Beato Rupert Mayer & Hitler (2)
Nos acercamos a la figura del beato Rupert Mayer, sacerdote jesuita, a través de la homilía que el cardenal Michael von Faulhaber, Arzobispo de Múnich, dirigió a los hombres de la Congregación Mariana reunidos en la iglesia de San Miguel de la ciudad muniquesa, un mes después de su detención.
Como recordábamos en el artículo anterior, el 8 de abril de 1937 el padre Mayer recibió de la Gestapo la prohibición de predicar en todo el territorio del III Reich. Desoyendo esta orden injusta, que lesionaba el Concordato pactado entre Alemania ,y la Santa Sede, siguió sus tareas con toda normalidad. El 5 de junio fue detenido y recluido en Múnich en la prisión de Stadelheim.
El padre Rupert Mayer no murió en un campo de concentración. Permaneció durante nueve meses en el campo de Sachsenhausen. Como se temía por su vida, fue recluido en la Abadía benedictina de Ettal (Baviera) hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
El padre Mayer fue un defensor decidido y valiente de la verdad de la fe y de los derechos de la Iglesia. Fue detenido en diversas ocasiones... Se pretendía proclamar un eterno silencio sobre los muros de la iglesia de San Miguel, en el lugar diario de su predicación...
SILENCIO EN SAN MIGUEL
"Hombres católicos[1]: he interrumpido mi viaje de confirmación y, aunque cansado por la ceremonia de consagración de la Iglesia del Santo Rosario en Rosenheim-Fürstätt, he regresado a Múnich para estar con vosotros en esta reunión general de la Congregación de Hombres. Es la primera vez que el padre Rupert Mayer, presidente de la Congregación, no está en el púlpito. Aprovecho esta primera solemne oportunidad para declarar públicamente que el 5 de junio los hombres católicos de Múnich quedaron asombrados, indignados y aun amargados, al recibir la noticia de la detención del padre Rupert Mayer, y que todos los católicos se sienten afligidos al saber que todavía no ha sido puesto en libertad. Es hora de hablar.
Cardenal Michael von Faulhaber, arzobispo de Munich
El padre Rupert Mayer, sacerdote de la Compañía de Jesús, era un hombre sano cuando fue a la guerra; como sacerdote castrense arriesgó la vida miles de veces para llevar a los hermanos destacados en la línea de fuego los consuelos de la santa religión, resultó herido de gravedad, y regresó del frente a la patria quebrantado físicamente. Ahora la patria se lo acaba de agradecer. Como varón apostólico de Múnich, el padre Rupert Mayer ha dado un ejemplo claro y luminoso de los rasgos varoniles y heroicos del cristianismo, enseñando los caminos de la fe hacia la vida según la fe, y exigiendo siempre a los hombres que den al Estado lo que es del Estado, y a Dios y a la Iglesia lo que es de Dios y de la Iglesia; pero también ha rechazado a los falsos profetas en cuestión de religión. Como hombre del pueblo, el padre Rupert Mayer ha combatido el comunismo en reuniones y discursos, con el arma de la palabra. Y a los individuos también ha explicado, de hombre a hombre, y con modalidad popular, la bendición de un buen orden estatal y social. El padre Mayer, cuyo carácter es parecido al de san Juan Bautista, también ha dicho la verdad en la cara a los grandes de este mundo. Podría haber recobrado la libertad si se hubiese comprometido con su firma a no predicar fuera de Múnich. Pero como hombre de carácter que es, no ha podido desmentir el principio católico: "La palabra de Dios no puede estar encadenada" (2 Tim 2,9). Declaró: No puedo firmar eso. Y siguió preso.
La Congregación de Hombres, que se sentía herida por la detención del querido padre Mayer, ha obedecido mi exhortación a mantener la disciplina, y se lo agradezco a ustedes. A través de la curia arzobispal he mandado decirles que a pesar de la veneración y entusiasmo por su Presidente y pesadumbre por la detención de que es objeto, se abstengan de realizar manifestaciones callejeras. No podríamos complacer mejor a la Policía del Estado que dándole motivos, con las manifestaciones, para proceder con porras y arrestos, con censuras y cesantías contra los odiados católicos; contra los católicos, a quienes hoy en día se odia y se persigue más que a los bolcheviques. Habéis obrado en honor del padre Rupert Mayer al mantener la disciplina. Esta es una época para callarse.
Mis queridos hombres católicos: Seguiréis manteniendo la disciplina. Prometédselo a vuestro obispo, mentalmente, sin demostraciones: no interrumpiréis mi alocución, ni los sermones en general, y no manifestaréis en forma alguna vuestra aprobación o vuestra indignación: no olvidaremos que estamos en la iglesia. Pero sí rezaréis por nuestro Presidente detenido, asistiréis a las Vísperas aquí, en San Miguel, según un orden establecido, y consideraréis también la reunión de hoy como un rezo a tal intención. Delante de Dios es tiempo de hablar.
Y pensamos rezar primero para que el padre Rupert Mayer no sea dominado por una depresión. No es fácil pasar repentinamente de una vida tan activa -él pronunciaba todos los domingos tres o cuatro sermones- al desierto solitario. Ya muchos han sufrido depresiones nerviosas en el silencio de cementerio que reina en la prisión. Segundo, que sea abreviado el tiempo de la prueba y que pronto se abra la puerta de su cárcel. Ahora comprendemos por qué la Iglesia reza el Viernes Santo: que el Señor "abra las puertas de las prisiones". Y tercero, que también aquí la Providencia torne el mal en bien.
Ya el 31 de mayo, antes de la detención del padre Mayer, elevé una protesta al Ministro de Asuntos Eclesiásticos del Reich contra la orden impartida el 28 de mayo de suspender sus actividades de predicador. Naturalmente, mi protesta al Ministerio de Asuntos Eclesiásticos fue rechazada y la prohibición de predicar no fue anulada. Por eso me dirijo hoy a los hombres católicos de Múnich. Es hora de callarse, y es hora de hablar.
El 9 de junio, pocos días después de la detención, la Sede Arzobispal, con mi aprobación, elevó una protesta extensa y documentada contra la detención al Ministro del Interior, al Ministerio de Relaciones Exteriores, al Ministro de Asuntos Eclesiásticos, al Departamento de la Policía Secreta de Estado de Múnich, al Lugarteniente del Reich en Baviera y al Primer Ministro de Baviera. En esa protesta se dice lo siguiente:
En realidad, el padre Rupert Mayer no necesita dar pruebas de sus sentimientos patrióticos. Su actuación ejemplar, reconocida por todos, durante la guerra y en la lucha contra los desórdenes de 1918; el haber sido herido de gravedad; sus numerosos discursos patrióticos en reuniones militares de la postguerra; su lucha sin miedo contra comunistas y marxistas en centenares de reuniones, una vez junto con el Führer; y por último, el reconocimiento expresado por el Führer en una carta de su puño y letra con motivo de su bodas de plata sacerdotales: todo eso son pruebas suficientes. Por dondequiera que actuaba -en las trincheras, en las ambulancias, en el púlpito o en la tribuna- demostraba ser un cura de almas extraordinariamente importante, un varón apostólico apasionante, un despertador del ánimo y del sentimiento del deber, un defensor de la religión y de la moral, de la autoridad y de la lealtad para con el Estado, del orden y del altruismo.
Y este varón alemán, que luce la Cruz de Hierro de 1ª clase como el Führer, que combatió junto con el Führer a los comunistas de Múnich, que recibió una carta de reconocimiento de propio puño y letra del Führer, está hoy en la cárcel. Afortunadamente, hubo quien tomó taquigráficamente el sermón que el Padre Rupert Mayer pronunció desde este púlpito el 23 de mayo, ante vosotros. Vosotros sois testigos de que, en esa ocasión, dijo textualmente: No dejaremos que se nos haga vacilar en nuestra lealtad para con el Estado. Nos oponemos a cualquier autoayuda de carácter revolucionario. Y a este hombre, lo acusan ahora de ser "enemigo del Estado".
Se dirá que el Padre Rupert Mayer llevó la política al púlpito. ¡Cuántas veces refutaba él ese tópico engañoso del catolicismo político! El Führer dice en su libro, y lo ha repetido muchas veces, que no quiere ser un reformador religioso, y aún hoy sostiene ese principio suyo. Pero están obrando otras fuerzas poderosas, tendientes a hacer a todo trance del movimiento político una segunda Reforma y a extinguir en Alemania, en oposición a la palabra del Führer, el Cristianismo y toda confesión cristiana; contra tales fuerzas dirigía el Padre Rupert Mayer la espada del espíritu, como se llama a la palabra de Dios en la Epístola a los Efesios. El Führer mismo ha declarado: "Durante mil años, el Cristianismo estaba unido al pueblo alemán. No se puede negar simplemente este hecho". Y añado yo: Lo que durante mil años estaba tan unido y tan enlazado como el Cristianismo con el pueblo alemán, no se puede separar sin causar enormes estragos en ambas partes. Por lo tanto, el que defiende la doctrina cristiana de la fe y de la moral en la vida del pueblo, ha rendido un servicio también a la comunidad del pueblo y del Estado. Aunque sólo fuera desde ese punto de vista, la actividad del Padre Rupert Mayer era patriótica y no únicamente religioso-eclesiástica".
[1] Sermón pronunciado por el Cardenal Michael von Faulhaber, Arzobispo de Múnich, el 4 de julio de 1937 en la Iglesia de San Miguel. Recogido íntegramente por TESTIS FIDELIS, El cristianismo en el Tercer Reich (Buenos Aires, 1941).
El cardenal Faulhaber ordenó en 1951 a los hermanos Ratzinger, Georg y Joseph (futuro Benedicto XVI).