No te centres en la sexualidad (4)
No te centres en la sexualidad (4)
Cuarta carta a David
Querido David:
¡Qué alegría recibir otra vez noticias tuyas! Habías esperado mi carta -rne dices-, e incluso la agradeces. Estás solo en el piso desde hace tres semanas: Paul no había vuelto aquella noche, después de la «escena» que te hizo, ni en la noche siguiente. El tercer día vino para buscar a Clarisse (y dejada en la casa de otro compañero suyo). A ti te trató como a un extraño. Te comunicó escuetamente que necesitaba ir de vacaciones con unos amigos, y que quería verte «recuperado» a la vuelta. Y, para no olvidado, que tú pagues todo el alquiler ese mes, y el mes que viene ... Es una suerte que puedas trabajar en la gasolinera donde te ofrecieron un puesto en el verano pasado. Así ganas dinero, conoces a otras personas, y haces un bien a la sociedad. La actividad te distrae, además, de la tristeza que sientes. Y como la gasolinera está situada en una autopista con poco tráfico, tienes tiempo para reflexionar y conversar con tu jefe, que parece ser un señor muy sensato y simpático.
David, ¡comprendo tu decepción! Paul te ha dejado, al menos por algún tiempo. Se fue con otros, y te sientes arrinconado y herido. Te ha quitado incluso a la pequeña Clarisse y, otra vez, estás completamente solo. Me da pena que os causéis mutuamente tanto dolor. ¿No puede ser esa otra razón del ambiente tan duro y agresivo que, a veces, reina en vuestros grupos? Me parece que muchas personas homosexuales (también Paul) son como niños gravemente heridos en su interior por no haber recibido, de quien sea, el cariño y la comprensión que necesitan. Actúan de un modo forzado y mecánico. Para no sufrir más, se escudan detrás de una máscara, y se presentan duros e insensibles; para superar la soledad, huyen en una búsqueda perniciosa y febril de placer. (También la monótona «lucha entre los sexos» y algunos fenómenos del feminismo radical no me parecen ser otra cosa que el reflejo de un amor traicionado ... )
Te hablo tan claramente porque sé que ahora quieres escuchar la verdad. Tú también estás en peligro de ponerte una máscara y resignarte. Después de tantos fracasos ya no te sientes con fuerzas para empezar un nuevo amor, «nunca más», como me escribes. Pero, David, esa «amistad» que tenías con Paul nunca ha sido amor. Era una relación puramente sexual, aunque tú te imaginabas mucho más en tus fantasías enfermizas. Nunca podías hablar con Paul sobre tu visión del mundo y tus ideales, y menos aún sobre tus inquietudes religiosas. Nunca pudiste discutir pacíficamente con él sobre un libro que hubierais leído juntos, sobre un poema, una melodía o una exposición de arte. (¡Con lo que te gustan estas cosas!) ¿Habéis gozado juntos, al menos alguna vez, de un concierto?, ¿o de una excursión a la naturaleza? ¿Se ha dado cuenta Paul cómo te agradan los antiguos castillos de Francia?, ¿y los proverbios chinos? Cuando hay amor auténtico, hay un conocimiento profundo del otro, una comunicación de los sentimientos y vivencias; hay proyectos, metas, deseos y creencias comunes. Entonces, la «relación sexual» surge como expresión de la «relación personal» existente.
Cuando estabas con tu amigo, habéis pasado el día en vuestro piso, con música machacante y mucho alcohol. Por la noche ibais a ciertas discotecas y pubs. Lo sexual era como una «necesidad mutua». No quiero record arte cómo ganaba el dinero Paul (y también tú, a veces); no quiero recordarte las experiencias desoladoras que tenías con las drogas y con todo ese mundo criminal en que te movías. ¡Ahora, eso ha terminado, David! Podemos dar gracias a Dios porque estás saliendo a la luz del día. Estás rompiendo la tendencia al «gheto» que tanto puede caracterizar al mundo homosexual. Me dices que a veces te sientas en un viejo tronco, detrás de la gasolinera, y contemplas las praderas, los bosques y el cielo. Gozas del aire limpio que respiras, y observas los movimientos circulares y tranquilos de los pájaros. Quieres levantarte del suelo y volar como ellos. Quieres rezar. ..
Me preguntas si todos los gays me parecen neuróticos. David, francamente, todas las personas que centran sus pensamientos y actuaciones exclusivamente en la sexualidad me parecen enfermas de alguna manera. Esto vale también para las personas heterosexuales. Todos los seres humanos tienen la tarea de integrar la múltiple realidad sexual en su unidad personal. y me preguntas si podrás casarte con una mujer, quizá dentro de algunos años. No lo sé, David. Me parece que no sería sensato -salvo excepcionalmente- aconsejar un matrimonio a una persona homosexual. Salvo el caso de simple ambivalencia sexual con posibilidad de ser superada, sería conducir a la pareja a situaciones sin salida. Quizá tu tendencia es reversible con mucho esfuerzo. Pero eso lo decidirá el especialista. Para un cristiano, el amor entre un hombre y una mujer es importante, pero no es lo más importante; da felicidad, pero esa no es la máxima felicidad; tiene sentido, pero ese no es el último sentido de la vida. Es un camino para muchos, pero no el fin. Porque el fin de la vida es solo Dios ... Quizá nunca seas apto para el matrimonio, David. Pero sí que eres apto para el amor. Estoy convencida de que eres apto para un amor mayor que el que reina en muchos matrimonios. Hoy por hoy, la única solución auténticamente cristiana al problema que tienes es la renuncia a todas las prácticas sexuales. Es exactamente lo mismo para las personas heterosexuales que no están casadas. Y es posible, aunque casi nadie se atreva a decido en público por la ideología que difunden los grupos de presión. Pero quien ante un deber difícil duda sobre si es verdaderamente un deber, no tiene muchas posibilidades de superar-la dificultad.
La disposición sexual no se observa solo como algo inscrito en nuestra naturaleza, sino más bien como una función que, por un lado, depende de nuestro sustrato biológico y está parcialmente predeterminada. Pero, por otro lado, está dotada de una relativa plasticidad, por ser al fin una función perteneciente a nosotros que somos seres libres. No está totalmente dependiente de una tendencia, de manera que se le impongan ciegamente unos contenidos, una dirección y un único sentido. Está dirigida, en primer lugar, por nuestra voluntad y, por eso, es educable.
Eso quiere decir, David, (como sabes perfectamente) que eres tú mismo el que orienta y controla, en buena parte, la propia disposición sexual. Eres tú mismo quien puede modelarla a lo largo de la vida. En el caso normal, una persona puede hacer un uso libre de sus tendencias espontáneas, sean normales o desviadas. Puede superar las dificultades y, a veces, hasta evitarlas. Esto quiere decir para ti, por ejemplo, que tienes la libertad de evitar todo trato con personas homosexuales.
Hablando de la libertad, me dijiste una vez que cada persona debe poseer una actitud ética frente a sus posibilidades, talentos e inclinaciones. Esa dependerá de su concepción básica del mundo y de la vida y, sobre todo, de sus convicciones religiosas. Entonces, David, si los medios de comunicación dicen que los gays no pueden sino actuar según sus inclinaciones, no se comportan nada «tolerantes» con ellos. Os degradan de verdad, porque os niegan lo específicamente humano, la libertad personal. No eres responsable por la tendencia que experimentas; pero sí que eres responsable por la práctica y esa, a su vez, puede reforzar la tendencia. Es como la codicia que engrandece cuando se alcanza lo que se desea. Una persona hambrienta sueña con la carne asada, y una persona glotona también ... Pero, David, no te fijes demasiado en un cambio de tu comportamiento sexual, ni de tu comportamiento en general. Conviene, ante todo, cambiar el núcleo de tus intereses: aquellos pensamientos y sentimientos infantiles que te apartan de la realidad y te sumergen en un mundo interior, fantástico. Es importante que te quieras tal como eres. Te vuelvo a decir que tienes que aceptar tu cuerpo, porque ¡el cuerpo eres tú! No eres solo el alma, sino una unidad sustancial de cuerpo y alma. ¿Recuerdas a Santo Tomás?, quien dice: «Ni la mano ni el pie deben llamarse persona, y tampoco el alma»-. Eres cuerpo y, a la vez, eres espiritual y libre. Puedes experimentar tu libertad en un nivel muy personal e íntimo.
Las diversas situaciones pueden favorecer la libertad o no hacerlo; pueden ser la razón para que ella aumente o disminuya. Pero no afectan esencialmente nuestros actos libres. Efectivamente, estás condicionado, en cierto modo, por el país, la sociedad, la familia en la que has nacido, estás condicionado por la educación y cultura que has recibido, por el propio cuerpo, tu código genético y tu sistema nervioso, tus talentos y tus límites y todas las frustraciones recibidas, pero a pesar de esto eres libre: eres libre para opinar sobre todas estas condiciones. Un hombre puede ser libre incluso en una cárcel, como lo han mostrado Boecio, Santo Tomás Moro, Bonhoeffer y muchos personajes más. «Hay algo dentro de ti que no pueden alcanzar, que no te pueden quitar, es tuyo»; esto dice un preso a otro preso, en un diálogo impresionante, que sale en la película «Sueños de libertad»: ¿Recuerdas el cine-forum tan interesante que organizaste con ocasión de esa película, hace años? Un hombre puede ser libre también en un Estado totalitario, aunque las amenazas y el miedo disminuyan su libertad. Puede mantener una creencia, un deseo o un amor en el interior del alma, aunque externamente se decrete su abolición absoluta. Así, Sajarov no solo fue grande como físico; sobre todo fue grande como hombre, como apasionado luchador por la libertad de cada persona humana. Pagó por ello el precio del sufrimiento, que le impuso el régimen comunista, cuya mendacidad e inhumanidad destapó ante los ojos del mundo.
Así que ¡no te sientas una víctima! ¡También tú eres libre! ¿Quién no encuentra obstáculos en su maduración humana y sobrenatural? ¿Quién no sufre de limitaciones? Debes desarrollar confianza en ti, y superar los complejos de inferioridad que todavía hoy te marcan. Convéncete de una cosa fundamental: ¡la dignidad y el valor de una persona no dependen de su orientación sexual! y también cuando alguien hace mal uso de sus tendencias, sigue siendo un ser amable y amado. San Agustín decía: «Dios detesta el pecado. Con eso me despido por hoy. Saludos también de Richard, que acaba de entrar en la habitación. Me propone que te invite a nuestra casa. Claro, David, puedes venir cuando quieras. Las puertas siempre están abiertas para ti.
¡Te esperamos!,
Jutta Burggraf, Cartas a David (pgs.14-17)