Beato Rupert Mayer & Hitler (1)
Hoy se celebra la fiesta del beato Rupert Mayer. Los extos litúrgicos se encuentran en el Misal propio de la Compañía de Jesús cuya última edición es del año 1998. La oración de fieles pedía para que "el testimonio de nuestra fe sea verdaderamente profético en el anuncio de la Buena Nueva, y denuncia firme del error"; para que "nuestra intervención en la causa política sea transparentemente cristiana"; para que "seamos evangélicamente libres en las intervenciones por la lucha de los derechos de las personas"...
En fin, que es hora de hablar y de llamar a las cosas por su nombre. No quiero comparar a nuestros políticos con nadie pero sí deberíamos comparar si nuestro ministerio está o no a la altura de los santos que celebramos.
La monición de entrada recoge extensamente su vida:
Rupert Mayer nació en Sttugart el 23 de enero de 1876; fue ordenado sacerdote en 1899 y, en 1990, entró en la Compañía. Después de haber completado su formación, trabajó durante algunos años como misionero popular, hasta que, en 1912, fue nombrado capellán de los inmigrantes en Munich. Allí participó también en la fundación de la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia. Durante la Primera Guerra Mundial cumplió de modo de modo heroico con sus deberes de capellán militar; y el 30 de diciembre de 1916 fue herido gravemente en el frente rumano y tuvo que sufrir la amputación de la pierna izquierda.
Sobre estas líneas, Cruz de Hierro de primera clase
Vuelto a Munich, reemprendió sus trabajos apostólicos, prodigándose de modo particular con los pobres. El 28 de noviembre de 1921 fue nombrado Presidente de la Congregación Mariana de los hombres de Munich que, bajo su guía, conoció un florecimiento excepcional. El Beato fue uno de los primeros en darse cuenta de la verdadera índole del naciente movimiento hitleriano y, ya en 1923, declaró públicamente que un católico no podía nunca ser nacionalsocialista. Continuó su lucha contra los nazis también después de la llegada de Hitler al poder, en 1933, y fue por ello metido en prisión repetidas veces.
Finalmente, en 1939, fue recluido en el campo de concentración de Sachsenhausen. Allí sus fuerzas físicas declinaron de modo tan preocupante que los nazis temieron que muriese mártir, el 5 de agosto de 1940 lo confinaron en la Abadía de Ettal, donde permaneció en completo aislamiento hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. A continuación retomó sus actividades sacerdotales en la capital bávara, pero el 1 de noviembre de 1945, murió víctima de un ataque de apoplejía mientras pronunciaba la homilía desde el altar.
San Juan Pablo II le beatificó en Munich el año 1987.
Joseph Ratzinger en su obra "Cooperadores de la verdad" (Madrid, 1991) habla sobre el beato Rupert Mayer:
La verdad no forma parte de las grandes consignas morales de nuestro tiempo. Como virtud no tiene una cotización muy alta (…). El drama social de nuestra época parece no dejar tiempo suficiente para la esforzada y penosa pregunta por la verdad. Crece, incluso, la sospecha de que esa pregunta sirve en realidad para eludir los deberes humanos urgentes, de que no es sino el juego elitista de unos pocos que pueden permitírselo (…). ¿Qué podemos decir, pues, de la verdad? ¿Dónde la encontramos propiamente? ¿Qué significa? Quisiera proponer una respuesta a estas preguntas sirviéndome de un pequeño episodio de la vida del Padre Rupert Mayer. Rupert Mayer conoció a Hitler ya en el año 1919 como orador en una discusión que tuvo lugar en una reunión comunista. En ese momento, en esa época temprana en que todavía nadie conocía al futuro dictador, podía estimarse que, a pesar de algunos aspectos desagradables, Hitler podría llegar a ser un aliado en la lucha contra la tentación comunista. Él mismo había jugado esa carta. En 1923 envió al Padre Rupert Mayer un telegrama de felicitación con motivo de la fiesta conmemorativa de sus 25 años de sacerdote, pues para él hubiera sido importante y le hubiera servido de gran ayuda en su propósito de granjearse las simpatías de los vacilantes -especialmente entre los católicos- que un sacerdote patriota con tan grandes servicios prestados a la patria y tan grande autoridad en la ciudad estuviera de su lado. Sabemos cuán difícil fue para los intelectuales alemanes y extranjeros -escritores, investigadores, políticos o teólogos- descubrir las intenciones y percibir lo que verdaderamente estaba en juego. Nosotros no queremos tampoco juzgar ahora a la ligera sobre ello. El Padre Rupert Mayer, que no era un intelectual, sino un sencillo sacerdote dedicado al cuidado de las almas, comprendió inmediatamente la máscara del anticristo, especialmente en algo que nosotros seguramente hubiéramos pasado por alto. Su primera observación fue la siguiente: Hitler fanfarronea constantemente y no retrocede ni siquiera ante la mentira. Quien no respeta la verdad no puede hacer el bien. Donde no se respeta la verdad no puede crecer la libertad, la justicia y el amor.
En mi primer libro, Los mártires de Hitler (Zamora, 1996) dediqué un capítulo al beato Rupert Mayer que publicaré en las próximas semanas.
En fin, que es hora de hablar y de llamar a las cosas por su nombre. No quiero comparar a nuestros políticos con nadie pero sí deberíamos comparar si nuestro ministerio está o no a la altura de los santos que celebramos.
La monición de entrada recoge extensamente su vida:
Rupert Mayer nació en Sttugart el 23 de enero de 1876; fue ordenado sacerdote en 1899 y, en 1990, entró en la Compañía. Después de haber completado su formación, trabajó durante algunos años como misionero popular, hasta que, en 1912, fue nombrado capellán de los inmigrantes en Munich. Allí participó también en la fundación de la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia. Durante la Primera Guerra Mundial cumplió de modo de modo heroico con sus deberes de capellán militar; y el 30 de diciembre de 1916 fue herido gravemente en el frente rumano y tuvo que sufrir la amputación de la pierna izquierda.
Sobre estas líneas, Cruz de Hierro de primera clase
Vuelto a Munich, reemprendió sus trabajos apostólicos, prodigándose de modo particular con los pobres. El 28 de noviembre de 1921 fue nombrado Presidente de la Congregación Mariana de los hombres de Munich que, bajo su guía, conoció un florecimiento excepcional. El Beato fue uno de los primeros en darse cuenta de la verdadera índole del naciente movimiento hitleriano y, ya en 1923, declaró públicamente que un católico no podía nunca ser nacionalsocialista. Continuó su lucha contra los nazis también después de la llegada de Hitler al poder, en 1933, y fue por ello metido en prisión repetidas veces.
Finalmente, en 1939, fue recluido en el campo de concentración de Sachsenhausen. Allí sus fuerzas físicas declinaron de modo tan preocupante que los nazis temieron que muriese mártir, el 5 de agosto de 1940 lo confinaron en la Abadía de Ettal, donde permaneció en completo aislamiento hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. A continuación retomó sus actividades sacerdotales en la capital bávara, pero el 1 de noviembre de 1945, murió víctima de un ataque de apoplejía mientras pronunciaba la homilía desde el altar.
San Juan Pablo II le beatificó en Munich el año 1987.
Joseph Ratzinger en su obra "Cooperadores de la verdad" (Madrid, 1991) habla sobre el beato Rupert Mayer:
La verdad no forma parte de las grandes consignas morales de nuestro tiempo. Como virtud no tiene una cotización muy alta (…). El drama social de nuestra época parece no dejar tiempo suficiente para la esforzada y penosa pregunta por la verdad. Crece, incluso, la sospecha de que esa pregunta sirve en realidad para eludir los deberes humanos urgentes, de que no es sino el juego elitista de unos pocos que pueden permitírselo (…). ¿Qué podemos decir, pues, de la verdad? ¿Dónde la encontramos propiamente? ¿Qué significa? Quisiera proponer una respuesta a estas preguntas sirviéndome de un pequeño episodio de la vida del Padre Rupert Mayer. Rupert Mayer conoció a Hitler ya en el año 1919 como orador en una discusión que tuvo lugar en una reunión comunista. En ese momento, en esa época temprana en que todavía nadie conocía al futuro dictador, podía estimarse que, a pesar de algunos aspectos desagradables, Hitler podría llegar a ser un aliado en la lucha contra la tentación comunista. Él mismo había jugado esa carta. En 1923 envió al Padre Rupert Mayer un telegrama de felicitación con motivo de la fiesta conmemorativa de sus 25 años de sacerdote, pues para él hubiera sido importante y le hubiera servido de gran ayuda en su propósito de granjearse las simpatías de los vacilantes -especialmente entre los católicos- que un sacerdote patriota con tan grandes servicios prestados a la patria y tan grande autoridad en la ciudad estuviera de su lado. Sabemos cuán difícil fue para los intelectuales alemanes y extranjeros -escritores, investigadores, políticos o teólogos- descubrir las intenciones y percibir lo que verdaderamente estaba en juego. Nosotros no queremos tampoco juzgar ahora a la ligera sobre ello. El Padre Rupert Mayer, que no era un intelectual, sino un sencillo sacerdote dedicado al cuidado de las almas, comprendió inmediatamente la máscara del anticristo, especialmente en algo que nosotros seguramente hubiéramos pasado por alto. Su primera observación fue la siguiente: Hitler fanfarronea constantemente y no retrocede ni siquiera ante la mentira. Quien no respeta la verdad no puede hacer el bien. Donde no se respeta la verdad no puede crecer la libertad, la justicia y el amor.
En mi primer libro, Los mártires de Hitler (Zamora, 1996) dediqué un capítulo al beato Rupert Mayer que publicaré en las próximas semanas.
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