No puedes casarte con tu amigo (3)
No puedes casarte con tu amigo (3)
Querido David:
¡Gracias por tu respuesta tan rápida y «espontánea»! No te preocupes: no es ningún shock para mí. Había contado con el hecho de que ibas a mostrar mi carta a tu amigo Paul y, claro, este se enfadó horriblemente: primero hizo unos chistes vulgares, y luego, al advertir tus dudas, te regañó, te pegó, rompió tus apuntes en mil trozos, corrió por el piso y tiró unos vasos, rasgó una cortina y, por fin, salió a la calle, dando un gran puñetazo a la puerta. Cuando estabas solo, y todavía temblando, te pusiste a escribirme, mientras Clarisse lloraba ... Me pides que te deje en paz. Pero, David, ¿cómo puedo dejarte, si no has encontrado la paz? ¿Cómo puedo quedarme pasiva, si tú te pierdes completamente? ¿Recuerdas aquel verano cuando tu primo Benjamín, desesperado por la ruptura de su matrimonio, quería unirse a una expedición al Himalaya para desaparecer elegantemente? Luchaste como un gigante por él. ¡Y le has salvado! Has ayudado a tantas personas que se encontraban en situaciones difíciles, ¿y ahora no permites que tus auténticos amigos te ayuden a ti?
Escribes que Paul tenía razón: no podéis tolerar más las «discriminaciones». Perdona, David, pero no entiendo eso: ¿en qué te discriminamos Richard y yo? Sabes muy bien que nos espanta lo que hacían los nazis con las personas homosexuales (a las que metían en los campos de concentración). Tampoco nos parece ni justo ni cristiano dejar de lado a una persona por tener una desorientación sexual, tal como se comportan algunas personas «honradas» de nuestro tiempo: evitan rigurosamente el trato con los que son distintos a ellos. David, justamente no quiero actuar así; por eso te mando esta carta (y espero que la leas antes de romperla).
Decir que no puedes casarte con tu amigo no supone ninguna discriminación. Es simplemente el recuerdo de un hecho fundamental. El matrimonio es por naturaleza la unión estable entre un varón y una mujer, abierta a una nueva generación. En la relación que tienes con Paul, en cambio, falta tanto la complementación profunda que se da entre lo femenino y lo masculino, como también la posibilidad de realizar un acto capaz para engendrar una nueva vida. Por eso puedes de- nominar tal relación como quieras, pero no la llames un matrimonio, porque es otra realidad completamente distinta. Si se afirma que la convivencia entre personas homosexuales (necesariamente estéril) es un matrimonio, se está vaciando ese concepto de todo su sentido. ¿Te parece una discriminación decir a una persona ciega que no puede conducir un coche?, ¿o a una persona paralítica que no puede subir las escaleras? No se nos ocurre ni mencionado, porque es evidente. Y si lo advertimos alguna vez, no comunicamos ninguna novedad a las personas afectadas. Simplemente recordamos su situación dolorosa, que se plantea como un desafío: puede contribuir a que esas personas crezcan por dentro y maduren, pero también puede dar lugar a las rebeldías y desesperaciones más profundas. Son esas las que provocan, a veces, unas luchas feroces y absurdas, con el fin de conseguir para todas las personas sordas el «derecho» de escuchar un concierto. Cuando, después de ruidosas discusiones, marchas de «solidaridad» y protestas públicas, uno cae en la cuenta de que un concierto no hace ninguna gracia a las personas sordas, se monta en vez de ello una película, y se obliga a todos los ciudadanos a llamar la película, a partir de ese momento, «concierto», para no discriminar a nadie ...
¿No te parece que estamos a punto de perder la cabeza todos?
Perdona, David, que compare la homosexualidad con aquellas deficiencias. Quizá te enfades, porque tu amigo te ha enrollado de nuevo. Afirmas en tu última carta que la homosexualidad es una variación normal de la naturaleza humana: del mismo modo que hay personas con la piel de color negro, blanco o rojo, o bien unos usan la mano derecha y otros la izquierda, unos son altos y otros bajos, así unos tendrían una disposición al amor heterosexual y otros una disposición al amor homosexual. Dices que no solo hay hombres y mujeres sobre la tierra, sino también los más diversos tipos de gays, que no pertenecerían a ninguno de los dos sexos, o quizá a ambos a la vez. .. Tienes razón: podemos encontrar las situaciones más complejas en la vida humana. Pero no puedes comparar cosas diferentes. (¿Recuerdas las clases de lógica, que nos aburrían profundamente?) La raza o la estatura no tienen nada que ver con la moralidad de los actos de una persona. No disponen al sujeto ni para realizar el bien ni para realizar el mal. Puede haber santos africanos, chinos y europeos; y puede haber criminales altos y bajos, gordos y flacos, que disparan con la mano derecha o izquierda. La tendencia homosexual, en cambio, dispone a unos actos gravemente desordenados que hacen daño siempre, tanto a la persona que las realiza como a los demás. Por supuesto, no es «moralmente» mala la tendencia misma (¡no tienes culpa por encontrarte en esa situación dolorosa), pero sí dispone al sujeto a hacer algo grave- mente malo. Por eso se debe considerar la disposición homosexual como un mal «físico», una desorientación real, un defecto objetivo. No podemos compararla con el color de la piel; conviene más bien relacionarla con la cleptomanía o el sadismo, que son otras tendencias desorientadas: disponen al sujeto a robar, o a gozar haciendo sufrir a otro.
Otra pregunta distinta es si una persona que sufre de esos «males» sea plenamente responsable de sus actos. Ciertamente, puede existir un sinnúmero de problemas en todos los campos de la vida humana ya todos los niveles, también en el gran ámbito de la sexualidad. Una persona puede ser fisiológicamente un hombre, psicológicamente una mujer, y genéticamente un misterio todavía no del todo revelado. Pero sea como fuere en el plano genético y hormonal, esa persona sufre de un trastorno, de una verdadera deformación. Afirmas que la sexualidad no te lleva solo al placer, sino también a la comunicación, al sacrificio, a la donación y un «hacer juntos»; que tienes un proyecto de futuro con tu amigo. Te lo creo, David, porque te conozco desde hace mucho tiempo. Quieres amar y ser amado, como todos los seres humanos. ¿Quién podría reprochártelo? Quieres entregarte y ser fiel durante toda la vida. Quizá tengas mejores disposiciones que muchas personas casadas. Hay cada vez más hombres y mujeres que no han deseado nunca, ni al principio de su matrimonio, permanecer fieles uno al lado de otro, y tener hijos comunes. Pero se trata de «matrimonios» corrompidos, o más claramente aún: no se trata de matrimonios verdaderos, sino de «pseudo-matrimonios» y caricaturas, que tienen el sello del Estado, pero no la bendición de Dios. La Iglesia católica lo pone de manifiesto cuando declara la nulidad matrimonial para ese tipo de convivencia: las personas implicadas deben separarse (o arreglar su situación) porque, en realidad, nunca se han casado. Quizá han organizado una gran fiesta con mucha pompa, pero fue nada más que una ilusión, o una representación teatral.
El matrimonio se encuentra hoy en día ante muchos riesgos y peligros. ¿No sería devastador si agravásemos la confusión y declarásemos también a una unión homosexual como «matrimonio»? ¿Sería realmente una manifestación de «tolerancia» -¡tan reclamada por los grupos de presión que están modificando la opinión pública!-, o sería más bien una muestra de que se nos oscurece el entendimiento? David, estoy completamente de acuerdo contigo en que el Estado debe tratar a las personas homosexuales igual que a todos los demás ciudadanos. Pero esto no quiere decir que premie sus relaciones dañosas. Significa más bien que defienda sus legítimos derechos: es decir, que les aplique a ellas los mismos derechos que tienen las otras personas solteras, y no aquellas que tienen las personas casadas.
Me dices en tu carta que te da igual llamar a la relación tuya con Paul un «matrimonio» o un «pacto civil». ¡Pero no seas ingenuo, David! Yo también pienso que las personas que están juntas toda una vida, por la razón que fuese -sin estar unidas en matrimonio (ni en uniones homosexuaIes necesitan algunas seguridades sociales, ayudas fiscales y privilegios. Se puede discutir para mejorar ciertas leyes singulares. Pero cuando el Estado de Francia permitió el «pacto civil de solidaridad», que reconoce formalmente a las parejas de hecho (también homosexuales), los grupos del movimiento gay se felicitaron de esta «victoria simbólica», que consideran solo un primer paso en su reivindicación del matrimonio. ¿Por qué, a veces, hay tanta brutalidad, tanto cinismo en ciertos ambientes homosexuales? ¿Por qué reinan allí, con frecuencia, unas concepciones nihilistas del mundo, y se practica hasta el ateísmo militante? En las últimas semanas he dado vueltas sobre ese tema, y no me parece una casualidad que sea así. Mientras que, en la unión matrimonial, el hombre y la mujer se trascienden en cierto sentido, por su apertura a una nueva vida, la relación homosexual carece de una verdadera alteridad y de una auténtica fecundidad. Incluso sobre el plano psicológico es notorio que corresponde a una fijación o regresión de toda la sexualidad a un estadio incompleto de desarrollo.
Como tal relación es estéril por naturaleza, tiende a aislar a las personas implicadas, y encerradas en sí. Las lleva a girar en círculo, a menudo en un clima afectivo tormentoso. Así las personas se centran muchas veces de un modo excesivo en la sexualidad y la desvinculan de una visión completa de la vida humana. Apagan su conciencia -«la voz de Dios en nosotros»- porque solo cuando niegan la responsabilidad ética y el sentido trascendente de la vida, pueden satisfacer los placeres enfermizos con tanto afán. En este contexto se comprende que luchen con tanta vehemencia contra todos los que quieren perturbar esa «tranquilidad» artificial. Si las uniones homosexuales gozaran de los mismos privilegios que tienen los matrimonios, se dañaría, en primer lugar, a vosotros mismos. En vez de ayudaras a salir de los círculos viciosos en los que os encontráis, y juzgar objetivamente vuestras posibilidades, se os dejaría cada vez más retorcidos en ese túnel, en vuestro mundo irreal y gris. La verdad hace libre, pero la mentira ata y paraliza. Me dijiste aquella tarde, cuando estabas en mi casa, que ya no quieres ser un esclavo de tus pasiones. No he olvidado tus palabras, que me impresionaron mucho, y espero que resuenen también en tu interior. Al final te quiero decir otra cosa sincera: rezo por ti. Te pido que lo hagas también por mí y mi familia. Sé que sufres mucho, y quiero recordarte que Cristo ha venido justo para los que sufren y lloran, para los publicanos y pecadores, para ti y para mí...
Un saludo muy cordial,
. tu amiga Mary
Jutta Burggraf, Cartas a David acerca de la homosexualidad