Sábado, 23 de noviembre de 2024

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No somos focas

por Estamos en Sus Manos

Llevo varios días dando vueltas a esta idea. ¡Es maravilloso que no seamos focas! No, no se me ha ido la olla. Me explico.
Estas últimas semanas varios jóvenes han venido a hablarme porque están con una crisis de fe. No sienten a Dios. Las experiencias de Dios o de Iglesia que han tenido van quedando en el pasado, y en el presente ya sólo queda un vago recuerdo de aquellas experiencias. ¿Por qué ya no siento a Dios? ¿Y si todo fue autosugestión..?

Paso 1: Ya no siento a Dios. 
Paso 2: Dudo de mi experiencia.
Paso 3: Viene la tentación de dejar de vivir la fe. 
Paso 4: ¿Me alejo o persevero?

Bien, veamos. La vida espiritual pasa por diversas crisis. San Ignacio de Loyola hablaba claramente de los dos momentos de la vida espiritual: consolación y desolación. Lo resumo.
Consolación: siento a Dios, tengo certeza de su amor creer y ser fiel me es fácil. 
Desolación: no siento a Dios, no tengo certeza de nada, me cuesta creer y ser fiel.

Todos pasamos por esas épocas; ya lo dijo San Ignacio hace cinco siglos, así que muy novedoso no es. Nos pilla de sorpresa porque nadie nos ha preparado para ello. La fe se pone a prueba. ¿Por qué? Porque no somos focas. Si has ido alguna vez al zoo, verás que las focas dan palmas, saltan, pasan por aros y hace acrobacias. ¿Pero qué hacen inmediatamente después? Van al cuidador, para que les dé un trozo de pescado. Así el cuidador tiene a su merced a la foca, y la engancha mediante el pescado para que haga lo que él quiere.

Pero Dios no es así. No quiere quitarnos la libertad, ni tenernos pendientes de él mediantes "pescaditos": consolaciones, gracias, certezas, experiencias... Todas ellas nos pueden llevar a la fe, pero luego Dios puede permitir tiempos de oscuridad, para que nuestra fe se haga madura. No nos quiere tener pendientes de él mediante regalitos, quiere que le amemos libremente y que creamos en Él. 

En la época de los testimonios, parece que para que uno tenga fe necesita una experiencia extraordinario-mística que poco menos le obligue a creer. Esto no es así. Creer es un acto libre: hay que querer. Señores: uno no cree si no quiere. La fe no es un sentimiento, no es un depósito que se llena o vacía, no es algo que sobrevenga o que simplemente esté ahí. Es un acto de la voluntad (iluminada por la inteligencia y sostenida por la gracia, que diría el Catecismo). Una adhesión de la voluntad. Del caserío me fío. Pues igual, pero de Dios. 

Entonces, ¿qué hay que hacer en una crisis de fe...? ¡Creer! Dar gracias a Dios de que no me quiere tener pendiente de sí como si fuera una foca. Darme cuenta de que es el tiempo de la verdadera fe, donde puedo elegir creer libremente. Dar mi sí no sólo cuando el ángel viene a anunciarme, sino también al pie de la cruz donde todo está nublado. Dar el cien por cien en la fe. No buscar los consuelos de Dios, sino al Dios de los consuelos. No esperar a que Dios "me dé una señal" sino recordar que estaba anunciado que esa crisis iba a llegar, y entonces cumplir lo que decía el amigo San Ignacio: en tiempo de desolación nunca hacer mudanza, o sea, no cambiar, no irse, no tomar decisiones radicales. Perseverar. Da el do de pecho. ¿Que no me apetece rezar? Rezar el doble. ¿Que no veo sentido a la misa? Ir a diario. (Por cierto, Cristo no instituyó la Eucaristía para divertirte, sino para salvarte. No somos focas, recuerda...). Hacer actos de fe. Vivir de fe. Decir: yo creo en tí. Recordar los momentos en que la fe para mí era una certeza y fiarme de mí mismo en ese momento, en que lo ví tan claro como para elegir creer. Es fundamental. 

Esto es como la fuerza de voluntad. ¿Qué hago cuando no tengo fuerza de voluntad? Tener fuerza de voluntad, y así fortalecer la voluntad. Pues con la fe igual. ¿Qué tengo que hacer cuando me falta fe? Creer y fortalecer la fe (formación, sacramentos, oración...). Puede parecer paradójico. Y seguramente lo es. ¿Y qué? La razón puede encontrar razones para todo. Por eso en tiempos de crisis de fe, importan la gracia y la voluntad. Ahí hay que ir.

Si estás leyendo esto, ¡felicidades! No eres una foca. Eres un hijo de Dios. Y Dios siempre respeta la libertad de sus hijos. 
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