Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Un cristiano opta por el amor (5)

Un cristiano opta por el amor (5)

por Un alma para el mundo

 

« UN CRISTIANO OPTA POR EL AMOR»

Querido David:

No has venido tú, pero sí tu nuevo amigo Víctor, que pasó tres largos días en nuestra casa. Esta mañana partió hacia California, para «misionar» allí. Le acompañamos con nuestros rezos y preocupaciones ...

¡Gracias por la carta tan larga y el vino de París, que nos trajo Víctor de tu parte! ¡Has recordado la marca favorita de Richard! ¡Qué alegría! Lo hemos tomado junto con mis suegros y unos amigos vecinos, la primera noche en la que Víctor estuvo con nosotros. Todo el grupo te manda los saludos más cordiales.

Pero, David, ¡no te puedes imaginar lo extraña que fue aquella tertulia! Es una suerte que mi suegra tenga tanta paciencia. Lo necesitaba, porque Víctor le ofendía bastante. Te cuento lo que ocurrió para que conozcas un poco mejor a tu amigo. Nada más sentamos en el salón, Víctor empezó a contar su historia: había practicado la homosexualidad durante casi veinte años, hasta que entró en contacto con un grupo de cristianos (proveniente de San Francisco); poco después visitó un santuario con ellos. ¡Y se convirtió! Según su narración fue una conversión «súbita y total», y «todos los demonios desaparecieron de golpe»; vio con claridad lo «odiosa» que había sido su vida. Con cada frase que pronunciaba, su voz se hacía más alta: «¡No tengáis ningún contacto con los homosexuales!», exclamó al final. Mi suegra, que es una señora cariñosa, hizo intentos para aclarar que hay que distinguir entre la tendencia y la práctica, entre el comportamiento y la persona. Esto desconcertó al pobre Víctor. Corrió hacia mi suegra, la cogió los brazos y agitándola gritó: «¡Usted es una traidora de nuestra santa fe!». Le temblaba todo el cuerpo. Pienso que no se daba cuenta de que Richard también se levantó y le condujo hacia fuera mientras que él seguía maldiciendo a mi buena suegra

Aquella noche, Richard consiguió calmarle, y a la mañana siguiente, durante el desayuno, Víctor se comportó bastante normal. Parecía hasta haber olvidado lo que ocurrió en la tertulia. Pero en todo el tiempo que hemos pasado juntos, nunca pudimos hablar con él un poco más en serio, sobre ningún tema: porque, en cualquier ocasión que se le presentaba, empezaba a predicar. Los niños le huyeron, como puedes imaginarte: les daba miedo. Solo la mayor aguantó a su lado; un día rezó tres rosarios seguidos con él. ¡ Y ahora Víctor está en San Francisco, «para convertir a los homosexuales»! Nunca olvidaré su mirada agitada, sus risas nerviosas. Espero que algún día nos volvamos a encontrar y que, entonces, podamos continuar una conversación pendiente ...


Me dices que quieres ser un cristiano como él. Pero, David, un cristiano opta por el amor, el perdón y la comprensión, mientras que Víctor quiere utilizar los medios de intolerancia, y no rehúsa la violencia. Perdona, pero tu nuevo amigo me recuerda aquellos pacifistas que ponen bombas en los Ministerios, o las personas que luchan por la defensa de la vida y matan a los que abortan ... ¿Te parece que se ha convertido de verdad? ¿No confunde más bien una experiencia religiosa -que probablemente ha tenido- con una curación espontánea? No es capaz de mirarse a sí mismo, objetivamente y con serenidad. Por eso desvía cualquier pregunta sobre el pasado con sus predicaciones continuas. Temo que pronto estará decepcionado.

Por supuesto, estoy plenamente convencida de que la fe cristiana nos ayuda a salir de cualquier bache en que nos encontremos. Creo incluso que la fe nos da más fuerzas que cualquier otra cosa. Ilumina nuestra existencia con un sentido pleno. Nos da un fin último por el que vale la pena luchar y sufrir: ¡estamos llamados a la vida eterna, para gozar de la felicidad en el cielo! Dios nos llama, porque nos quiere. Nos quiere a cada uno de nosotros más que nuestras madres, más que nosotros mismos podamos querernos: con todas nuestras deficiencias, debilidades y limitaciones, con nuestras culpas y caídas. Quiere curarnos completamente. No pertenezco a aquellos que ponen de relieve -no sin cierta fruición- todos los factores psicológicos que harían casi imposible una verdadera conversión. Ellos falsean la situación objetiva, porque olvidan lo más importante: la ayuda especial que Dios da a los que confían en él.

Sí, David, estoy de acuerdo con Víctor: es Cristo quien nos trae la liberación de todas las ataduras que pueden pesarnos. Sobre todo nos libera del pecado y de la culpa que nos pueden llegar a corroer ya destruir mucho más profundamente que los hechos externos. Es, realmente, una gran suerte que podamos acudir al sacramento de la Confesión. Cualquier carga que nos apesadumbre interiormente, nos desmoralice o nos hiera, Dios nos la quita si pedimos perdón.

Pero, cuando nos acercamos a Dios, nos hacemos cada vez más realistas. (¡Dios es la Verdad!) Adquirimos, poco a poco, el valor de enfrentarnos a la propia vida. Nuestras tendencias desordena- das, normalmente, no desaparecen de repente. No están completamente desarraigadas después de una conversión, ni mucho menos. Tenemos que avanzar paso a paso, tratar de superarnos a nosotros mismos, en vez de maldecir a los demás. Además, David, tienes que aguantar tu situación dolorosa sin exagerarla, sin hacer un drama de ella. Hay sufrimientos mayores que la homosexualidad.

Cuando pienso en Víctor; me preocupa otra cosa más. Me parece que una persona realmente curada no es nada convulsiva, histérica y fanática. No se deja llevar por estrecheces y rigideces. No se le ocurre, sobre todo, condenar a los demás «en nombre de la Iglesia». Porque la Iglesia es, justo al revés, un auténtico abogado de todas las personas que viven sobre la tierra, y defiende también a las personas homosexuales de juicios generalizadores. Sí, David, la Iglesia anima a los cristianos a acogeros «con respeto, compasión y delicadeza», ya evitar, respecto a vosotros, «todo signo de discriminación injusta»>. Intenta comprender vuestras dificultades. Os muestra, en fin, que la fidelidad al Evangelio es la vía de la felicidad y de la salvación también para vosotros: os propone exactamente el mismo mensaje de la fe que ofrece a todo cristiano.

¿Qué quiere decir esto? ¿Cómo ha de comportarse un buen cristiano? David, la moral cristiana no se centra en la sexualidad, aunque los medios de comunicación la presenten así, con una perseverancia obsesiva. Los pecados más graves son de naturaleza «espiritual» (por decido de alguna manera): podemos hacer la vida imposible a los demás si los tiranizamos, si disfrutamos de sus debilidades, si les negamos el perdón o les traicionamos. Creo que un hipócrita arrogante puede hacer más daño (a sí mismo y a otras personas) que una persona homosexual. ..

La moral cristiana tampoco consiste en un catálogo de prohibiciones. Destaca, en cambio, que lo más importante para una persona es la capacidad de amar. Así manda favorecer todo lo que puede engrandecer esa capacidad, y quitar todo lo que puede empequeñecerla. Toca con sus enseñanzas el mismo corazón del hombre, que está hecho para el amor, como afirma el Papa Juan Pablo II de un modo impresionante: «El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente>>´.

La moral cristiana enseña, sencillamente, a amar. Esto queda especialmente claro cuando se refiere al comportamiento sexual. David, la Iglesia nunca ha hablado de un modo tan diferenciado y sensible sobre el amor matrimonial como en las últimas décadas. Bendice este amor entre el hombre y la mujer, y no se muestra nada hostil al cuerpo. Solo habla del pecado, cuando hay un peli- gro para el amor, cuando se mete el egoísmo. Es una pena que estas enseñanzas sean todavía hoy como un secreto bien guardado.

La Iglesia nos invita a buscar el amor, no el placer en sí mismo. Pero si encontramos el amor, encontramos también la satisfacción, la felicidad. Cada amante conoce las ansias hacia la persona que ama, y el gozo de la unión. No tiene sentido preguntarse si el placer es bueno o malo. Lo decisivo es lo que nos da gusto y placer. El gusto para el bien es bueno; el gusto para el mal es malo. No valoramos tampoco el fuego «en sí mismo». Es bueno cuando nos calienta el despacho en una chimenea, y es malo cuando nos quema la casa.

El placer, unido a un amor auténtico, es una cosa buena y muy humana. No somos unos seres meramente espirituales; tenemos también un cuerpo y un corazón que es el centro de toda nuestra afectividad, la esfera más tierna, más interior, más secreta de la personas. Sin los sentimientos, nuestros actos no son íntegros, maduros. Algunos autores modernos ponen al descubierto la superficialidad de todo neutralismo afectivo, de toda falsa «sobriedad», y de todos los ídolos de una razonable falta de afectividad, de la hipertrofia de la voluntad y de la pseudo-objetividad: «Tener un corazón capaz de amar, un corazón que puede conocer la ansiedad y el sufrimiento, que puede afligirse y conmoverse, es la característica más específica de la naturaleza humanas>.

La insensibilidad, en cambio, es una verdadera carencia. Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, considera que no es solo un defecto, sino un vicio? Si una persona es incapaz de disfrutar de las cosas buenas de la vida, si en su comportamiento es excesivamente fría y seca, hay que preocuparse de ellas.

Lo sabes muy bien, David: para la moral cristiana las prohibiciones no son nunca lo primero. La Iglesia dice un sí al amor. Y para salvaguardar el amor, dice un no a las deformaciones homosexuales a que se comporten de acuerdo con los mandamientos de Dios. Víctor tenía razón en record arte que también vosotros estáis obligados «a realizar la voluntad de Dios» en vuestra vida, «uniendo al sacrificio de la cruz del Señor todo sufrimiento y dificultad» que podáis experimentar a causa de vuestra condición, y «a practicar la virtud en lugar del vicios". Parece que tu amigo ha memorizado algunos textos del Magisterio. También tenía razón en destacar que la Iglesia no puede aprobar grupos o movimientos que se oponen a la atención de las personas homosexuales fundada en la verdad, y que utilicen métodos de propaganda engañosos 10. Esto solo puede parecer duro, cuando se lo mira muy superficialmente. Actuando de este modo, no se os hace ningún daño, sino todo lo contrario: se defiende vuestra dignidad, y se os protege de los grupos de presión.

Pero, David, todo esto lo sabes mucho mejor que yo. ¡Tu carta me parece un verdadero tratado teológico! Me da alegría que tengas tiempo para leer y reflexionar, y que hayas empezado de nuevo a rezar. ¡Comparto tus esperanzas a un futuro mejor!

Un saludo muy cordial,

tu amiga Mary

Jutta Burggraf, Cartas a David ( Pgs. 18-21)

 

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