Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Cada crisis es un reto (6)

Cada crisis es un reto (6)

por Un alma para el mundo

 

             Querido David:

             ¡Te has enamorado otra vez! Fuiste otra vez a uno de vuestros pubs ... Me escribes que te sentías muy solo el viernes pasado, cuando volviste del trabajo en la gasolinera a tu piso vacío. Y justamente en ese momento te llamó uno de tus compañeros. Insistía en que fueras, que no te pusieras triste por Paul que, a su vez, estaría divirtiéndose mucho sin ti. .. Eso te ofendía profundamente. Echaste fuera todos los buenos propósitos y corriste a la calle, donde te recogieron con una moto.

            Y en el pub encontraste a Marc. Le conoces bastante bien porque, hace poco, os invitó a una fiesta grande y provocadora que celebraba en una vieja finca fuera de París. La ocasión la daba el «contrato de solidaridad» que había ratificado con Carlo. Llegaron, por supuesto, también muchos periodistas con un montón de micrófonos y cámaras. (Eran -¡cómo no!- los primeros huéspedes en esa rara fiesta.) Tengo todavía el recorte del periódico que me mandaste poco después, y las fotos (francamente nada agradables) que salieron en tantas revistas.

            Marc te contó que se sentía tan solo como tú porque a Cado le había cogido la policía. Echaba de menos a su amigo que, seguramente, saldría de la prisión dentro de pocos días. Hasta entonces le gustaría estar contigo. Como os encontrabais ambos en la misma situación, sería lo más normal del mundo «consolarse» mutuamente ...


            David, no quiero recordar más detalles. Me escribes en tu carta (con una letra que apenas pude descifrar) que has «perdido la cabeza durante tres días» y ahora te encuentras en una situación desoladora: no puedes mirarte a los ojos y tienes ansias por «salir del caos»; pero, a la vez, quieres quedarte con Marc y sientes envidia por su pareja Carlo. Quieres seguir la voz de tu conciencia al mismo tiempo que estás luchando por ahogada.

            Me dices, desesperadamente, que no puedes vivir sin tus amigos. Ellos harían bien en «liberar» la sexualidad humana de la camisa de fuerza de la moral tradicional. Además, no buscarían solo el placer, sino también una salida del aislamiento, de la soledad e incomunicación, y del aburrimiento, cuando afirman que «sexualidad es una cosa natural».

            Pero, David, no te dejes enrollar de nuevo. Claro que la sexualidad es una cosa natural, pero ese eslogan expresa una opinión que tiende a lo no natural. Sugiere que cada hombre tiene un derecho absoluto a cualquier satisfacción, que puede ejercer donde, cuando y como sea. La persona es reducida, hasta en la intencionalidad de la mirada, a sus características sexuales y a una función de instrumento para satisfacer ciertas necesidades. Algunos han advertido que, de esta manera, se ha hecho de la sexualidad humana un simple bien de consumo.

            Ese juicio, en cambio, me parece demasiado benigno, porque una sexualidad desenfrenada no es ningún bien, ni de consumo. Es como un veneno que corrompe las personas: debilita la voluntad, quita la autoestima, reduce el proyecto vital a trivialidades, aparta la mirada del cielo y la conduce hacia el barro de la tierra. El resultado es la experiencia de rotura que tanto rehúyes.

            Para el hombre es natural ser protagonista de la propia vida, «llevar la vida», y no «ser llevado» por las pasiones. Es natural usar la libertad, adquirir un cierto dominio de sí e integrar las tendencias para que realmente contribuyan al bien.

            David, sabes de sobra que el comportamiento usual en el grupo de tus compañeros te mete en un callejón sin salida. Si cada uno encuentra en el otro nada más que un desaguadero a su necesidad de amar y ser amado, un remedio a la soledad  y una fuente de placer, la sexualidad es separada de la persona. No queda espacio al encuentro verdadero y a la acogida del otro. En vez de llevar a la felicidad, engendra cada vez más neurosis y frustraciones, que se manifiestan en una búsqueda compulsiva de una gratificación en modo siempre más diverso y perverso.

            En tu carta me recuerdas la novela italiana que Richard te regaló cuando nos visitaste en nuestra casa. Mira, te he buscado un párrafo interesante de ese libro. En una ocasión dice el héroe -que es, como sabes, un play-boy bastante degenerado- con mucha sinceridad a una persona amiga:

            «¿Usted piensa que yo tendría que consultar con un psicoanalista? Dígale por favor, de mi parte, que no hay nada que da tanta felicidad como la templanza. Los psicoanalistas suelen preguntarme si hubiera reprimido algunos impulsos sexuales. ¡Oh no! Puede usted estar seguro: jamás he reprimido ninguno de esos impulsos. ¿Quiere saber lo que he reprimido? La vergüenza y la caridad que nos manda el Evangelio. ¿Quiere saber a quién he pisoteado y he hecho callar en mí? ¡Al mismo Jesucristo!»!´.

            No te preocupes, David. A lo largo de nuestra vida, todos experimentamos etapas de oscuridad y sufrimos decepciones. Es normal que haya recaídas y períodos de desesperación. La estabilidad emocional y la madurez espiritual son bienes cuyo desarrollo no es lineal o ininterrumpido. Por el contrario, generalmente se alcanzan a través de pocas o muchas situaciones de crisis. Sin embargo, una crisis no es una catástrofe. Tienes que descubrir las posibilidades que se esconden detrás de cada situación difícil. Después de una prueba y mediante ella, la voluntad puede hacerse más firme. Puede crecer el conocimiento propio. Con el tiempo y después de cada «tempestad», el deseo de darse a los demás puede renovarse, purificarse y crecer. Para ello, es imprescindible comprender bien lo que se ha vivido en esa temporada, no huir, no distraerse, no engañarse con un «cambio de compañero», pues, en realidad, lo único que hay que cambiar es el propio yo. Me imagino que ahora me responderás: «!no puedo!». Tienes razón, solos no podemos levantarnos. Nos parecemos a los prisioneros de los tiempos pasados, a los que ligaron una bola de hierro a los pies que tenían que arrastrar continuamente. Igualmente nos ata nuestra culpa, y no tenemos fuerzas suficientes para liberamos. Pero, David, recuerda que tienes fe. Dios mismo te quitará la bola, si le dejas ayudarte. No conoce ni «homosexuales» ni «criminales», sino solo personas a las que ama, y que sufren de las consecuencias de los pecados ...

            ¡Ánimo, David! Y no olvides que te estamos esperando aquí.

            Un saludo cordial,

         tu amiga Mary 
Jutta Burggraf, Cartas a David ( Pgs. 22-24)

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