"Bendice también a mis enemigos"
No podrá decir una segunda Misa. Dios exige el sacrificio y quiere de una vez para siempre que todo le sea entregado. Carlos María comprende: Quiero orar -¡oh, cuán brevemente, por desgracia!- y sacrificarme. El momento de su muerte se aproxima. Desde el 7 de agosto una enfermera de guardia vela sus noches. El 23 de julio escribe las últimas líneas de su diario:
Son las 9,20 de la noche. Buenas noches, Dios Santo y Eterno, amada Madre Tres Veces Admirable. Buenas noches a vosotros todos, santos queridos, a todos los seres queridos vivos y muertos, que están cerca y lejos. Altísimo Señor, bendice también a mis enemigos.
Bendice también a mis enemigos. Hermosas palabras. Colofón para una hermosa vida. A un mes de ser liberados de Dachau, el padre José Kentenich había compuesto la "Misa del Instrumento". Después de la comunión se saborean las siguientes frases, hechas vida en el neosacerdote:
A ti te pertenece cuanto tengo,
hasta la última gota de mi sangre,
a ti mi corazón y mi voluntad,
mi alegría y mi dolor.
Quítame lo que tengo y lo que soy,
te lo entrego todo;
úsalo para salvación de los hombres,
aunque deba sufrir por ello.
Sin lagar no hay vino,
el trigo debe ser triturado;
sin tumba no hay victoria,
solo el morir gana la batalla.
Toma mi corazón y mis manos
como prendas de victoria,
permanezco quieto al golpe de la lanza,
quieto, aunque clavos me martiricen[1].
Quieto, aunque clavos me martiricen. La última línea de su diario nos muestra su entrega total, su holocausto personal, que le lleva a ofrecer su vida, no solamente por la juventud alemana, ¡su tan amada juventud!, sino también por sus enemigos. Altísimo Señor, bendice también a mis enemigos.
Con voz quebradiza, dirige sus últimas palabras a su familia:
“Madre, tengo que decirte algo, pero tú no debes estar triste. Sé que voy a morir, pero yo estoy contento por ello”.
En los últimos días, Carlos María no deja de renovar su ofrecimiento. Reza al Santísimo Corazón de Jesús, a quien desea amar todavía más. Por las tardes es incapaz de hablar. Apenas reconoce a los que le rodean.
12 de agosto de 1945. Frente al lecho del neosacerdote se encuentra la imagen de la Madre de Dios hacia la que el moribundo dirige su última mirada de confiada ternura. Poco antes de las cinco de la madrugada los ojos cansados de Carlos María se cerraban para la vida, deseoso de abrirlos para contemplar cara a cara a su amado Jesucristo, y a la Santísima Virgen María.
Lo enterraron revestido de casulla roja. Y rojas eran las rosas, y verde la palma de la victoria, que cubrieron su sepulcro. La juventud católica, por quien él recorrió el camino del sacrificio hasta el fin, se inclinó ante su tumba, como ante su heroísmo.
Su cuerpo descansa en su ciudad natal de Kleve. En la actualidad está siendo solicitada su beatificación, principalmente por parte del Internationaliter Karl Leisner Kreis (Círculo Internacional "Karl Leisner"). El Obispo de Münster, por instancias del Consejo Presbiteral Diocesano, envió a la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos el permiso para instruir el proceso de beatificación, adjuntando la documentación para demostrar el “ejercicio de virtud cristiana ejercido por Leisner de modo no común en el campo de concentración de Dachau”.
El 23 de junio de 1996 Karl Leisner fue beatificado por san Juan Pablo II, quien en su homilía señaló:
“La prueba de un seguimiento auténtico de Cristo no consiste en las lisonjas del mundo, sino en dar testimonio fiel de Cristo Jesús. El Señor no pide a sus discípulos una confesión de compromiso con el mundo, sino una confesión de fe, que esté dispuesta incluso a ofrecerse en sacrificio. Karl Leisner dio testimonio de esto no solo con palabras, sino también con su vida y su muerte: en un mundo que se había vuelto inhumano. (…) Cristo es la vida: esta fue la convicción por la que vivió y por la que, finalmente, murió Karl Leisner. Apóstol de una profunda devoción mariana, a la que lo impulsó el padre Kentenich y el movimiento de Schoenstatt”.
[1] El 19 de marzo de 1945, día de su santo, el padre Kentenich comienza a escribir la Misa. Para el 25, fiesta de la Anunciación, la tiene casi completa. La termina el 29, a un mes de la liberación por el ejército americano, cuando regala el "Evangelio" y el "Credo" a sus compañeros de prisión. Son una serie de oraciones y moniciones para diversos momentos de la celebración eucarística. Actualmente el uso de estas oraciones, para la Familia Schoenstattiana, está normado por las disposiciones pertinentes, en clara consonancia con el Vaticano II. Las que se recogen aquí pertenecen al momento de la postcomunión.
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