Beato Rupert Mayer & Hitler (6)
4. NUEVE MESES EN SACHSENHAUSEN
El 3 de noviembre el padre Rupert Mayer era deportado al campo de concentración de Sachsenhausen[1]. En el formulario que tuvo que rellenar en la prisión, escribió: No estoy descontento con esta suerte: no la considero una vergüenza, sino la coronación de mi vida. Encarcelado, y esperando ser enviado al campo de concentración, relata: Cuando se cerró la puerta de la cárcel, y me quedé solo en la sala en la que ya había pasado tantas horas, me saltaron las lágrimas; eran lágrimas de alegría por haber sido considerado digno de sufrir la cárcel y enfrentarme con un futuro incierto por causa de mi vocación.
Las fuerzas físicas del jesuita -que ya tenía más de sesenta años- se fueron declinando ostensiblemente. El adelgazamiento hizo que no pudiera usar la pierna artificial que llevaba desde que fue herido en la Gran Guerra. Su estado de ánimo no decae. En una carta que escribió a su anciana madre leemos: Ahora sí que no tengo nada ni nadie más que al Buen Dios. Pero es suficiente; más que suficiente. Si los hombres quisieran entender esto, habría mucha gente feliz en la tierra. En otra ocasión escribía: He recibido tu carta del 11 de diciembre de 1939. ¡Ha sido una alegría de verdadero domingo! Gracias a Dios estoy completamente resignado a cuanto me ha sucedido y me sucede... Procuro orar y ofrecerlo todo en sacrificio.
El 5 de agosto de 1940, después de nueve meses en el campo de concentración de Sachsenhausen, temiendo por su vida, fue confinado a la Abadía de los Padres Benedictinos de Ettal, en los Alpes Bávaros. El Nacionalsocialismo no quería mártires. Y menos tratándose del padre Rupert Mayer. Allí lo tendrían bien vigilado; temiendo la enorme influencia que ejercía entre los católicos de Alemania, aquel "mártir" sería olvidado por todos.
Se le sometió a un completo aislamiento: Estoy como muerto en vida, afirma, esta muerte es para mí peor que la muerte real, a la que estaba ya preparado. Nada podía ocurrirle mejor a la Gestapo que el que yo muera aquí...
Cinco largos años de silencio, de contemplación, de humillación y de impotencia. De silencio, cuando se le prohibió incluso el poder bendecir a sus congregantes desde la ventana... De contemplación, a través de sus largos ratos de intimidad con el Señor Jesús, que no se intensificaron, porque siempre fueron muy intensos... De humillación y de impotencia ante las noticias de los bombardeos sobre Múnich[2] o de la detención y asesinato de su hermano Alfred... También de regocijo, cuando acudió a visitarlo su anciana madre.
Durante esos cinco años el padre Rupert Mayer, que profundizaba en todo lo que observaba, veía cómo el Gran Reich comenzaba a resquebrajarse. Recordó las palabras del Profeta: Puesto que rechazáis esta palabra, y confiáis en la opresión y la perversidad, y os apoyáis en ellas, por eso será para vosotros esta culpa como brecha ruinosa en una alta muralla, cuya quiebra sobrevendrá de un momento a otro; como se rompe una vasija de loza, hecha añicos sin piedad, hasta no quedar ni un trozo con que sacar brasas del brasero[3].
Poco era lo que quedaba en el invierno de 1944 de la Europa hitleriana. La Alemania nazi estaba en plena descomposición. En la primavera de 1945 se precipitaron los acontecimientos. El 2 de abril el II Ejército Británico ocupaba Münster. El 13 de abril las fuerzas soviéticas lograban tomar definitivamente Viena. El 29 de abril las tropas estadounidenses entran en Múnich. Al día siguiente Adolf Hitler se suicidó, mientras los soldados soviéticos ocupaban el Reichstag. El 8 de mayo de 1945 Alemania se rendía incondicionalmente; el III Reich desaparecía de los mapas de Europa. El 6 de mayo las tropas americanas, tras la liberación de Múnich, llegaban a Ettal.
El 11 de mayo el padre Rupert Mayer regresaba a la capital bávara, retomando sus actividades sacerdotales. Como balance frente a las destrucciones causadas en Europa por la guerra que desencadenaron los nacionalsocialistas, afirmaba: Los pueblos de Europa se han alejado prácticamente cada vez más de Dios. Ahora puede verse de modo más claro en qué ciego callejón sin salida están prisioneros los hombres. No se sabe ya qué hacer. Quien tiene ojos ve que sin Dios las cosas no van... El tiempo actual es una terrible advertencia a los pueblos de la tierra para que retornen a Dios, a quien hace décadas han abandonado tanto en las ideas como en la práctica. No se avanza sin Dios.
Todos esperaban del padre Mayer duras críticas contra el enemigo, ya derrotado; sin embargo, él siguió predicando la dulce palabra evangélica que siempre había salido de su corazón y de sus labios: Tenemos que desprender calor; la gente tiene que encontrarse a gusto a nuestro lado; y debe percibir que el motivo de todo ello es nuestra unión con Dios.
María -predicaba en otra ocasión- fue portadora de Cristo; también nosotros lo somos después de la santa comunión. Desearía que muchos días meditásemos en nuestros corazones la siguiente idea: Deseo vivir el día como lo vivió la Virgen; en íntima comunión vital con Cristo. No basta que Cristo viniera un día a la tierra y que vaya a volver el día del juicio final. Es necesario que tome posesión de nuestro propio corazón.
Vivía aquello que predicaba. Su bondad llegaba hasta el extremo de permitir, a sabiendas, que abusaran de él. Siempre decía: Quien no ha sido engañado no ha hecho nunca nada bueno.
[1] El campo de concentración de Sachsenhausen, en las cercanías de Oranienburg, situado en una región pantanosa plantada de pinos, a treinta kilómetros al norte de Berlín, se construyó en el año 1936. El campo tenía una extensión de 18 hectáreas y estaba formado por 78 barracones.
[2] El 8 de noviembre de 1940, durante el discurso de aniversario del putsch de Hitler los ingleses de la RFA (Royal Air Force) bombardean Múnich. En enero de 1945 se arrojaron sobre las ciudades de Bochum, Launa, Múnich y Stuttgart 36.000 toneladas de bombas. La ciudad de Múnich sufrió en total 71 ataques aéreos, durante los cuales murieron 6.000 personas y fueron heridas unas 16.000.
[3] Isaías 30,12b-14.