía divina.
Los fariseos se acercan por su propio pie y le hacen una pregunta para tentarlo, para ponerlo a prueba. A raíz de ello -hasta el mal, quiera o no quiera, se pone al servicio de la acción divina- recibimos una enseñanza profundísima de Jesús para todos los tiempos, acaso más para los nuestros. Sobre esto sólo dos palabras en esta ocasión. Lo que dice se dirige a quien todavía no es discípulo y remite al orden querido por Dios en la creación. Pero, enseguida, hace el Señor referencia a la esclerocardía, dureza de corazón, que la versión litúrgica traduce como terquedad. Lo que está en el plan de Dios para todos los hombres, el matrimonio indisoluble entre varón y mujer, se encuentra con un obstáculo, las consecuencias del pecado original.
Tengamos en cuenta que la dureza de corazón está en el pueblo elegido de Dios. ¿Cuál no será la dificultad de los demás hombres para comprender y realizar la voluntad divina? Si con la gracia sacramental es difícil obedecer, ¿qué no será para quien no se casó sacramentalmente o vive de espaldas a la fe que recibió en el bautismo? Creo que, en nuestra época, cuando más patente, en lo referente al matrimonio, se hace la esclerocardía, más nos tenemos que sentir llamados a anunciar a Jesucristo, a que todos lo conozcan a Él. Y menos frívolamente nos tenemos que tomar la celebración de este sacramento. Lo digo por todos, no solo por los contrayentes y los clérigos; como comunidad todos somos responsables, por acción u omisión, de cómo se celebran no pocos matrimonios por la Iglesia. ¿No nos tendríamos que rebelar ante tanta superficialidad? No hablamos de cualquier cosa, sino de un sacramento. La proporción de gente que siguiendo casada sacramentalmente contrae matrimonio con otra persona por lo civil nos debería de llevar a reflexionar no sólo sobre la pastoral matrimonial, sino también sobre la iniciación cristiana. Desde hace tiempo, creo que la problemática matrimonial, con todo lo que orbita en torno a ella, va a ser uno de los elementos principales donde la Iglesia va a tener que definir su perfil en nuestra época. ¿Concederemos el divorcio a Enrique VIII?
Pero volvamos a nuestro díptico -¿o tríptico?-. En contraste con los que se acercan para ponerlo a prueba, están los niños. A estos los acercan y van como niños. De los que son como ellos es el Reino de Dios. ¿Qué es ser como un niño? ¿Cómo hay que acercarse a Jesús para ser discípulo? La escena de los fariseos nos ha dado alguna luz; los niños no juzgan a su padre, no lo ponen a prueba, tienen con él una relación confiada desde su pequeñez. El próximo domingo, la escena del joven rico nos dará más luz sobre qué es eso de la infancia espiritual.
Terminemos con tres pinceladas sobre el Reino, sobre el ámbito de la soberanía divina: recibir, entrar, ser de. El Reino se recibe, se acoge, no se conquista ni arrebata. Normalmente, cuando recibimos algo, el regalo entra en nuestra posesión; plásticamente lo cogemos con las manos. Aquí, lo que se recibe no entra en nuestros límites, sino que entramos en él y así es cómo es nuestro. Poseemos de verdad cuando no abarcamos, sino cuando somos abarcados por Dios.
Coda. Por cierto, el matrimonio no es un díptico de voluntades, sino un tríptico -de nuevo hoy el número tres-: la de Dios y la de los cónyuges.
Recordemos que estamos en el tramo final del camino de Jesús a Jerusalén, que está estructurado por los tres anuncios de la pasión y cuyo contenido principal es la instrucción de los discípulos. En el pasaje hodierno, tenemos una excepción. En el v. 1, que incomprensiblemente omite la liturgia, nos dice el evangelista que, después de estar a solas con los discípulos, la gente vuelve a acercarse a Jesús y Éste les enseña como solía hacerlo, es decir, como lo hacía con quien no es discípulo. De entre la gente se acercan unos fariseos (v. 2) y luego le acercan unos niños (v. 13). A este díptico habría que añadirle una tercera tabla; alguien más se acerca a Jesús (v. 17), un joven rico. En el centro del tríptico, están los niños y la enseñanza sobre ellos; los otros dos episodios dan luz antitéticamente sobre el modo de acceso al ámbito de la soberanía divina.
Los fariseos se acercan por su propio pie y le hacen una pregunta para tentarlo, para ponerlo a prueba. A raíz de ello -hasta el mal, quiera o no quiera, se pone al servicio de la acción divina- recibimos una enseñanza profundísima de Jesús para todos los tiempos, acaso más para los nuestros. Sobre esto sólo dos palabras en esta ocasión. Lo que dice se dirige a quien todavía no es discípulo y remite al orden querido por Dios en la creación. Pero, enseguida, hace el Señor referencia a la esclerocardía, dureza de corazón, que la versión litúrgica traduce como terquedad. Lo que está en el plan de Dios para todos los hombres, el matrimonio indisoluble entre varón y mujer, se encuentra con un obstáculo, las consecuencias del pecado original.
Tengamos en cuenta que la dureza de corazón está en el pueblo elegido de Dios. ¿Cuál no será la dificultad de los demás hombres para comprender y realizar la voluntad divina? Si con la gracia sacramental es difícil obedecer, ¿qué no será para quien no se casó sacramentalmente o vive de espaldas a la fe que recibió en el bautismo? Creo que, en nuestra época, cuando más patente, en lo referente al matrimonio, se hace la esclerocardía, más nos tenemos que sentir llamados a anunciar a Jesucristo, a que todos lo conozcan a Él. Y menos frívolamente nos tenemos que tomar la celebración de este sacramento. Lo digo por todos, no solo por los contrayentes y los clérigos; como comunidad todos somos responsables, por acción u omisión, de cómo se celebran no pocos matrimonios por la Iglesia. ¿No nos tendríamos que rebelar ante tanta superficialidad? No hablamos de cualquier cosa, sino de un sacramento. La proporción de gente que siguiendo casada sacramentalmente contrae matrimonio con otra persona por lo civil nos debería de llevar a reflexionar no sólo sobre la pastoral matrimonial, sino también sobre la iniciación cristiana. Desde hace tiempo, creo que la problemática matrimonial, con todo lo que orbita en torno a ella, va a ser uno de los elementos principales donde la Iglesia va a tener que definir su perfil en nuestra época. ¿Concederemos el divorcio a Enrique VIII?
Pero volvamos a nuestro díptico -¿o tríptico?-. En contraste con los que se acercan para ponerlo a prueba, están los niños. A estos los acercan y van como niños. De los que son como ellos es el Reino de Dios. ¿Qué es ser como un niño? ¿Cómo hay que acercarse a Jesús para ser discípulo? La escena de los fariseos nos ha dado alguna luz; los niños no juzgan a su padre, no lo ponen a prueba, tienen con él una relación confiada desde su pequeñez. El próximo domingo, la escena del joven rico nos dará más luz sobre qué es eso de la infancia espiritual.
Terminemos con tres pinceladas sobre el Reino, sobre el ámbito de la soberanía divina: recibir, entrar, ser de. El Reino se recibe, se acoge, no se conquista ni arrebata. Normalmente, cuando recibimos algo, el regalo entra en nuestra posesión; plásticamente lo cogemos con las manos. Aquí, lo que se recibe no entra en nuestros límites, sino que entramos en él y así es cómo es nuestro. Poseemos de verdad cuando no abarcamos, sino cuando somos abarcados por Dios.
Coda. Por cierto, el matrimonio no es un díptico de voluntades, sino un tríptico -de nuevo hoy el número tres-: la de Dios y la de los cónyuges.
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