Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Venga a nosotros tu Reino Señor. San Máximo de Turín.

Venga a nosotros tu Reino Señor. San Máximo de Turín.

por La divina proporción

¿Cómo es el Reino de Dios? ¿Es un lugar tranquilo, sencillo de vivir y sin complicaciones? Me temo que no. Para ser Reino de Dios no podemos ser de este mundo, sino de Dios. “La fe es también el Reino de Dios”, dice San Ambrosio. Una fe que tiene que ser probada como el grano que cae a la tierra, muere como grano y da lugar a una nueva vida. 

La fe necesita martirio, enfrentamiento con el mundo y ser despreciado como algo inútil. Cuando te siente inútil puedes dar gracias a Dios, porque te la oportunidad de ponerte en sus manos y esperar con confianza. La verdad es que todos somos inútiles por nosotros mismos. Como sucede con una herramienta en el taller de un artista. La herramienta sólo tiene sentido cuando el Artista la toma en sus manos y la hace sufrir para crear una obra de arte. Ese es nuestro destino y cada vez lo tengo más claro. 

Dios no nos desea estáticos y adaptados a lo bien visto por el mundo eclesial y extraeclesial. Quiere que nos dejemos mover por sus Manos y así utilizarnos para crear belleza, unidad y bondad alrededor de nosotros. 

Se habla en otro lugar del grano de mostaza comparándolo a la fe. Luego si el reino de Dios y la fe son semejantes al grano de mostaza, la fe es también el Reino de los Cielos que se encuentra dentro de nosotros (Lc 17). El grano de mostaza es un ser pequeño y simple, pero si se muele manifiesta su fuerza. Y la fe parece sencilla desde luego, pero si es mortificada por la adversidad, en seguida da a conocer la gracia de su virtud. Grano de mostaza son los mártires, tenían olor de fe, pero estaba oculta. Vino la persecución, fueron heridos por la espada y esparcieron por todos los ámbitos del mundo los granos de su martirio. También el mismo Dios es grano de mostaza. Quiso ser mortificado para que dijésemos: somos buen olor de Cristo ( 2Cor 2,15). Quiso también ser sembrado, como el grano de mostaza que toma un hombre y lo siembra en su huerto. Jesucristo en un huerto fue preso y sepultado, pero también resucitó en él y se convirtió en árbol. Por lo cual sigue: "Y se hizo grande árbol". Porque Nuestro Señor es un grano cuando está sepultado en la tierra y árbol cuando se eleva hasta el cielo. Es también árbol que da sombra a todo el mundo. Por lo que sigue: "Y las aves del cielo reposaron en sus ramas": esto es, las potestades de los cielos y todos los que merecieron volar por sus acciones espirituales. Las ramas son San Pedro y San Pablo, en cuyas enseñanzas se descansa de ciertas cuestiones y los que estábamos lejos volamos a su seno, tomadas las alas de las virtudes a través de las controversias. Por tanto, siembra a Cristo en tu huerto. Un huerto es un sitio lleno de flores, en el cual florezca la gracia de tus obras y se exhale el variado perfume de muchas virtudes. Por tanto, donde está Jesucristo allí se encuentra el fruto de la semilla. (San Ambrosio de Milán, Tomado de la Catena Aurea Lc 13, 18-21) 

Al rezar en el Padre Nuestro: “Venga a nosotros Tu Reino” estamos pidiendo ser semilla que muere, herramienta que se desgasta, mártir que da testimonio de su fe en cuando es despreciado y maltratado. Lo curioso es que cuando lo rezamos no nos damos cuenta y lo decimos sin consciencia alguna de lo que le pedimos al Padre. 

El árbol que nace de la semilla que ha muerto, es capaz de llevar en sus brazos la Tradición Apostólica, simbolizada por Pedro y Pablo, tal como indica San Ambrosio. Si el Reino viene a nosotros, tenemos que dar testimonio de la fe de los Apóstoles, tal como ha sido transmitida hasta nosotros. Aunque nos denigren y nos ridiculicen dentro y fuera de la Iglesia. Vivir cualquier otra fe alternativa evidencia infidelidad, que se evidencia en la falta de frutos. La higuera que no da frutos, termina siendo cortada. La levadura existe para fermentar el pan y si no lo hace, muere una muerte sin sentido alguno. 

San Ambrosio nos dice que sembremos a Cristo en el huerto de nuestra vida. De esa forma brotará la fuente que Agua Viva que nos llenara de agua que moverá nuestro corazón y el de los demás. 

Ahora, siempre habrá envidiosos que mirarán por las rendijas de tu vida a ver de dónde pueden sacar argumentos para menospreciarte y burlarse de ti. Verá la Fuente de Agua Viva llena de Vida a quien se acerca, mientras en su huerto todo está seco, nada tiene sentido. Te envidiará y deseará tu ruina. Tramará tu final con paciencia y celo. Lo que no sabe es que la tribulación, a la que desea someterte, sólo contribuirá a que la simiente se haga más fuerte y germine en otros lugares. Mátame si quieres, al perder mi vida por Cristo, se dará vida a otros. Ese es el gran milagro que nos promete el Señor cuando nos dice: “Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 25) 

Dios escribe recto con reglones torcidos. Tan bien hace las cosas que entreteje todo para que la tela que resulte sea la mejor. Los males, como nudos internos, dan solidez a toda la composición. Si se corta un hilo, el cabo queda a la espera de ser insertado donde el Señor sabe que volverá a dar fruto abundante. Esta es nuestra esperanza, esperanza que sostiene en la confianza en el Señor y en la fe que nos han transmitido los Apóstoles.
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