Cartas a David: No puedes ser madre (2)
Cartas a David: No puedes ser madre (2)
Querido David:
Esta mañana, después de llevar a los niños al colegio, encontré tu carta y quedé, francamente, sorprendida. ¡Estás de nuevo en París, para encontrarte con tu amigo Paul! Fue una decisión rápida, que tomaste hace tres días. Fue «un paso necesario», como afirmas tú. Me agradeces los esfuerzos que haya hecho para comprenderte e integrarte en mi familia. Y me dices adiós ... ¡Yo estaba tan contenta después de aquella tarde que pasaste en mi casa! Los niños te quieren mucho y se ponen como locos cuando juegas con ellos.
También Richard te considera un buen amigo. Me contó que te tiene mucho aprecio. Ya en los tiempos de la Universidad le habías llamado la atención, aunque estabas en otro curso. ¿Sabes por qué? Por tu gran sentido de solidaridad. Siempre estabas dispuesto a ayudar, especialmente a los extranjeros turcos que no podían seguir las clases. Les explicabas las asignaturas sin pedir nada a cambio. Ocultabas el bien que hacías; te molestaba ser protagonista. Preferías quedarte al margen. Tampoco participabas en las fiestas y celebraciones... Me comentaste aquella tarde que tenías complejo de inferioridad desde tu niñez. Por esto, no te encontrabas a gusto en los grupos grandes de estudiantes. Cuando todos presumían de sus proyectos fantásticos, sus aventuras y sucesos, tenías ganas de esconderte. Te sentías flaco y débil «como una chica» y admirabas, a la vez, a los compañeros que eran más altos y fuertes que tú. Te sentías solo, a veces ridículo, y tenías cada vez más lástima de ti. Me dijiste, con mucha sinceridad, que ves en esa confusión sentimental la causa de la homosexualidad, que empezaste a practicar más tarde. Y me explicaste que te sientes obligado, por «solidaridad» con tus amigos, a afirmar en público justamente lo contrario: que la tendencia homosexual sea una «cosa genética».
David, sabes muy bien que no soy ni médica ni psicóloga. Además, tampoco los especialistas se ponen de acuerdo sobre ese tema. Parece que puede haber múltiples razones por las que una persona sufre por la tendencia homosexual. Sea como fuere, conviene consultar a un profesional y aceptar su ayuda. Cuando nos despedimos aquella tarde, te habías decidido a hacer eso. Me dijiste que estabas harto de la vida tan vacía que llevabas: sería una pura ironía que, en América, te llamasen gay (¡una persona «alegre-I) porque, en el fondo de tu corazón, no habría nada más que desesperación ...
¡Y hoy encuentro esa carta tuya! ¿Qué te pasa, David? ¿Es imposible cambiar de vida? ¿No puedes comenzar de nuevo? El obstáculo es tu amigo Paul, que te llamó tantas veces durante la noche, te mandó mails durante el día, siempre con el mismo mensaje: que no te dejes enrollar por una familia «burguesa»; que vengas a París para contraer «matrimonio» con él. Que te está esperando con ansia y que, sobre todo, su pequeña hija Clarisse está gritando para que vuelvas, porque echa de menos a su madre.
David, ¿eso te parece «normal»? Puedo imaginarme muy bien los gritos de la pequeña Clarisse.. Ante su situación, realmente, uno se puede echar a llorar. Es aconsejable no terminar con los llantos hasta que se encuentre una madre verdadera para la pobre niña. Pero tú, aunque tengas unos talentos tan estupendos para tratar a los niños y hacerles pasar unos ratos inolvidables, nunca puedes ser una buena madre. ¡Porque eres un varón, David! Eres un varón, aunque experimentes, quizá, los sentimientos de una mujer! Tienes que aceptarte tal como eres, con tus posibilidades físicas, afectivas y espirituales. El cuerpo te determina mucho más profundamente de lo que piensas. Nunca podrás dar a luz o amamantar un bebé, aunque lo desees en tus fantasías. Si pasamos por alto nuestra realidad más elemental, si queremos actuar en contra de nuestra naturaleza, nunca podremos llegar a ser felices. ¿Recuerdas a Rita, nuestra antigua compañera de curso, que no quería ser mujer? Al principio no sabíamos que estaba sufriendo de anorexia. ¡Y qué pena tuvimos cuando nos enteramos de su ingreso en una clínica psiquiátrica! Gracias a Dios, ahora está bien. Hace poco tuvo gemelos...
¿Y tú, David? También puedes llegar a ser feliz. Pero tienes que empezar a ver la realidad tal como es, objetivamente, en vez de encerrarte en tus imaginaciones y fantasías, en tu pequeño mundo subjetivo. Además, tienes que darte cuenta de que tienes responsabilidad en tus actuaciones: no puedes dañar a los demás, y menos a una niña completamente indefensa.
Me has escrito: «Solo quiero el bien para Clarisse». Si verdaderamente lo quieres, David, sepárate de tu amigo. Es importante que la niña encuentre un ambiente emocional estable, que pueda confiar en los adultos que le rodean, y participar de sus vivencias.
Sabes muy bien que una parte importante de la educación -y también de la educación sexual- se realiza, consciente o inconscientemente, en la vida diaria. Los niños encuentran en los adultos sus modelos de identificación. Y estos tienen que transmitirles actitudes y valores sanos. Un educador no solo debe fijarse en lo que un niño conoce o aprende sobre temas sexuales, sino también, y especialmente, en la valoración y en las actitudes que desarrolla acerca del sexo.
David, es de desear que cada niño encuentre en su entorno un ambiente sano que no solamente no le haga daño, sino que le ayude a hacer un descubrimiento positivo y natural de la feminidad o masculinidad. ¿Quieres que Clarisse piense que una madre sea como tú? ¿Cómo podrá desarrollarse libremente esa pobre criatura? ¿Cómo podrá llegar a aceptar su propia feminidad e integrarla de un modo armonioso en lo personal? ¿Cómo puede adquirir confianza en sí misma y en los adultos? En la convivencia con personas homosexuales, eso me parece casi imposible. La panorámica que presentan los adultos a los chicos adolece de una clara desorientación que conlleva posturas de desconcierto y de desintegración. No debes olvidar que las actitudes de los mayores, el propio clima que se respira en torno a lo sexual, los mensajes que se reciben a través de las conversaciones, los juegos, los chistes y tantos detalles más, van configurando gradualmente la identidad personal de los niños.
El desarrollo sexual va paralelo al desarrollo general de la persona e incide notablemente en él. No debe desligarse de una visión completa de la vida, ni de los valores éticos, ni de la religión. ¿Cómo quieres explicar a Clarisse que la sexualidad debe ser responsable: hacia el otro, la comunidad y un posible nuevo ser? Me dices, además, que tú también quieres tener un hijo para dar un hermano a Clarisse. Esto significa duplicar la confusión. David, un niño puede, biológicamente, nacer sin amor. Pero sería una injusticia para él. Tener un hijo no implica solo engendrarlo físicamente, sino que supone educado bien, transmitirle la cultura y la religión que tú mismo tienes. Me confesaste que sigues considerándote cristiano, en lo más hondo de tu conciencia, porque estás convencido de la verdad de nuestra fe. ¿Y no querrás transmitir tus creencias a la futura generación, con un mínimo de autenticidad? No puedes dejar a un ser indefenso expuesto a todo tipo de desgracias. ¡No pienses solo en lo que te gustaría a ti, sino, en primer lugar, en lo que necesitan los niños!
David, perdona que te hable tan claramente. Pero siempre nos hemos dicho la verdad. Sabes bien que te quiero mucho. Eres una de las personas más generosas que he conocido en la vida, un verdadero amigo de tus amigos. Te tengo tanta confianza que estoy segura de que puedes cambiar. Richard y yo estamos dispuestos a ayudarte lo más posible.
Espero tu respuesta. Un saludo cordial,
tu amiga Mary
Jutta Burggraf, Cartas a David acerca de la homosexualidad, págs. 8-10