Leisner: María, la Reina de su corazón
2. SCHOENSTATT: MARÍA, REINA DE SU CORAZÓN.
Este es el momento en que un secreto comienza a aflorar en la vida de Carlos María, había permanecido oculto desde su juventud y sólo muy vagamente había aparecido de vez en cuando.
La amada Madre de Dios (de la cual él solía decir: La Madre de Dios sólo necesita mover el dedo meñique y ya está todo hecho) quiere tomar la vida de Carlos María entre sus manos. Él mismo habla de este acontecimiento como de un momento culminante de su vida. Aquí tenemos la llave que nos va a permitir aclarar los secretos posteriores de su vida. Esta llave se llama: Schoenstatt[1].
Un compañero de colegio, ya schoenstattiano, adivinó cuánto necesitaba Carlos María a la Madre Tres Veces Admirable. Le llevó consigo a Schoenstatt a la concentración de la Pascua de Resurrección de 1933 y a los ejercicios del Movimiento Apostólico para los estudiantes de humanidades. Escribe en su diario:
Los dos días en silencio, cuando la primavera comenzaba a germinar en Westerwald, orando tranquilamente en la Capillita, ante la imagen de la Madre Tres Veces Admirable, o las bendiciones sacramentales de la tarde, todo eso se había adentrado profundamente en mi alma. Todo lo sacerdotal y caballeresco que estaba postpuesto y profundamente adormecido dentro de mí,fue inflamándose de nuevo ardientemente.
Carlos María nuevamente se había encontrado a sí mismo. Ante la imagen de la Mater, siente recibir la misión para su vocación y para el camino de su vida. Lo que a él mismo le indujo a ser miembro del Movimiento Apostólico de Schoenstatt fue la seriedad religioso-moral con que los shoenstattianos luchaban por alcanzar la santidad, para ayudar a renovar el mundo. Que Schoenstatt fuese mariano le fascinaba sobremanera. La Capillita llegó a ser para Leisner fuente de energías insustituibles.
Después de los ejercicios de Schoenstatt, desaparece en él toda turbación, despertándose con vigor nuevo y más maduro la antigua fuerza del apóstol juvenil. Así nos relata:
El trabajo en el grupo, que siempre me impulsaba hacia arriba en la lucha por adquirir mayor madurez, iba convirtiéndose luego en una gran preocupación por los muchachos de la organización de la juventud parroquial, dirigida por el Asesor. La Mater anudó nuevamente los lazos entre nosotros. Puse en funcionamiento el centro de los aspirantes, en Kleve-Oberstadt y le di vida. Con ímpetu y éxito sin igual lo dirigía. El estudio pasó a segundo lugar sin ser desatendido. La fuerza apostólica surgió poderosamente en mi alma, una fuerza para la acción. Pero lo esencial fue que todo esto,me condujo a la intimidad con Cristo en la Eucaristía. Eran horas verdaderamente conmovedoras las que vivía por las mañanas en la Parroquia: el demonio y Cristo luchaban en mí. Continuamente me arrastraba el instinto hacia abajo, pero continuamente venía el Señor y me arrebataba hacia lo alto con su Luz.
En diciembre de 1933, hace de nuevo ejercicios espirituales en Heerenberg. San Ignacio de Loyola hablaba a Carlos María: “Si aquellos (santos) lo pudieron, ¿por qué entonces yo no?”.
A su diario confía los frutos de sus ejercicios:
Deberíamos decir, temblando con profundo respeto, que la esencia de Dios es únicamente el amor, de Él proviene todo amor verdadero. Cristo permanece siempre como el ideal del alma de todo cristiano. Cada día, leer un trozo del Nuevo Testamento, con el entendimiento, con el corazón y con la imaginación. Amor al prójimo, una palabra agradable para cada ser humano, en la familia, en los ambientes, especialmente para los despreciados. Ofrecer pequeñas alegrías, traer luz a los corazones del prójimo.
Retoman nueva fuerza los dos rasgos fundamentales que marcan toda su vida: el amor a Cristo, que por la creciente vinculación con María recibe nuevos y más agudos contornos, y el apostolado con la juventud católica alemana. Desde aquella experiencia en Schoenstatt, se intensificó su entrega por la salud de las almas, por sus jóvenes en la Parroquia, hasta alcanzar un ritmo vertiginoso.
Este es el momento en que un secreto comienza a aflorar en la vida de Carlos María, había permanecido oculto desde su juventud y sólo muy vagamente había aparecido de vez en cuando.
La amada Madre de Dios (de la cual él solía decir: La Madre de Dios sólo necesita mover el dedo meñique y ya está todo hecho) quiere tomar la vida de Carlos María entre sus manos. Él mismo habla de este acontecimiento como de un momento culminante de su vida. Aquí tenemos la llave que nos va a permitir aclarar los secretos posteriores de su vida. Esta llave se llama: Schoenstatt[1].
Un compañero de colegio, ya schoenstattiano, adivinó cuánto necesitaba Carlos María a la Madre Tres Veces Admirable. Le llevó consigo a Schoenstatt a la concentración de la Pascua de Resurrección de 1933 y a los ejercicios del Movimiento Apostólico para los estudiantes de humanidades. Escribe en su diario:
Los dos días en silencio, cuando la primavera comenzaba a germinar en Westerwald, orando tranquilamente en la Capillita, ante la imagen de la Madre Tres Veces Admirable, o las bendiciones sacramentales de la tarde, todo eso se había adentrado profundamente en mi alma. Todo lo sacerdotal y caballeresco que estaba postpuesto y profundamente adormecido dentro de mí,fue inflamándose de nuevo ardientemente.
Carlos María nuevamente se había encontrado a sí mismo. Ante la imagen de la Mater, siente recibir la misión para su vocación y para el camino de su vida. Lo que a él mismo le indujo a ser miembro del Movimiento Apostólico de Schoenstatt fue la seriedad religioso-moral con que los shoenstattianos luchaban por alcanzar la santidad, para ayudar a renovar el mundo. Que Schoenstatt fuese mariano le fascinaba sobremanera. La Capillita llegó a ser para Leisner fuente de energías insustituibles.
Después de los ejercicios de Schoenstatt, desaparece en él toda turbación, despertándose con vigor nuevo y más maduro la antigua fuerza del apóstol juvenil. Así nos relata:
El trabajo en el grupo, que siempre me impulsaba hacia arriba en la lucha por adquirir mayor madurez, iba convirtiéndose luego en una gran preocupación por los muchachos de la organización de la juventud parroquial, dirigida por el Asesor. La Mater anudó nuevamente los lazos entre nosotros. Puse en funcionamiento el centro de los aspirantes, en Kleve-Oberstadt y le di vida. Con ímpetu y éxito sin igual lo dirigía. El estudio pasó a segundo lugar sin ser desatendido. La fuerza apostólica surgió poderosamente en mi alma, una fuerza para la acción. Pero lo esencial fue que todo esto,me condujo a la intimidad con Cristo en la Eucaristía. Eran horas verdaderamente conmovedoras las que vivía por las mañanas en la Parroquia: el demonio y Cristo luchaban en mí. Continuamente me arrastraba el instinto hacia abajo, pero continuamente venía el Señor y me arrebataba hacia lo alto con su Luz.
En diciembre de 1933, hace de nuevo ejercicios espirituales en Heerenberg. San Ignacio de Loyola hablaba a Carlos María: “Si aquellos (santos) lo pudieron, ¿por qué entonces yo no?”.
A su diario confía los frutos de sus ejercicios:
Deberíamos decir, temblando con profundo respeto, que la esencia de Dios es únicamente el amor, de Él proviene todo amor verdadero. Cristo permanece siempre como el ideal del alma de todo cristiano. Cada día, leer un trozo del Nuevo Testamento, con el entendimiento, con el corazón y con la imaginación. Amor al prójimo, una palabra agradable para cada ser humano, en la familia, en los ambientes, especialmente para los despreciados. Ofrecer pequeñas alegrías, traer luz a los corazones del prójimo.
Retoman nueva fuerza los dos rasgos fundamentales que marcan toda su vida: el amor a Cristo, que por la creciente vinculación con María recibe nuevos y más agudos contornos, y el apostolado con la juventud católica alemana. Desde aquella experiencia en Schoenstatt, se intensificó su entrega por la salud de las almas, por sus jóvenes en la Parroquia, hasta alcanzar un ritmo vertiginoso.
[1] El Movimiento Apostólico de Schoestatt pertenece a las corrientes espirituales más grandes que se han estructurado en comunidades permanentes dentro de la Iglesia Católica de nuestro siglo. Schoenstatt (junto a Coblenza, Alemania) es el lugar de origen y del que recibe su nombre. Allí se encuentra la pequeña capilla donde el sacerdote alemán José Kentenich fundó en 1914 el Movimiento y donde se venera una imagen de la Virgen María con el título de Mater ter Admirabilis. Cuenta a nivel mundial con unos cien mil miembros, jóvenes y adultos, y más de dos millones de participantes habituales. Está constituido por veinticinco comunidades distintas (familias, mujeres, hombres seglares, sacerdotes...), que juntos forman una gran familia espiritual. Entre estas veinticinco comunidades se cuentan seis institutos seculares.
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