Decálogo de la envidia
Siguiendo la estela de los más nobles estadísticos, he destilados las diez leyes que rigen la envidia humana. Requieren una pequeña aclaración. Es necesario distinguir envidia de emulación. Las confundimos con demasiada frecuencia, lo cual lleva a no pocos malentendidos y culpabilidades. Según la RAE, emulación es “deseo intenso de imitar e incluso superar las acciones ajenas”, lo cual no lleva en sí nada de malo. Envidia es “tristeza o pesar del bien ajeno”. El que emula quiere lo que el otro tiene o es, y se esfuerza por conseguirlo, pero no quiere que el otro deje de tenerlo o serlo. El que envidia simplemente desea que el otro no lo tenga o sea. Algunos hablan de “envidia sana” y “envidia mala”, lo cual es coincidente. Hechas estas advertencias, pasemos al decálogo. Estas leyes, como se verá fácilmente, están concatenadas y se siguen las unas de las otras, al tiempo que se retroalimentan.
Primera ley. La probabilidad de que una persona suscite envida es inversamente proporcional a su mediocridad.
En la medida en que alguien se sale de la mediocridad general y destaca en algún aspecto o cualidad, comenzará a generar envidia en aquellos que no destacan en tal aspecto o cualidad. Cuanto mayor sea el destaque, tanto mayor será la envidia. De lo cual se deduce que el mediocre, al no destacar, no despierta envidia.
Segunda ley. La probabilidad de que un envidioso sea mediocre es directamente proporcional a su envidia.
Cuanto mayor sea la desemejanza entre el envidiado y el envidioso, tanto mayor será la mediocridad de aquel que envidia, y tanto mayor su envidia hacia el que destaca.
Tercera ley. El envidioso piensa que la causa de su envidia está en aquél a quien envidia.
Raramente el mediocre está dispuesto a admitir(se) que lo es, por lo cual al sentir envidia hacia el envidiado, tenderá a pensar que el problema no está en su propia mediocridad sino en algún aspecto difuso de la persona envidiada, que el envidioso difícilmente sabrá definir.
Cuarta ley. El envidioso no suele ser consciente de que lo es.
Debido a la ceguera del envidioso sobre su propia mediocridad y a la atribución de su malestar a alguna característica del envidiado, raramente será consciente de ser un envidioso.
Quinta ley. El envidioso desmerece los méritos del envidiado y/o los atribuye al azar.
Debido a que el envidioso no quiere salir de la mediocridad y pasar de la envidia a la emulación, tenderá a mantener su statu quo de mediocridad, por lo cual hará de menos las cualidades y logros de la persona envidiada, o bien las atribuirá al azar, de modo que no tenga que reconocer al envidiado su mérito ni salir de su mediocridad.
Sexta ley. El envidioso se alegra del fracaso del envidiado.
Debido a que a) el envidioso atribuye al azar los méritos del envidiado, b) piensa que la causa de su malestar reside en aquel a quien envidia y c) no soporta que el envidiado destaque sobre su mediocridad, se congratulará de sus fracasos y los interpretará como una confirmación de sus tesis, justificando de este modo su mantenimiento en la mediocridad.
Séptima ley. Las personas envidiosas se unen por la envidia común, generando desprestigio e incluso calumnia.
Debido a que el envidioso necesita justificar su malestar y la atribución del mismo a la persona envidiada, tenderá a juntarse con otras personas que sientan envidia para reafirmarse en sus opiniones sobre la persona envidiada y poder justificarlas sin sentirse culpable y creyéndose en la perspectiva cierta. Para poder reafirmar estas opiniones y justificarlas, el conjunto de los envidiosos tenderá a desprestigiar al envidiado, quitando mérito a sus logros y cualidades; al ser innegable que el envidiado destaca sobre la mediocridad de los envidiosos, de un modo más o menos inevitable éstos recurrirán a la calumnia con tal de negar los méritos del envidiado, de modo que no tengan que salir de su mediocridad.
Octava ley. A través del desprestigio y la calumnia, las personas envidiosas buscan generar rechazo hacia la persona envidiada.
Esta ley es consecuencia inevitable de la anterior. En un círculo vicioso, los envidiosos tenderán a generar una opinión desfavorable al envidiado que inevitablemente extenderán en sus círculos más próximos, lo cual llevará a su vez a otros a mirar al envidiado con prejuicios que reforzarán la opinión de los envidiosos. Probablemente de esta ley se seguirá un rechazo hacia la persona envidiada, que ésta puede percibir.
Novena ley. La persona envidiada que no es consciente de serlo, tenderá a culpabilizarse y/o a rebajarse para no destacar.
Quien es envidiado, lo es porque destaca, pero es posible que no sea consciente de ello o que no quiera serlo por alguna forma de falsa humildad. Por eso, si percibe la envidia y la crítica que están generando sus cualidades y logros, y no es capaz de reconocer que se trata de envidia, pensará que la causa está en sus cualidades o logros, y se sentirá culpable por destacar sobre la mediocridad general, pudiendo llegar a negar o no ejercer sus capacidades para no destacar, pensando que así acabará con el malestar de los envidiosos.
Décima ley. La persona envidiada que es consciente de serlo, tiene la oportunidad de despreciar la vanidad y elegir la autenticidad.
Quien percibe la envidia como lo que es, puede verse tentado de vanidad al saber que destaca y suscita envidia en los que no destacan; pero si la desprecia y simplemente es fiel a su modo de ser, dejará de mirar a los envidiosos para envanecerse y mirará sencillamente a su realidad, volviéndose auténtico, y haciéndose así capaz de continuar con su desarrollo sin dejarse afectar por la envidia de los demás y todo lo que ésta conlleva.