Si hay aborto, no lo llames democracia.
por Pijama para dos
2. Occidente al nivel de las tiranías.- Con la despenalización del aborto, durante las últimas décadas, Occidente ha dado un paso atrás al permitir la muerte de inocentes en el vientre materno, poniéndose al nivel de arbitrariedad de las tiranías, minando las bases del Estado de derecho, y convirtiendo en papel mojado la Declaración de los Derechos Humanos y la mayoría de las constituciones que establece el derecho a la vida como fundamento de todos los demás. Es lo que ocurre, por ejemplo, en EEUU donde organizaciones como Planned Parenthood trocean fetos y trafican con ellos, con la connivencia cómplice de la Casa Blanca.
3. Deslegitima a los Estados y convierte en prevaricadores a gobernantes, legisladores y jueces.- Las distintas leyes abortistas convierten a los Estados en genocidas porque consienten y alientan la ejecución de vidas humanas –los nasciturus-; a los gobernantes en antidemócratas y cómplices del crimen por no garantizar la seguridad ni la integridad física de esas vidas –los nasciturus-; y a legisladores y jueces en prevaricadores al aprobar y aplicar leyes injustas a sabiendas. Las disciplinas de voto de los partidos se convierten en coacciones para el crimen; y en chantaje a los profesionales la obligación que se impone a la clase médica de secundar el crimen. El aborto deslegitima la actividad política (presidentes, ministros, diputados) e institucional (jefes de Estado, presidentes, reyes, altos tribunales) al abdicar de la defensa del bien común, y sustituirlo por la aceptación del crimen masivo e indiscriminado.
4. Es una farsa hablar de libertad y democracia.- Como consecuencia de lo anterior, toda la política se convierte en una farsa, y en una mentira la apelación al bien común. Toda la democracia se convierte en una pantomima, si los más débiles quedan sometidos a la ley de la fuerza. Suenan a burla cruel subterfugios tales como el “mal menor”, las leyes de plazos y de supuestos (como si en el nazismo el exterminio hubiera sido menos reprobable por circunscribirse solo a los judíos, dejando a salvo a gitanos, católicos y homosexuales, pongamos por caso). Y resultan ridículos los subterfugios de juristas y gobernantes para retorcer las palabras de los ordenamientos constitucionales, y nauseabundos los pactos y reformas sobre el aborto de ciertos partidos a fin de justificar lo injustificable para que las masacres queden en “masacritas”.
Es una farsa hablar de libertad y democracia, cuando en España –por ejemplo- no las hay desde el 5 de julio de 1985, cuando se legitimó por ley el aborto. No puede haber libertad y democracia mientras el Estado aliente la muerte de inocentes. Cambiémosle el nombre, pero no lo llamemos Estado de derecho, ni hablemos de democracia.
5. El “todo vale” no empezó con la corrupción, sino con el aborto.- No tiene sentido hablar de libertad, seguridad, justicia… si el propio Estado y las instituciones están consintiendo una injusticia tan inapelable. No tiene sentido invocar la paz cuando se está bendiciendo mediante las leyes tal grado de violencia; ni condenar el terrorismo, cuando se está legitimando la muerte diaria de millones de vidas inocentes. Ni cabe, por esa regla de tres, escandalizarse por los casos de corrupción política. Si la vida no tiene sentido, si la defensa del más débil no tiene sentido, nada tiene sentido. El “todo vale” no empezó cuando un político metió la mano en la caja o se generalizaron las prevaricaciones, sino cuando se aprobaron las primeras leyes del aborto. Ahí empezó la corrupción.
6. ¿Qué hacer? Todo menos quedarnos de brazos cruzados. El elevado número de ordenamientos jurídicos de Occidente que legitima el aborto no es un argumento para decir que es democrático lo que no lo es, o que es normal lo que es una atrocidad. Como el elevado número de ciudadanos alemanes que apoyaban a Hitler no era un argumento para decir que las leyes de Nüremberg fueran justas. No deberíamos castigarles con la misma moneda, la violencia, porque eso sería ponernos al nivel de la barbarie, sino con la palabra y la razón. Pero ningún verdadero defensor de la vida y la libertad debe permanecer mudo o pasivamente cómplice ante la arbitrariedad y el crimen.